La cena en casa de los Winchester siempre fue un evento formal, una especie de ritual que mi madre, Alena, consideraba esencial para mantener la imagen que había cultivado a lo largo de los años. En mi familia, el protocolo nunca se tomaba a la ligera. Y esa noche no iba a ser la excepción. El comedor estaba elegantemente dispuesto, como siempre, con candelabros de cristal que iluminaban suavemente la mesa, y el aroma de la comida se extendía en el aire, invitando a una velada tranquila. Sin embargo, por alguna razón, sentía una ligera tensión en el ambiente, una presión que no podía ignorar.Mi hermano mayor, Dante, se sentó en la cabecera de la mesa, su expresión seria y calculadora. Siempre había sido el tipo que prefería controlar las situaciones. A su lado estaba Lucas, mi hermano menor, que en lugar de hacer preguntas, como de costumbre, se mostraba algo distraído, pero sus ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, observando todo con una curiosidad que no pasaba desapercibi
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