Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé... hasta hoy.
Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, algo inesperado me saca de mi breve momento de paz. Siempre he sido consciente de las expectativas que pesan sobre mí como duquesa y como miembro de la familia Winchester. Desde pequeña, mi madre, la impecable Alena Winchester, siempre me inculcó la importancia de la perfección. Mi padre, Sir William, con su actitud diplomática, reforzaba esa idea con frases como: —Una duquesa no solo lleva el título, lo representa en cada paso. Mis hermanos, en cambio, no tenían que preocuparse por esas cosas. Dante, Victoria y Lucas nacieron alfas dominantes, con presencias arrolladoras y feromonas que parecían tener el poder de mover montañas. Desde jóvenes dejaron claro que llevarían con orgullo el legado de nuestra familia. Yo, en cambio, me convertí en la anomalía. A mis 20 años, sigo esperando mi manifestación. Es un tema que mi madre evita mencionar en público pero que se ha vuelto una obsesión en privado. —Elena, no puedes permitirte esta debilidad —me dice mientras me observa desde su escritorio, sus ojos verdes tan críticos como siempre—. Los rumores son inevitables, y nuestra familia no puede permitirse escándalos. Por más que trato de cumplir con sus expectativas, siento que nunca es suficiente. Mi cuerpo no responde como debería. Mis feromonas son inestables, impredecibles. A veces apenas son perceptibles; otras, generan un caos a mi alrededor que me deja abrumada. Es como si mi propia biología se resistiera a definirme. Pero todos dicen que no tengo aroma, nadie puede persivir mi olor esencia. Mi escape siempre ha sido el museo de la universidad, un lugar que mi familia donó hace años. Allí, entre pinturas y esculturas, puedo olvidar por un rato mi condición y las expectativas de la duquesa perfecta. Ayudo en el museo mientras estudio arqueología, algo que me apasiona profundamente. En el museo, no soy una Winchester, ni una duquesa, ni una futura alfa. Solo soy Elena, una joven que ama el arte y la historia. Pero incluso ahí, mis hermanos no pueden evitar vigilarme. Dante, con su carácter protector, suele aparecer inesperadamente para asegurarse de que todo está bien. Lucas, el más joven, me acompaña algunas tardes, fingiendo interés en el arte mientras me observa como si fuera a romperme en cualquier momento. Ellos creen que soy frágil porque no me he manifestado, pero lo que no entienden es que mi fuerza radica en mi resiliencia. No necesito ser un alfa dominante para saber lo que quiero. Sin embargo, su sobreprotección constante solo me recuerda que, para ellos, siempre seré una incógnita. Hace días tuve una cita con el doctor Leclerc, un especialista en feromonas y manifestaciones tardías. Es la tercera vez que me examina este año, y aunque siempre me atiende con profesionalismo, no puedo evitar sentirme incómoda bajo su escrutinio. —Señorita Winchester, su caso sigue siendo inusual, pero no imposible —comienza, hojeando mis resultados mientras yo permanezco sentada frente a él. —¿Qué significa eso? —pregunto, intentando mantener mi tono neutral. El doctor suspira, dejando los papeles a un lado. —Sus feromonas están activas, pero no han alcanzado el punto de catalización necesario para su manifestación. En términos simples, su cuerpo está listo, pero necesita un detonante externo. Ahora sus feromonas salen en el examen pero no pueden ser persividas como si fueran transparentes, solo será visible para su predestinado. —¿Un detonante? ¿predestinado?—repito, confundida. —Debe exponerse a un alfa compatible para provocar el primer celo. Es un proceso común en casos de manifestación tardía. Sin embargo, aquí hay algo peculiar. Mi corazón late con fuerza mientras espero su explicación. —Su cuerpo aún no ha identificado a un alfa compatible, pero no es lo que esperaba. —¿Qué significa eso? —insisto, sintiendo que algo no está bien. —El alfa que su cuerpo acepte como catalizador la ayudará con su problema. Las palabras me golpean como una ráfaga de aire frío. —¿Un alfa? Eso no tiene sentido. Mi familia está llena de alfas. —Sé que suena extraño, pero no es imposible. Algunos alfa tienen feromonas lo suficientemente potentes como para desencadenar una respuesta en casos específicos. Es raro, pero ocurre. Quiero protestar, decirle que está equivocado, pero las pruebas están ahí. No puedo negarlas. Lo único que no entiendo es cómo mi cuerpo puede identificar a un alfa como compatible cuando estoy rodeada de miles y no ha ocurrido nada. ¿Qué clase de broma cruel es esta? El primer copo de nieve se posa en mi cabello, y sin darme cuenta, sigo observando el cielo. La nieve cae de forma suave, como un manto que cubre la ciudad y la envuelve en silencio. Pero, al volver la vista, noto que mi nuevo vecino también me está mirando. Esa mirada suya es penetrante, casi… peligrosa. Antes de que pueda reaccionar, lo veo dejar la botella de cerveza sobre la baranda de cemento. Con un movimiento ágil, se sube a ella. En ese momento pensé que su vida no valía nada y pensaba lanzarse al vacío frente a mis ojos, di algunos pasos abriendo bien los ojos por la sorpresa, pero en vez de saltar al precipicio a la altura de seis pisos, se lanza hacia mi balcón con una velocidad que me deja sin aliento. El aire helado corta a mi alrededor, y mi instinto me grita que retroceda. Ese hombre es un peligro inminente para alguien como yo, sola y debil, pues aún no me manifiesto como Alfa al igual que mis hermanas. Ellas si son fuertes e independientes y no le temen a nada, sólo con dejar salir sus feromonas de Alfa dominantes hacen arrodillar a cualquiera por debajo de ese carácter. Siento una mezcla de miedo y desconcierto. Algo en sus movimientos es extraño, no parece haber perdido el control por entrar en celo, tiene una fuerza y agilidad casi inhumana pero no puedo sentir sus feromonas. Se planta frente a mí, y lo primero que pienso es: Es un alfa. Por su tamaño y musculatura, sus rasgos físicos lo delatan. Mi corazón se acelera como si fuera a abandonar mi cuerpo que aunque no es pequeño aun no cuento con feromonas para defenderme y tener mi dominio bajo mi voluntad. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué vino de esa manera? El miedo me atenaza el pecho, y por un momento pienso que va a atacarme, que estoy atrapada. Pero él no parece hostil. En vez de eso, da un paso más, invadiendo mi espacio personal, y me acorrala contra la pared del balcón, atrapándome entre sus brazos. Hades me mira intensamente, como si estuviera evaluándome, y siento mi pulso martilleando en mis oídos. Con un gesto firme, se quita el abrigo y, antes de que pueda apartarme, lo coloca sobre mis hombros. Me rodea con él, envolviéndome en su calor, y el frío de la mañana desaparece momentáneamente. Su rostro está peligrosamente cerca del mío, y su aliento cálido roza mi piel cuando se inclina y susurra en mi oído. —Hola chiquilla. No deberías dejar que te caiga la nieve… —su voz es suave, apenas un susurro, pero sus palabras me recorren como un escalofrío—. Si lo haces, de seguro te vas a resfriar. Me quedo en silencio, atrapada en sus ojos ámbar y en la calidez de su abrigo. Su presencia me rodea, y por un instante, mis pensamientos se vuelven confusos, mezclados entre la atracción y el miedo. No sé qué esperar de él y yo aquí como estúpida sin levantar ni un dedo. De pronto, escucho una voz a lo lejos. —¡Hades! —alguien lo llama desde el interior de su apartamento. —Maldita sea, mi primo me busca—murmura sin quitarme la vista. Hades se detiene y se gira, mirando hacia la puerta de su balcón. Parece dudar por un segundo, como si no quisiera dejarme sola en este instante. Luego, con un movimiento rápido y fluido, da un paso hacia atrás, se impulsa hacia el borde de mi balcón y, con un salto casi felino, cae de nuevo en el suyo. Me quedo paralizada, incapaz de moverme, mientras lo veo aterrizar con una elegancia que me desconcierta. Su primo sale al balcón poco después, con una expresión despreocupada, y empieza a hablar con él, ajeno a lo que acaba de pasar entre nosotros. Todavía envuelta en el abrigo de Hades, el frío apenas me toca, pero mi corazón sigue acelerado. Aún siento su presencia cerca de mí, su voz en mi oído, como si me hubiera marcado de alguna forma. Me cuesta asimilar lo que acaba de ocurrir, como si no fuera real, como si hubiera sido parte de otro sueño. Toco suavemente la tela, inhalando el perfume inconfundible que quedó impregnado en él, ese aroma único y profundo que solo un alfa podría tener. Me envuelve de tal forma que cierro los ojos por un instante, dejando que el recuerdo de su voz en mi oído y de su mirada intensa sobre mí me inunde otra vez. Unos golpes en la puerta rompen el hechizo y vuelvo a la realidad. Me levanto con rapidez, casi sobresaltada, y abro la puerta solo para encontrarme con mis hermanos mayores, Victoria y Dante, y mi hermano menor, Lucas. Todos me miran con sonrisas, como si supieran algo que yo no, y me siento de inmediato expuesta, como si el abrigo de Hades me delatara de alguna manera. —¡Mira nada más! —Victoria exclama divertida mientras entra—. Alguien ha estado disfrutando de la mañana, ¿no? No entiendo a qué se refiere hasta que veo cómo sus ojos se fijan en el abrigo que aún llevo puesto. Antes de que pueda reaccionar, Dante me observa con esa expresión típica de hermano mayor, entre protector y curioso. Lucas, por su parte, me lanza una sonrisa cómplice. —Supongo que tu acompañante tuvo que irse antes del desayuno, ¿eh, hermanita? —comenta en tono bajo, pero con un brillo divertido en los ojos. Mis mejillas enrojecen, y aunque intento mantener la calma, el calor sube por mi rostro. Ni siquiera sé qué decir, porque, en realidad, no tengo nada que explicar. Quiero decirles que no es lo que ellos piensan, pero me doy cuenta de que podría sonar aún más sospechoso. ¿Qué les digo? Que el dueño de este abrigo simplemente se volvió loco, se detuvo en mi balcón, a la luz del amanecer, y me envolvió con él antes de desaparecer sin una palabra más. No, no lo entenderían y me calumniarían. —Solo... hace frío—murmuro, tratando de sonar casual mientras me quito el abrigo y lo dejo en el respaldo de una silla. Victoria sonríe, aunque noto que sigue observándome con ese ojo analítico que solo ella posee. No dice nada más, pero puedo ver que se ha formado sus propias conclusiones. En lugar de presionarme, simplemente me da un suave apretón en el brazo, como queriendo decir que, sea lo que sea, respetará mi silencio. Dante asiente como si aprobara algo, y su silencio protector me sorprende. Lucas, por su parte, se sienta en el sofá, dejándome entre risas un recado de nuestros padres. —Mamá y papá quieren que vengas a cenar esta noche —anuncia con tono despreocupado, como si no acabara de ponerme en evidencia. —Claro... claro, estaré allí —respondo, aún sintiéndome observada. —Solo pasamos a ver si ya te habías manifestado, teníamos días sin saber nada de ti. Te llamamos y no respondiste. —Perdí mi celular. Espero por Macarena para enviarla a comprarme otro. Odio esto, siempre sacan a colación el tema cada vez que tienen la oportunidad, mis hermanos alfas dominantes siempre quieren hacerme sentir pequeña. —Bueno, mantente en contacto, pequeña polilla—me dice Dante antes dirigirse a la puerta. Cuando finalmente se despiden y la puerta se cierra, me dejo caer en el sillón, agotada. Siento como si hubiera pasado por una pequeña batalla emocional en la que, sin decir una palabra, mis hermanos han descubierto más de lo que hubiera querido. Quizá, de alguna forma, ellos intuyen que algo cambió para mí esta mañana, y aunque no preguntaron, sé que sospechan. Mientras estoy allí, inmersa en mis pensamientos, me pregunto qué es lo que realmente quiero. ¿Por qué su presencia me afecta de esta manera? ¿Por qué no puedo simplemente ignorar este encuentro y seguir adelante? La voz de Victoria, con su tono travieso, resuena en mi mente: "Alguien ha estado disfrutando de la mañana". No saben cuánto razón tienen, aunque no de la forma que piensan. No puedo evitar preguntarme si volverá. ¿Será este el inicio de algo inesperado? O quizás, como una ráfaga de viento en medio de una tormenta de nieve, desaparecerá para siempre, dejándome solo con el recuerdo de una presencia intensa y efímera. Al final, decido que quizás es mejor no buscar respuestas aún. Tal vez la vida me las dará cuando sea el momento. Mientras tanto, dejo que el peso de los eventos de esta mañana se asiente en mi mente, permitiéndome sentir, por primera vez en mucho tiempo, que algo nuevo y emocionante podría estar a punto de comenzar.El avión aterrizó suavemente en el aeropuerto de Luxemburgo, y con ello, mi nueva vida comenzaba. Estaba lejos de Abu Dabi, de mi familia, de la exnovia que me había dejado antes de la boda. Mi vida en ese entonces se desmoronó como un castillo de cartas, pero ahora, aquí estaba, en Europa, comenzando un capítulo completamente diferente. Amil, mi primo, estaba a mi lado, su habitual energía vibrante llena de entusiasmo mientras nos dirigíamos hacia el área de recogida de equipaje. "No te preocupes, Hades. Aquí te va a gustar. La vida es otra. Olvídate de lo que dejaste atrás", me dijo, como si fuera un mantra que había estado repitiendo para convencerse a sí mismo también. A veces me irritaba su insistencia en que todo lo que había hecho en el pasado ya no importaba, pero entendía su punto. Los dos sabíamos que el pasado ya no se podía cambiar. Aún así, el dolor de la cicatriz de mi alma, la marca de un secuestro que nunca pude olvidar, permanecía conmigo. La huella de la inseguri
El primer copo de nieve cae y siento cómo se posa en mi cabello, frío pero insignificante. El cielo, encapotado, parece reflejar mi propio estado de ánimo: gris, indescifrable, lleno de secretos. Desde el balcón, dejo que el mundo se cubra de blanco, su silencio me reconforta, al menos por un momento. Pero, mientras mi mirada vaga por las calles nevadas, algo me detiene. No algo… alguien.Ella. Mi vecina. Es imposible ignorarla. Tiene esa fragilidad en su postura que no combina con su aura contenida, como si no supiera de lo que es capaz. Su cabello oscuro, contrastando con la nieve, le da un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un cuadro que alguien olvidó terminar. Y luego, sus ojos se encuentran con los míos. No puedo apartar la mirada. Su expresión vacila entre el desconcierto y la curiosidad, como si quisiera entender por qué la observo. Pero no estoy aquí para dar explicaciones, ni a ella ni a nadie. Mi respiración se profundiza. La botella de cerveza fría en mi
Capítulo: Destinos Cruzados El aula está más animada que de costumbre. No es la primera clase del día, pero la expectativa de la actividad práctica anunciada por el profesor Laurent mantiene a todos en alerta. Mientras camino hacia mi asiento, noto las dos urnas de madera en el escritorio del profesor. Parecen piezas sacadas de un museo, con detalles grabados que le dan un aire de antigüedad y misterio. El profesor Laurent, puntual como siempre, entra al aula con su característico aire de autoridad. Su sola presencia basta para reducir los murmullos a un murmullo contenido. —Buenos días —saluda, con ese tono firme que lo caracteriza—. Hoy continuaremos con la actividad práctica que les mencioné en la clase anterior. Trabajaremos en grupos de tres o cuatro para aprender los principios básicos de la restauración de cuadros. Es una habilidad esencial para quienes aspiren a destacar en arqueología o conservación. Las miradas cómplices y las sonrisas nerviosas se multiplican entre
El reloj marca las seis en punto cuando llego a la biblioteca. Es un espacio vasto, lleno de estanterías de madera oscura y el suave murmullo de páginas siendo pasadas. El aire está impregnado de ese aroma a libros antiguos, una mezcla entre papel envejecido y cuero. Me siento en casa aquí, un lugar que siempre ha sido mi refugio.Busco un lugar tranquilo en la sala principal y coloco mis materiales sobre la mesa. Mientras organizo mis notas, escucho pasos firmes acercándose. Miro hacia arriba y ahí está Hades el principe, con su andar elegante y su expresión de siempre: una mezcla de indiferencia y desafío.—Puntual. Me gusta —comenta mientras deja su mochila en la silla frente a mí.—Es lo mínimo que se espera en un trabajo en equipo —respondo con calma, volviendo a mis notas— Bien, empecemos, dividiremos el trabajo luego de investigar y mañana nos vemos a primera hora en el museo. Los demás deben estar por llegar.Hades no dice nada más, pero noto cómo su mirada recorre la sala, an
La cena en casa de los Winchester siempre fue un evento formal, una especie de ritual que mi madre, Alena, consideraba esencial para mantener la imagen que había cultivado a lo largo de los años. En mi familia, el protocolo nunca se tomaba a la ligera. Y esa noche no iba a ser la excepción. El comedor estaba elegantemente dispuesto, como siempre, con candelabros de cristal que iluminaban suavemente la mesa, y el aroma de la comida se extendía en el aire, invitando a una velada tranquila. Sin embargo, por alguna razón, sentía una ligera tensión en el ambiente, una presión que no podía ignorar.Mi hermano mayor, Dante, se sentó en la cabecera de la mesa, su expresión seria y calculadora. Siempre había sido el tipo que prefería controlar las situaciones. A su lado estaba Lucas, mi hermano menor, que en lugar de hacer preguntas, como de costumbre, se mostraba algo distraído, pero sus ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, observando todo con una curiosidad que no pasaba desapercibi
El sol apenas ha salido cuando me encuentro en el imponente museo que mis padres donaron a la universidad. La fachada, con sus columnas de mármol y sus grabados en relieve, parece siempre observarme, recordándome las expectativas familiares que pesan sobre mis hombros. Llego puntual, como siempre, pero me sorprende ver que no soy la primera. Hades está allí, de pie frente a la entrada, con esa postura relajada pero imponente que siempre parece tener. A su lado está Amil, su primo y, según he entendido, también su guardaespaldas. Ambos están conversando en voz baja cuando me acerco. —Veo que no tienes problemas para ser puntual —comento mientras cruzo los brazos, tratando de sonar indiferente. Hades levanta la mirada, y una sonrisa ladeada se dibuja en su rostro. —No quería perderme la oportunidad de ver a la coordinadora del museo en acción —responde con ese tono que parece oscilar entre la seriedad y la burla. —Espero que hayas traído algo más que comentarios sarcásticos, porque
Al salir del museo, la brisa fresca me ayuda a calmar la tensión que todavía siento en el pecho. Es irónico cómo un lugar que tanto me inspira puede transformarse en un campo de batalla gracias a las intrigas de alguien como Hilary. No entiendo por qué insiste en convertirme en su enemiga. Amil camina a mi lado, relajado, como si todo el espectáculo de hace unos minutos hubiera sido una simple obra de teatro. Su actitud despreocupada debería molestarme, pero en este momento es justo lo que necesito para aliviar el peso de lo ocurrido. —¿Vas a permitir que Hilary siga con sus juegos? —me pregunta, metiendo las manos en los bolsillos. —No estoy interesada en entrar en sus juegos ni en los de nadie—respondo, mirando al frente. Amil suelta una risa suave. —Te aseguro que ella no piensa lo mismo. ¿Sabes que esto no será lo último que intente, verdad? —Lo sé —digo, suspirando. Hilary no es del tipo que se rinde fácilmente, pero tampoco lo soy yo. Apenas llegamos al estacionami
Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé... hasta hoy.Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, alg