No pude tocar nada de la comida, no tenía ganas de comer. Solo pensaba en Teodoro, mi pobre gato, seguro estaría esperando en casa, pensando que lo he abandonado a su suerte. Mi corazón se contraía solo imaginarlo solo en algún rincón, esperándome. El dispensador de comida y agua le duraría una semana más, pero después de eso estaría completamente a su suerte.La puerta se abrió horas más tarde, y nuevamente la señora del servicio entró. Se mostró preocupada al ver que no había tocado la comida, pero no dijo nada y recogió lo que antes me había dejado, lo siento, pero mi apetito se había esfumado.Me recosté, mirando al techo. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera con brusquedad.—Come —ordenó esa voz grave y implacable. Me vi obligada a sentarme, y observé en sus manos una bandeja con comida. El hombre de la máscara, o en este caso, el coronel, avanzó con pasos pesados hasta quedar frente a mi cama. Deposito la bandeja en mis piernas y se quedó parado frente a mí, mi
Leer más