El sol apenas empezaba a asomarse en el horizonte, anunciando un nuevo día en la mansión Brown. Aurora se levantó con el mismo sentimiento de opresión que la había acompañado desde que se casó con Ricardo. Sabía que enfrentaba otra jornada llena de humillaciones y dolor, pero su espíritu se había doblegado tanto que la idea de rebelarse ni siquiera cruzaba su mente.
Aurora se dirigió a la cocina para preparar el desayuno de Ricardo, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Sabía que cualquier mínimo error podría desencadenar la ira de su esposo. Mientras trabajaba, podía sentir el peso de su propia desesperanza, como una losa que la oprimía. Ricardo bajó las escaleras con paso firme. Sin siquiera mirarla, se sentó a la mesa y desplegó el periódico. —¿Está listo el café?— preguntó, su tono cargado de impaciencia. —Sí, Ricardo, ya está,— respondió Aurora con voz temblorosa, colocando la taza frente a él. Tomó un sorbo y frunció el ceño. —Está demasiado caliente,— dijo, lanzándole una mirada despectiva. —¿Es que no puedes hacer nada bien? Aurora bajó la cabeza. —Lo siento, Ricardo. Lo enfriaré un poco. —No, ya no importa,— replicó con frialdad. —Siempre estás arruinando todo. Eres una inútil. Las palabras de Ricardo perforaron el corazón de Aurora como dagas. Se había acostumbrado a sus insultos, pero eso no hacía que dolieran menos. Continuó preparando el desayuno en silencio, tratando de no mostrar su sufrimiento. Después de desayunar, Ricardo se levantó y se dirigió hacia la puerta. —Tengo una reunión importante hoy. No me molestes por ningún motivo,— dijo antes de salir de la casa, sin siquiera despedirse. Aurora suspiró aliviada al ver que se iba. Sabía que tendría algunas horas de paz, aunque la tranquilidad era solo superficial. El miedo a su regreso siempre estaba presente, como una sombra amenazante. Pasó la mañana realizando sus tareas habituales. Mientras limpiaba la casa, su mente divagaba, recordando tiempos mejores, antes de su matrimonio. Había sido una joven llena de sueños y aspiraciones, pero todo eso parecía haber desaparecido, engullido por la oscuridad de su vida actual. El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Al contestar, escuchó la voz preocupada de su amiga Ana. —Aurora, ¿cómo estás? He estado pensando en ti. Aurora sintió un nudo en la garganta. —Estoy bien, Ana. Gracias por preguntar. —Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, ¿verdad?— insistió Ana. —Sí, lo sé. Gracias,— respondió Aurora, sabiendo que no podía decirle la verdad. Ricardo era controlador y celoso, y cualquier señal de debilidad podría ser aprovechada en su contra. Pasaron las horas y, finalmente, Ricardo regresó a casa. Aurora podía ver en su semblante que la reunión no había ido bien. Cerró la puerta con fuerza y se dirigió directamente a ella. —¿Dónde está mi cena?— preguntó, su voz cargada de irritación. —Estoy a punto de servirla,— respondió Aurora, tratando de mantenerse calmada. Ricardo se sentó a la mesa y la miró con desprecio mientras ella colocaba los platos. —¿Sabes, Aurora? Eres una decepción constante, — dijo, su tono cruel. —Cuando te conocí, pensé que podrías ser una buena esposa. Pero ahora veo que no eres más que una carga, una inútil. Cuando Aurora llegó hasta el lugar donde Ricardo estaba sentado, coloco la cena en su puesto, pero no espero lo que Ricardo haría a continuación. — Eres una estúpida, una pequeña perra que recogí de la basura, no eres más que eso para mí Aurora, eres mi propiedad, nunca te podrás librar de mí, te compre, eres mi pertenencia, todo lo que tienes es gracias a mí. Tienes que ser más agradecida con tu esposo.— Respondió Ricardo, mientras sujetaba la mano de Aurora tan fuerte que Aurora sentía que en cualquier momento le podía partir sus dedos. Rápidamente, Ricardo tomo su mano y la sumergió en la sopa caliente que Aurora le acababa de servir. —¡Ash! Ricardo por favor, está caliente, me quema y duele muchísimo, Ricardo por favor— Gritaba Aurora una y otra vez, Finalmente la soltó. Las palabras y acciones de Ricardo eran como veneno, filtrándose en su alma. Aurora se sentía atrapada, sin fuerzas para luchar. ella solo podía pensar en cómo había llegado a esta situación. Su vida se había convertido en una prisión y no veía ninguna salida. Esa noche, después de recoger los platos Con el dolor punzante de su mano y asegurarse de que todo estuviera en orden, Aurora se retiró a su habitación. Se acostó en la cama, luego de colocar una pomada en su mano nuevamente sintiendo el peso de su desesperanza. Ricardo entró poco después, pero no le dirigió ni una mirada. Se acostó a su lado, marcando una distancia abismal entre ellos. Aurora cerró los ojos, intentando encontrar consuelo en el sueño, pero las palabras de Ricardo resonaban en su mente. —Eres una decepción constante.— Sabía que no podría soportar ese tormento por mucho más tiempo, pero también sabía que no tenía las fuerzas para escapar. Las lágrimas, fluyeron por sus ojos por mucho tiempo, Aurora aún no entendía ¿por qué su vida tenía que ser tan miserable? ¿por qué tuvo que conocer a Ricardo? ¿porque sus padres habían muerto en ese accidente de tránsito? o ¿por qué su familia nunca volvió por ella? Mientras la oscuridad la envolvía, Aurora se prometió a sí misma que algún día encontraría la manera de liberarse. Tal vez no sería hoy ni mañana, pero un día tendría el valor de romper las cadenas invisibles que la mantenían prisionera. Por ahora, solo podía esperar y resistir, aferrándose a la pequeña chispa de esperanza que aún ardía en su corazón. Tenía que volver a ser la Aurora que era antes de conocer a Ricardo, era más feliz sin tener todos estos lujos, no tenía que sufrir por la humillación constante, ella tenía que salir de esta Jaula, tenía que encontrar en valor en algún momento para dejar a Ricardo, tenía que reunir todas las pruebas sobre su maltrato, pero tenía mucho miedo, ella era una pobre que no tenía donde caerse muerta, y Ricardo era un hombre importante y con mucho poder.Aurora despertó con el sonido agudo de la alarma que resonaba en su habitación. El sol aún no había salido, pero el nuevo día ya exigía su presencia. Se levantó de la cama con una sensación de resignación y tristeza, sabiendo que tenía que enfrentarse a otro día de humillaciones y control bajo la mirada vigilante de Ricardo. Mientras caminaba hacia la cocina para preparar el desayuno, los recuerdos de su vida antes de conocer a Ricardo comenzaron a invadir su mente. Había sido una joven llena de sueños y esperanzas, con un futuro brillante por delante. Pero todo eso se había desvanecido el día que decidió casarse con Ricardo, un hombre que al principio parecía ser el príncipe azul, pero que pronto reveló su verdadera naturaleza. Ricardo descendió las escaleras con el rostro sombrío. Sin siquiera mirarla, se sentó a la mesa y extendió la mano para recibir su café. Aurora, con las manos temblorosas, le sirvió la taza. —Buenos días, Ricardo,— dijo con voz suave. Él no respondió. En
Alexander Williams, coronel de las fuerzas especiales, caminaba por la base militar con paso firme y decidido. Era un hombre respetado y admirado por sus subordinados, conocido por su valentía y habilidades estratégicas. Sin embargo, detrás de esa fachada imponente, Alexander cargaba con el peso de recuerdos dolorosos y decisiones difíciles.Esa mañana, mientras revisaba los informes de su equipo, no podía evitar que su mente divagara hacia su pasado. Había crecido en un hogar lleno de amor y apoyo, pero su deseo de servir a su país lo había llevado a tomar decisiones que lo alejaron de su familia y amigos. Su vida estaba marcada por sacrificios y pérdidas, pero también por momentos de gloria y satisfacción.La misión en la que estaba trabajando actualmente era una de las más críticas de su carrera. Habían recibido informes sobre una operación de tráfico de armas que amenazaba la seguridad nacional, y Alexander había sido designado para liderar la operación encubierta que pondría fin
Alexander asintió, sintiendo la adrenalina, correr por sus venas. —Excelente trabajo, sargento. Necesitamos estar listos. Asegúrese de que el equipo esté preparado y que la vigilancia sea discreta. No podemos permitirnos cometer errores. —Sí, señor, — respondió Morales antes de retirarse. Mientras Alexander se preparaba para la operación, no podía dejar de pensar en la mujer que, según los rumores, vivía atrapada bajo el yugo de Ricardo. Sabía que había mucho en juego y que cada decisión que tomara podría tener consecuencias significativas. En la mansión Brown, Aurora seguía viviendo su vida de sumisión y miedo. Las palabras hirientes de Ricardo eran como dagas que perforaban su alma, dejándola con cicatrices invisibles. Esa tarde, mientras limpiaba el salón, escuchó el sonido de la puerta principal y supo que Ricardo había llegado. Se apresuró a terminar sus tareas, temiendo la reacción de su esposo. Ricardo entró en el salón con el ceño fruncido. —Aurora, ven aquí, — ordenó
Aurora se quedó inmóvil, con el corazón latiendo desbocado, mientras el hombre mantenía la pistola apuntada hacia ella. El salón se sumió en un silencio tenso, todos los ojos fijos en la escena que se desarrollaba. Ricardo se levantó lentamente de su asiento, con una expresión impenetrable en su rostro. —Tranquilo,— dijo Ricardo con una voz fría y calculadora. —Ella no es una amenaza. Solo es mi esposa, tratando de hacer su trabajo. El hombre con la pistola no bajó el arma, su mirada fija en Aurora. —Necesitamos estar seguros. No podemos permitir que nadie interfiera. Aurora sentía que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Respiró hondo y reunió todo el valor que tenía. —No sé nada de lo que están hablando. Solo estaba haciendo mi trabajo. Ricardo dio un paso adelante, manteniendo la calma. —Baja el arma. No queremos que esto se descontrole. Finalmente, el hombre cedió y bajó la pistola, pero no sin antes lanzar una mirada de advertencia a Aurora. —Más te vale que estés diciendo
La vida en la mansión Brown, vista desde el exterior, parecía un cuento de hadas. Los jardines bien cuidados, la piscina olímpica, y los carros de lujo estacionados en el garaje daban la impresión de que todo era perfecto. Pero dentro de esas paredes, detrás de las cortinas de terciopelo, la realidad era muy diferente. Me desperté temprano, como siempre, con el ruido de la alarma que Ricardo había insistido en poner a las cinco en punto de la mañana. Según él, era la hora perfecta para que una “buena esposa” se levantara y comenzara sus deberes. Me levanté de la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido. Ricardo tenía el sueño ligero y sabía que cualquier movimiento brusco podía desencadenar su furia matutina. Mientras caminaba hacia el baño, miré mi reflejo en el espejo. La joven de ojos tristes que me devolvía la mirada parecía extraña. ¿Dónde había quedado aquella Aurora llena de vida y sueños? Me preguntaba mientras el agua tibia de la ducha trataba de borrar las marcas de la