El invierno en Ontario continuó con su manto de nieve, cubriéndolo todo en una quietud helada, pero de alguna forma, comenzamos a acostumbrarnos a la vida aquí. William y yo nos instalamos en nuestra nueva rutina. A medida que pasaban los días, me di cuenta de que la ciudad era pequeña, pero su gente era cálida y acogedora. Aunque mi corazón seguía destrozado, pude ver cómo, poco a poco, la rutina comenzaba a darnos algo que necesitábamos: estabilidad. Los vecinos, al principio curiosos por nuestra llegada, empezaron a mostrarse amables y a ofrecernos su ayuda. La señora Mackenzie, una mujer mayor que vivía a unos pocos metros, se convirtió en mi primera amiga. Me ayudaba con algunos consejos sobre el clima y cómo hacer frente a las temperaturas extremas de Ontario. Ella y su esposo, un hombre que trabajaba en la policía local, nos invitaron a cenar una noche, y aunque William no se mostraba muy entusiasta, la amabilidad de la pareja logró suavizar el ambiente. Poco después, conocí
Leer más