Habían pasado varios meses, de la boda de nuestros alfas y nuestra Omega Elena. Su vientre había crecido lo suficiente y estaba casi a termino.Ese día en particular. Elena se encontraba en su apartamento acomodando algunos libros cuando sintió un dolor punzante en el abdomen. Al principio pensó que era un malestar normal del embarazo, pero el dolor se intensificó hasta obligarla a apoyarse contra la pared.—Hades… —murmura, intentando no entrar en pánico.Hades, que estaba en la cocina preparando algo ligero para el almuerzo, escuchó el tono de alarma en su voz y dejó todo de inmediato. Al verla aferrándose al marco de la puerta, corrió hacia ella.—¡Elena! ¿Qué pasa? ¿Es el bebé?Ella asintió, respirando entrecortadamente.—Creo que… creo que ya viene.Hades palideció. Sabía que el doctor había advertido que el parto podría ser complicado debido al tamaño del bebé, y la ansiedad que había intentado ocultar durante semanas se apoderó de él.—¡De acuerdo! ¡No te muevas, voy por las co
Hades estaba sentado junto a la cama de Elena, sosteniendo su mano con firmeza mientras las contracciones la sacudían. Su frente estaba perlada de sudor y sus labios apretados en un gesto de dolor, pero aún así, intentaba mantenerse firme.—Respira, amor —susurra Hades, inclinándose para besar su frente con ternura—. Yo estoy aquí.Elena le lanzó una mirada entre exasperada y afectuosa.—¡No necesito que me digas que respire, Hades! —espetó entre jadeos—. ¡Estoy respirando y duele como el infierno!Él deja escapar una risa suave, aunque su pecho se contraía al verla sufrir. Sabía que el parto de un Omega podía ser complicado, pero nunca había sentido un terror tan visceral como el que lo embargaba en ese momento.—Lo sé, lo sé, mi amor —murmura, acariciando su mejilla—. Pero confía en mí. Todo saldrá bien.Otra contracción la hizo arquearse de dolor y, sin pensarlo, Hades deja salir sus feromonas alfa en un intento de calmarla. Su esencia densa y protectora envolvió la habitación como
Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban ..cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé… hasta hoy. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, algo inesperado me saca de mi breve momento de paz. Música, risas, y lo que parecen ser cientos de voces se filtran por las paredes. Abro los ojos, incrédula, y me quedo escuchando. Tal vez fue solo una casualidad, un breve estallido de música. Pero no. El diablo debe estar tramando algo en mi contra porque esto no es normal. La música continúa, las voces se elevan, y es imposible ignorarlo. ¿Quién en su sano juicio a
Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, algo inesperado me saca de mi breve momento de paz. Siempre he sido consciente de las expectativas que pesan sobre mí como duquesa y como miembro de la familia Winchester. Desde pequeña, mi madre, la impecable Alena Winchester, siempre me inculcó la importancia de la perfección. Mi padre, Sir William, con su actitud diplomática, reforzaba esa idea con frases como: —Una duquesa no solo lleva el título, lo representa en cada paso. M
El avión aterrizó suavemente en el aeropuerto de Luxemburgo, y con ello, mi nueva vida comenzaba. Estaba lejos de Abu Dabi, de mi familia, de la exnovia que me había dejado antes de la boda. Mi vida en ese entonces se desmoronó como un castillo de cartas, pero ahora, aquí estaba, en Europa, comenzando un capítulo completamente diferente. Amil, mi primo, estaba a mi lado, su habitual energía vibrante llena de entusiasmo mientras nos dirigíamos hacia el área de recogida de equipaje. "No te preocupes, Hades. Aquí te va a gustar. La vida es otra. Olvídate de lo que dejaste atrás", me dijo, como si fuera un mantra que había estado repitiendo para convencerse a sí mismo también. A veces me irritaba su insistencia en que todo lo que había hecho en el pasado ya no importaba, pero entendía su punto. Los dos sabíamos que el pasado ya no se podía cambiar. Aún así, el dolor de la cicatriz de mi alma, la marca de un secuestro que nunca pude olvidar, permanecía conmigo. La huella de la inseguridad
El primer copo de nieve cae y siento cómo se posa en mi cabello, frío pero insignificante. El cielo, encapotado, parece reflejar mi propio estado de ánimo: gris, indescifrable, lleno de secretos. Desde el balcón, dejo que el mundo se cubra de blanco, su silencio me reconforta, al menos por un momento. Pero, mientras mi mirada vaga por las calles nevadas, algo me detiene. No algo… alguien. Ella. Mi vecina. Es imposible ignorarla. Tiene esa fragilidad en su postura que no combina con su aura contenida, como si no supiera de lo que es capaz. Su cabello hermoso, contrastando con la nieve, le da un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un cuadro que alguien olvidó terminar. Y luego, sus ojos se encuentran con los míos. No puedo apartar la mirada. Su expresión vacila entre el desconcierto y la curiosidad, como si quisiera entender por qué la observo. Pero no estoy aquí para dar explicaciones, ni a ella ni a nadie. Mi respiración se profundiza. La botella de cerveza fría en mi
El reloj marca las seis en punto cuando llego a la biblioteca. Es un espacio vasto, lleno de estanterías de madera oscura y el suave murmullo de páginas siendo pasadas. El aire está impregnado de ese aroma a libros antiguos, una mezcla entre papel envejecido y cuero. Me siento en casa aquí, un lugar que siempre ha sido mi refugio. Busco un lugar tranquilo en la sala principal y coloco mis materiales sobre la mesa. Mientras organizo mis notas, escucho pasos firmes acercándose. Miro hacia arriba y ahí está Hades el principe, con su andar elegante y su expresión de siempre: una mezcla de indiferencia y desafío. —Puntual. Me gusta —comenta mientras deja su mochila en la silla frente a mí. —Es lo mínimo que se espera en un trabajo en equipo —respondo con calma, volviendo a mis notas— Bien, empecemos, dividiremos el trabajo luego de investigar y mañana nos vemos a primera hora en el museo. Los demás deben estar por llegar. Hades no dice nada más, pero noto cómo su mirada recorre la sala,
—El es solo mi compañero de clase —respondí rápidamente, intentando sonar convincente. Sin embargo, mi voz temblaba ligeramente, traicionándome. —¿Un compañero de clase? —repitió Dante, cruzándose de brazos mientras seguía evaluando a Hades. Hades no se inmutó. En lugar de soltarme, me atrajo un poco más hacia él, y me abrazó por la cintura, como si estuviera marcando territorio. Mi corazón latía con fuerza, y no sabía si era por la situación o por el extraño efecto que él tenía sobre mí. "¡Este malditö Alfa loco de m****a, va a hacer que mi hermano no me deje en paz por el resto del año!" —pensé. —Tú....Suéltame—le dije en un susurro. —¿Por qué lo haría? — me responde Hades muy campante como si yo fuera su novia o lo que sea. —Dante, por favor, no es lo que parece —dije, intentando calmar la tensión en el aire, mientras intento zafarme de sus enormes manos disimuladamente. Pero Dante no parecía convencido. Sus ojos se entrecerraron mientras observaba a Hades con una mezcla de