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Todos los capítulos de La Reina del Norte: Capítulo 51 - Capítulo 60
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Mael iba a cerrar las puertas a mis espaldas cuando se detuvo, mirando intrigado hacia la escalera. Seguí su mirada y vi que los hijos menores de Milo y Fiona trepaban a los saltos los últimos escalones en cuatro patas y corrían hacia nosotros, colándose dentro entre nuestras piernas. Sus padres los seguían de la mano, las cabezas casi juntas, como una parejita de adolescentes enamorados, platicando con sus mentes a juzgar por sus expresiones.Milo se veía fatigado, debía haber llegado del norte una hora atrás como mucho, pero volver a estar junto a su compañera bastaba para hacer brillar sus ojos de alegría. Y Fiona se veía ligera, de excelente humor, sin rastros del talante serio con que solía encarar sus deberes al frente del castillo.Alzaron la vista para saludarnos con grandes sonrisas y entramos los cuatro juntos a la sala de la reina, donde la encontramos riendo bajo un confuso
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—De modo que los dos Alfas y la Luna vendrán con tu padre.—Sí, e imagino que cada uno traerá a dos o tres de sus clanes, para avalar lo que digan al regresar con los suyos.—¿Tienes idea cuándo llegarán? —inquirió Fiona cuando pasaron las risas y bromas, y podía imaginar que ya estaba contando mentalmente cuántas camas disponibles teníamos, en cuántas habitaciones, y cuánto necesitábamos en los almacenes para alimentar a todos.—Se disponían a partir dos semanas después que yo, pero les llevará tiempo —explicó Muriel—. Viajarán en tríos, dos de ellos y uno de nosotros como guía, con dos días de distancia entre grupo y grupo. Han aparecido varias ciudades humanas entre la Cuna y los valles, y una multitud de pueblitos y aldeas. Pasar desapercibidos es la forma más segur
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Se dejó caer en el sillón junto al mío, levantándose los pantalones lo indispensable para que no lo molestaran al moverse, y me instó a inclinarme hacia él. Dejé mi asiento por sus rodillas mientras nos besábamos.—Quiero que me hagas el amor —susurré contra sus labios, dejándome ganar por la conocida sensación de liviandad que tanto echara en falta.—Claro que sí, amor mío, pero no esta noche —respondió acariciando mi mejilla con sonrisa fatigada—. Iremos paso a paso, como al principio, para ayudar a tu cuerpo a que no sienta ningún dolor ni molestia.En medio de la nube de bienestar que llenaba mi cabeza, reconocí que su prudencia era justificada. Costaba recordarlo entre sus brazos, pero sólo un mes atrás, algo tan simple como tender la cama me causaba dolores del pecho para abajo.—De acuerdo
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Despertar abrazada a su ancha espalda, sintiendo su respiración pausada, su cuerpo distendido, era la mejor forma de recibir un nuevo día. Especialmente porque él también despertó apenas me moví, y aguardó a que me aburriera de acariciar su espalda para girar hacia mí con una sonrisa desbordante de dulzura a flor de labios. Alcé la cabeza para que pasara su brazo y me apreté contra su costado.—¿Cómo te sientes, amor mío? —preguntó besando mi frente.Me limité a asentir junto a su pecho. Él asintió también y no dijo más. Tampoco durante el desayuno hizo comentarios sobre lo que ocurriera la noche anterior, que le daba la razón a la necesidad de que me tomara las cosas con calma. No por falta de deseo de ninguno de los dos, sino porque mi cuerpo parecía que precisaba volver a aprender a recibirlo en mi seno.<
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Muriel y Casey pasaron varios días en el castillo, y antes de partir aceptaron la invitación de Mael de visitar la aldea del Bosque Rojo, donde había lugar de sobra para que los clanes perdidos vivieran tranquilos, al menos hasta que decidieran si querían quedarse allí o buscar otras tierras.—¿Nos acompañarás? —me preguntó Mael esa tarde—. Partimos en la mañana y haremos noche allí.—¡Por supuesto! —asentí entusiasmada.La perspectiva de volver a viajar con Mael era una sorpresa inesperada, aunque no saliéramos del Valle. Además, hacía casi un año que no veía al clan de Ragnar, ni a Ronda. Sus hijos habían nacido sólo una semana antes que me trajeran del norte, y eran demasiado pequeños para que viniera con ellos al castillo en invierno.A la mañana siguiente, vestir ropas d
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Llegamos a la aldea poco antes del atardecer. Dos o tres osas con sus oseznos merodeaban por el linde del bosque, y tan pronto olieron lobos, huyeron a refugiarse en las casas que ahora ocupaban.Desierto y silencioso, el pueblo parecía un fantasma escapado de un sueño cuando nos internamos por la calle principal hacia el norte, las casas cerradas, puertas y ventanas tapiadas, los talleres abandonados.Pronto aparecieron varias figuras allá adelante, a un centenar de metros de la plaza, a saludarnos con las manos en alto. Bardo llegó planeando y se adelantó para volar en círculos sobre Ragnar y los suyos. Los cachorros lo siguieron corriendo, y sólo entonces advertí la gruesa soga que cruzaba la calle, lo bastante baja para que cualquiera la pasara sin necesidad de saltar.Un momento después estábamos en la plaza, y desmonté apresurada para caer en brazos de Ronda primero, y las dem&aac
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Cenamos todos allí, platicando y bromeando en un ambiente distendido que resultaba un bálsamo para mi espíritu. Me daba gusto ver tan bien al clan de Ragnar. Y tal vez por sus talantes despreocupados, alegres, y por las semanas que pasara con ellos en el norte, me sentía cómoda, en confianza, algo que a veces me costaba en el castillo.Mientras comíamos, manteníamos un ojo en los más pequeños. La actitud de Sheila había hecho que los otros cuatro le perdieran el miedo a los bebés y trataran de jugar con ellos. Y cuando eran bruscos sin darse cuenta, ella les lanzaba un tarascón para llamarlos al orden. Hasta que a todos los ganó el cansancio y se echaron a dormir frente al fuego. Entonces, los bebés se acurrucaron contra ellos y se durmieron también, muy tranquilos.—Necesitamos más cachorros por aquí —suspiró Ragnar.Conserva
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Pasamos un día más en la aldea, y a la mañana siguiente emprendimos el regreso. Ronda y Ragnar nos acompañaban con sus cachorros, para que la reina tuviera oportunidad de conocerlos.Mael y yo los acompañamos a verla esa misma noche, y su emoción era tan palpable que me llenó los ojos de lágrimas. Los recibió en sus manos uno por uno y los acercó a su cara, acariciando sus cabecitas mientras ellos la olían con curiosidad, hablándoles con su mente a juzgar por la forma en que movían la cola y lamían su mejilla. Entonces los acomodaba en su falda y tomaba el siguiente.Cuando tuvo a los cuatro en su regazo, muy cómodos y tranquilos, le tendió una mano a Ronda con una sonrisa rebosante de ternura. Ella se arrodilló junto a su madre, besando su mano antes de guiarla a su cabeza. La reina se inclinó para besar su frente, y advertí que las dos
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A fines de mayo llegó un cuervo desde el este, anunciando que los últimos lobos de la Cuna habían arribado sanos y salvos al Valle de Fuego, y descansarían una semana antes de cruzar las montañas. Dos días después llegaron Mendel y Mora con los hijos de ambos, y Ragnar y Ronda con sus bebés. Alfa Artos con su Luna y su Beta llegarían al día siguiente.El castillo parecía una colmena con los últimos preparativos para recibir a los representantes de los clanes perdidos.En medio de aquel ajetreo, lo mejor fue reencontrarme con Aine. Hacía año y medio que no nos veíamos, y me las arreglé para tomarme unas horas para escaparme con ella al lago. Hubiera querido llevar a los niños, pero era imposible apartarlos de los bebés de Ronda. Y al fin y al cabo resultó para bien, porque nos dio la posibilidad de hablar a solas.Aine estaba igual
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Mael despertó al alba e intentó levantarse sin perturbarme. Como si pudiera escaparse de mis brazos sin que me diera cuenta. Me apreté contra su espalda, reteniéndolo un momento más junto a mi cuerpo. Se revolvió para voltear hacia mí, y alcé la cara a tiempo para atrapar sus labios con los míos.—Buenos días, mi señor.—Buenos días, amor mío.Sabía que su cabeza estaba en otro lado, de modo que me limité a robarle un beso. Su aire distraído era más que comprensible: Alfa Eamon ya había cruzado las montañas con los clanes perdidos, y estaban a menos de un día de camino del castillo.Me tendí boca abajo atravesada en la cama, los brazos cruzados bajo mi mentón, para mirarlo levantarse y vestirse, su piel pálida reflejando el mortecino resplandor de los rescoldos en el hogar, su cuerpo esbelto, musculoso, una visión que me hacía cosquillear los dedos de deseo.—¿Por qué no sales a recibir a Alfa Eamon? —propuse, mirándolo vestirse.Me enfrentó frunciendo un poco el ceño con una expresión
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