98. Enemigas
—De aquí no me muevo sin llevarme a mi hijo. Regresas de la muerte y pretendes que crea éste cinismo tuyo salido de la nada. No hay pruebas, no tienes cómo probar nada. Tráeme —Rafael entrecierra los ojos fijo sólo en Altagracia, dando un paso hacia ella—, a mi hijo. —No tengo la necesidad de probar nada porque estas manos fueron las mismas que tocaron a ese niño cuando nació. Reconozco el tacto y el olor de mi bebé. Y ese niño de ahí lo es. Vete de mi hacienda, Rafael —Altagracia habla tratando de calmar la sobredosis de enojo que produce tener aquí a Rafael. Rafael suspira y exhala en control de su ira que lo carcome por dentro. No a gusto con la respuesta de Altagracia, la mira de arriba hacia abajo con tal de intimidarla. Observa la casa, donde Matías ya está oculto, y la sangre le hierve. —Es mi hijo —Rafael gruñe—, legalmente es mi hijo. Tráelo ahora, o te juro que vas a arrepentirte. —¿Crees que le tengo miedo a un Montesinos, Rafael? No haces nada amenazándome. Estás en
Leer más