La cena en casa de los Winchester siempre fue un evento formal, una especie de ritual que mi madre, Alena, consideraba esencial para mantener la imagen que había cultivado a lo largo de los años. En mi familia, el protocolo nunca se tomaba a la ligera. Y esa noche no iba a ser la excepción. El comedor estaba elegantemente dispuesto, como siempre, con candelabros de cristal que iluminaban suavemente la mesa, y el aroma de la comida se extendía en el aire, invitando a una velada tranquila. Sin embargo, por alguna razón, sentía una ligera tensión en el ambiente, una presión que no podía ignorar.
Mi hermano mayor, Dante, se sentó en la cabecera de la mesa, su expresión seria y calculadora. Siempre había sido el tipo que prefería controlar las situaciones. A su lado estaba Lucas, mi hermano menor, que en lugar de hacer preguntas, como de costumbre, se mostraba algo distraído, pero sus ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, observando todo con una curiosidad que no pasaba desapercibida. Sabía que algo no estaba bien. Algo que no tenía que ver con la cena, sino con lo sucedido más temprano, cuando salí de la biblioteca con Hades. La conversación comenzó de manera típica, con mi madre preguntándome sobre mi día y cómo iban mis estudios. Siempre tenía una forma peculiar de hacer preguntas, casi como si buscara un detalle oculto en cada respuesta. —Elena, ¿cómo te fue hoy en la universidad? —preguntó mi madre con su tono firme, pero suave, el que usaba para extraer la verdad. —Bien, madre, todo en orden. Un día largo, pero manejable —respondí mientras tomaba un poco de vino para calmar los nervios. No quería hablar de lo sucedido con Hades. No frente a ellos. Pero la mirada de Dante, que había estado observándome durante toda la cena, me decía que él sabía algo más. Finalmente, no pudo contenerse. —¿Aún no piensas decirme quién es ese tipo que tomo tu mano y te abrazó? —dijo, sus ojos fijos en mí, como si pudiera leerme a través de la piel. —Hades, ¿verdad? Mi respiración se detuvo un segundo. ¿Cómo podía Dante hablar de él frente a nuestros padres? No le había mencionado nada. —Es... un compañero de la universidad, ya te lo dije—respondí rápidamente, forzando una sonrisa para quitarle peso al asunto. —Nada importante. —Wao, ¿como va eso?— pregunta Victoria que hasta ahora permanecía con la mirada en su celular. Dante no parecía convencido. —No me gusta la forma en que te miraba, Elena —dijo en un tono bajo, casi murmurando. —No sé, tiene algo raro. El silencio que siguió fue incómodo. Lucas, que estaba al tanto de lo que había sucedido en la biblioteca, se inclinó hacia adelante, entrecerrando los ojos como si estuviera analizando la situación. —¿Es guapo hermana?— pregunta Victoria. —Creo que tiene algo que ver con... feromonas —dijo Lucas, como si esa palabra pudiera explicar todo. —Es como si su presencia te afectara de una forma... rara. Me sorprendió que Lucas mencionara algo tan directo. Sabía que él tenía una sensibilidad peculiar para los detalles, pero esa era la primera vez que se refería a algo así. —¡Victoria, Lucas, por favor! —exclamé, sintiéndome colorada. —No es nada de lo que estás pensando. Es solo un compañero de clase. Y... no hay nada raro en él. Seguro pensó que eran algún extraño y solo quería protegerme. Mi madre observaba en silencio, sus ojos verdes fijos en mí, evaluando cada palabra que salía de mi boca. Mi padre, Sir William, mantuvo su calma habitual. —¿Qué tipo de compañero es este tal Hades, Elena? —preguntó, con un tono que intentaba ser casual, pero que dejaba entrever una ligera preocupación. —Es... un tipo serio. Un príncipe de Adu dabi que vino a estudiar. Solo eso —respondí, sin dar demasiados detalles. —No hay nada que valga la pena mencionar. —¿Un qué? Wao la sacaste del estadio hermana, si te manifiestas como Alfa, podrás tener a tus pies a ese príncipe. Dante, sin embargo, no estaba satisfecho. —Si hay algo raro en ese tipo, yo lo sabré, no me importa que sea el rey del medio oriente. No quiero que te metas en algo que no entiendes. No confío en él. —Yo tampoco —agregó Lucas, —aunque... no sé, tiene algo que no puedo quitarme de la cabeza. El ambiente estaba cargado de tensión, pero no quería que la cena se convirtiera en un interrogatorio sobre Hades. Así que intenté cambiar de tema, algo que sabía que podía hacer para desviar la atención. —Bueno, en realidad... hay algo más importante de lo que me gustaría hablar —dije, tomando un sorbo de vino. —En el museo, necesitamos restaurar una pintura que necesite ser restaurada, es parte de una tarea. Creo que podríamos empezar con eso. Es un trabajo que necesito entregar en grupo. Mi madre, que siempre valoraba el arte y la cultura, se iluminó un poco al escuchar el tema. —Eso suena interesante, Elena. Cuéntanos más. ¿Qué pintura necesitas? —Que sea una obra antigua, y como las condiciones no son las mejores, necesitamos restaurarla cuidadosamente —expliqué. —Es un trabajo que me ayudará a avanzar en mis estudios, además de preservar una pieza valiosa de nuestra historia. Lucas, siempre con una chispa juguetona, no pudo evitar intervenir. —No me sorprendería que Hades apareciera en el museo para estropear la pintura, se ve que es un salvaje no un príncipe. Aunque no me gustaría tenerlo cerca, ya sabes, por lo de las... feromonas. Me sentí completamente avergonzada, pero no dejé que se notara demasiado. —Lucas, basta —dije con firmeza, para que no fuera más allá. —Y si te parece tan raro, entonces ni lo mencionemos más. Mi madre asintió con una leve sonrisa. —Está bien, Elena. Solo recuerda que tu futuro está en tus manos. No quiero que te pongas en una situación que te perjudique. Recuerda que eres una duquesa. Mi padre también intervino, su tono más tranquilo que el de mi madre, pero igualmente preocupado. —Lo que importa es tu seguridad, Elena. No hagas nada que pueda poner en peligro tu reputación o tu carrera. —Claro, padre. Lo tendré en cuenta —respondí, manteniendo mi tono formal y respetuoso. La cena continuó, pero yo estaba distraída. No podía dejar de pensar en la sensación que me provocó Hades. Había algo en él que me inquietaba, algo que me atraía a pesar de la barrera que intentaba mantener. A lo lejos, la conversación entre mis padres y hermanos seguía siendo sobre el museo y el trabajo que me quedaba por hacer, pero mi mente vagaba a otros lugares, a otros pensamientos, como si fuera imposible centrarme completamente en lo que sucedía a mi alrededor. Finalmente, al terminar la cena, mi madre se levantó de la mesa. —Elena, quiero hablar contigo más tarde —dijo con tono autoritario, como si estuviera preparando el terreno para otra de nuestras charlas familiares. Mi padre se levantó también y, antes de que pudiera irme, me miró fijamente. —Recuerda lo que te hemos dicho. Lo que sea que esté pasando, no dejes que te desvíe de lo que realmente importa. Sentí el peso de sus palabras, pero también sabía que no podía dejar que mi familia controlara cada uno de mis pasos. A medida que salía de la mesa, me pregunté si alguna vez entenderían lo que estaba pasando dentro de mí. Pero, al final, lo único que sabía era que Hades seguía en mi mente, de una forma que no podía ignorar.El sol apenas ha salido cuando me encuentro en el imponente museo que mis padres donaron a la universidad. La fachada, con sus columnas de mármol y sus grabados en relieve, parece siempre observarme, recordándome las expectativas familiares que pesan sobre mis hombros. Llego puntual, como siempre, pero me sorprende ver que no soy la primera. Hades está allí, de pie frente a la entrada, con esa postura relajada pero imponente que siempre parece tener. A su lado está Amil, su primo y, según he entendido, también su guardaespaldas. Ambos están conversando en voz baja cuando me acerco. —Veo que no tienes problemas para ser puntual —comento mientras cruzo los brazos, tratando de sonar indiferente. Hades levanta la mirada, y una sonrisa ladeada se dibuja en su rostro. —No quería perderme la oportunidad de ver a la coordinadora del museo en acción —responde con ese tono que parece oscilar entre la seriedad y la burla. —Espero que hayas traído algo más que comentarios sarcásticos, porque
Al salir del museo, la brisa fresca me ayuda a calmar la tensión que todavía siento en el pecho. Es irónico cómo un lugar que tanto me inspira puede transformarse en un campo de batalla gracias a las intrigas de alguien como Hilary. No entiendo por qué insiste en convertirme en su enemiga. Amil camina a mi lado, relajado, como si todo el espectáculo de hace unos minutos hubiera sido una simple obra de teatro. Su actitud despreocupada debería molestarme, pero en este momento es justo lo que necesito para aliviar el peso de lo ocurrido. —¿Vas a permitir que Hilary siga con sus juegos? —me pregunta, metiendo las manos en los bolsillos. —No estoy interesada en entrar en sus juegos ni en los de nadie—respondo, mirando al frente. Amil suelta una risa suave. —Te aseguro que ella no piensa lo mismo. ¿Sabes que esto no será lo último que intente, verdad? —Lo sé —digo, suspirando. Hilary no es del tipo que se rinde fácilmente, pero tampoco lo soy yo. Apenas llegamos al estacionami
Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé... hasta hoy.Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, alg
Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé... hasta hoy.Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, alg
El avión aterrizó suavemente en el aeropuerto de Luxemburgo, y con ello, mi nueva vida comenzaba. Estaba lejos de Abu Dabi, de mi familia, de la exnovia que me había dejado antes de la boda. Mi vida en ese entonces se desmoronó como un castillo de cartas, pero ahora, aquí estaba, en Europa, comenzando un capítulo completamente diferente. Amil, mi primo, estaba a mi lado, su habitual energía vibrante llena de entusiasmo mientras nos dirigíamos hacia el área de recogida de equipaje. "No te preocupes, Hades. Aquí te va a gustar. La vida es otra. Olvídate de lo que dejaste atrás", me dijo, como si fuera un mantra que había estado repitiendo para convencerse a sí mismo también. A veces me irritaba su insistencia en que todo lo que había hecho en el pasado ya no importaba, pero entendía su punto. Los dos sabíamos que el pasado ya no se podía cambiar. Aún así, el dolor de la cicatriz de mi alma, la marca de un secuestro que nunca pude olvidar, permanecía conmigo. La huella de la inseguri
El primer copo de nieve cae y siento cómo se posa en mi cabello, frío pero insignificante. El cielo, encapotado, parece reflejar mi propio estado de ánimo: gris, indescifrable, lleno de secretos. Desde el balcón, dejo que el mundo se cubra de blanco, su silencio me reconforta, al menos por un momento. Pero, mientras mi mirada vaga por las calles nevadas, algo me detiene. No algo… alguien.Ella. Mi vecina. Es imposible ignorarla. Tiene esa fragilidad en su postura que no combina con su aura contenida, como si no supiera de lo que es capaz. Su cabello oscuro, contrastando con la nieve, le da un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un cuadro que alguien olvidó terminar. Y luego, sus ojos se encuentran con los míos. No puedo apartar la mirada. Su expresión vacila entre el desconcierto y la curiosidad, como si quisiera entender por qué la observo. Pero no estoy aquí para dar explicaciones, ni a ella ni a nadie. Mi respiración se profundiza. La botella de cerveza fría en mi
Capítulo: Destinos Cruzados El aula está más animada que de costumbre. No es la primera clase del día, pero la expectativa de la actividad práctica anunciada por el profesor Laurent mantiene a todos en alerta. Mientras camino hacia mi asiento, noto las dos urnas de madera en el escritorio del profesor. Parecen piezas sacadas de un museo, con detalles grabados que le dan un aire de antigüedad y misterio. El profesor Laurent, puntual como siempre, entra al aula con su característico aire de autoridad. Su sola presencia basta para reducir los murmullos a un murmullo contenido. —Buenos días —saluda, con ese tono firme que lo caracteriza—. Hoy continuaremos con la actividad práctica que les mencioné en la clase anterior. Trabajaremos en grupos de tres o cuatro para aprender los principios básicos de la restauración de cuadros. Es una habilidad esencial para quienes aspiren a destacar en arqueología o conservación. Las miradas cómplices y las sonrisas nerviosas se multiplican entre
El reloj marca las seis en punto cuando llego a la biblioteca. Es un espacio vasto, lleno de estanterías de madera oscura y el suave murmullo de páginas siendo pasadas. El aire está impregnado de ese aroma a libros antiguos, una mezcla entre papel envejecido y cuero. Me siento en casa aquí, un lugar que siempre ha sido mi refugio.Busco un lugar tranquilo en la sala principal y coloco mis materiales sobre la mesa. Mientras organizo mis notas, escucho pasos firmes acercándose. Miro hacia arriba y ahí está Hades el principe, con su andar elegante y su expresión de siempre: una mezcla de indiferencia y desafío.—Puntual. Me gusta —comenta mientras deja su mochila en la silla frente a mí.—Es lo mínimo que se espera en un trabajo en equipo —respondo con calma, volviendo a mis notas— Bien, empecemos, dividiremos el trabajo luego de investigar y mañana nos vemos a primera hora en el museo. Los demás deben estar por llegar.Hades no dice nada más, pero noto cómo su mirada recorre la sala, an