Capítulo 03: Sombra Del Pasado

Aurora despertó con el sonido agudo de la alarma que resonaba en su habitación. El sol aún no había salido, pero el nuevo día ya exigía su presencia. Se levantó de la cama con una sensación de resignación y tristeza, sabiendo que tenía que enfrentarse a otro día de humillaciones y control bajo la mirada vigilante de Ricardo.

Mientras caminaba hacia la cocina para preparar el desayuno, los recuerdos de su vida antes de conocer a Ricardo comenzaron a invadir su mente. Había sido una joven llena de sueños y esperanzas, con un futuro brillante por delante. Pero todo eso se había desvanecido el día que decidió casarse con Ricardo, un hombre que al principio parecía ser el príncipe azul, pero que pronto reveló su verdadera naturaleza.

Ricardo descendió las escaleras con el rostro sombrío. Sin siquiera mirarla, se sentó a la mesa y extendió la mano para recibir su café. Aurora, con las manos temblorosas, le sirvió la taza.

—Buenos días, Ricardo,— dijo con voz suave.

Él no respondió. En cambio, tomó un sorbo del café y frunció el ceño.

—¿Otra vez has hecho esto mal? No entiendo cómo puedes ser tan incompetente,— murmuró con desdén.

Aurora bajó la cabeza, sintiendo el peso de las palabras de Ricardo como una losa en su pecho.

—Lo siento, Ricardo. Intentaré hacerlo mejor la próxima vez.

—Más te vale,— replicó él, dejando la taza con brusquedad sobre la mesa. —Tengo una reunión importante hoy y no quiero que me molestes con tus tonterías.

Después de terminar su desayuno, Ricardo se levantó y se dirigió a la puerta sin decir una palabra más. Aurora suspiró aliviada al verlo salir. Sabía que tendría algunas horas de relativa tranquilidad, aunque el miedo a su regreso siempre estaba presente, como una sombra amenazante.

Aurora pasó la mañana realizando sus tareas habituales, limpiando la casa y asegurándose de que todo estuviera en perfecto orden para el regreso de Ricardo. Mientras trabajaba, su mente divagaba, recordando aquellos días en los que su vida había sido diferente, cuando aún tenía sueños y aspiraciones.

El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos. Al contestar, escuchó la voz preocupada de Ana.

“Aurora, ¿cómo estás? He estado pensando en ti.”

Aurora sintió un nudo en la garganta.

“Estoy bien, Ana. Gracias por preguntar.”

“No tienes que mentirme, Aurora. Sé que las cosas no están bien,” insistió Ana.

Aurora hizo una pausa, sintiendo la necesidad de abrirse.

“Es Ricardo. Está peor que nunca, Ana. No sé cuánto más puedo soportar.”

Ana suspiró al otro lado de la línea.

“Tienes que salir de ahí, Aurora. No puedes seguir viviendo así. Mereces algo mejor.”

“Lo sé, pero no es tan sencillo,— respondió Aurora, sintiendo el peso de su situación. —Ricardo controla todo. No sé cómo podría escapar.”

“Escúchame, Aurora,” dijo Ana con determinación. “Encontraremos una manera. No estás sola. Yo te ayudaré.”

Aurora sabía que Ana tenía razón, pero también sabía que no podía poner en peligro a su amiga.

“Gracias, Ana. De verdad, aprecio tu apoyo.”

“Estamos en esto juntas,” afirmó Ana.

“No dudes en llamarme si necesitas algo.”

Pasaron las horas y, finalmente, Ricardo regresó a casa. Aurora podía ver en su semblante que la reunión no había ido bien. Cerró la puerta con fuerza y se dirigió directamente a ella.

—¿Dónde está mi cena?— preguntó, su voz cargada de irritación.

—Estoy a punto de servirla,— respondió Aurora, tratando de mantenerse calmada.

Ricardo se sentó a la mesa y la miró con desprecio mientras ella colocaba los platos.

—¿Sabes, Aurora? Eres una decepción constante,— dijo, su tono cruel. —Cuando te conocí, pensé que podrías ser una buena esposa. Pero ahora veo que no eres más que una carga.

Las palabras de Ricardo eran como veneno, infiltrándose en su alma. Aurora se sentía atrapada, sin fuerzas para luchar. Mientras cenaban en silencio, ella solo podía pensar en cómo había llegado a esta situación. Su vida se había convertido en una prisión y no veía ninguna salida.

Esa noche, después de recoger los platos y asegurarse de que todo estuviera en orden, Aurora se retiró a su habitación. Se acostó en la cama, sintiendo el peso de su desesperanza. Ricardo entró poco después, pero no le dirigió ni una mirada. Se acostó a su lado, marcando una distancia abismal entre ellos.

Aurora cerró los ojos, intentando encontrar consuelo en el sueño, pero las palabras de Ricardo resonaban en su mente.

—Eres una decepción constante.— Sabía que no podría soportar ese tormento por mucho más tiempo, pero también sabía que no tenía las fuerzas para escapar.

Mientras la oscuridad la envolvía, Aurora se prometió a sí misma que algún día encontraría la manera de liberarse. Tal vez no sería hoy ni mañana, pero un día tendría el valor de romper las cadenas invisibles que la mantenían prisionera. Por ahora, solo podía esperar y resistir, aferrándose a la pequeña chispa de esperanza que aún ardía en su corazón.

Al día siguiente, mientras realizaba sus tareas diarias, Aurora notó algo diferente en la mansión. Había un nuevo jardinero trabajando en los jardines. No era común que Ricardo contratara a nuevos empleados sin consultarle, pero este hombre parecía diferente. Tenía una mirada amable y una sonrisa cálida que contrastaba con la frialdad de la mansión.

Durante los siguientes días, Aurora se encontró observando al jardinero desde la ventana mientras él trabajaba. Había algo en su presencia que la hacía sentir un poco menos sola. Un día, mientras regaba las plantas en el invernadero, decidió acercarse a él.

—Hola,— dijo tímidamente, mientras él cuidaba de un rosal. —Soy Aurora. No te había visto antes.

El jardinero levantó la vista y le sonrió.

—Hola, Aurora. Me llamo Daniel. Empecé a trabajar aquí hace poco.

—Es un placer conocerte, Daniel,— respondió Aurora, sintiendo una extraña sensación de alivio al hablar con alguien que no fuera Ricardo.

—El placer es mío,— dijo Daniel, continuando con su trabajo. —Este jardín es hermoso, pero parece que ha estado un poco descuidado últimamente.

Aurora asintió. —Sí, Ricardo no le da mucha importancia. Pero me alegra que estés aquí para cuidarlo.

Daniel la miró con curiosidad. —Si alguna vez necesitas hablar o simplemente un momento de tranquilidad, estaré por aquí.

Aurora sintió una chispa de esperanza. Tal vez, a través de esta nueva amistad, podría encontrar un poco de consuelo en medio de su tormento. Mientras regresaba a la mansión, sus pensamientos se llenaron de posibilidades. Sabía que no sería fácil, pero tal vez, solo tal vez, había encontrado una pequeña luz en la oscuridad.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Aurora se permitió un pequeño rayo de esperanza. Tal vez, con el tiempo, podría encontrar la fuerza para liberarse de las cadenas invisibles que la mantenían prisionera. Por ahora, seguiría resistiendo, aferrándose a esa chispa de esperanza y a la promesa de un futuro mejor.

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