El avión aterrizó suavemente en el aeropuerto de Luxemburgo, y con ello, mi nueva vida comenzaba. Estaba lejos de Abu Dabi, de mi familia, de la exnovia que me había dejado antes de la boda. Mi vida en ese entonces se desmoronó como un castillo de cartas, pero ahora, aquí estaba, en Europa, comenzando un capítulo completamente diferente.
Amil, mi primo, estaba a mi lado, su habitual energía vibrante llena de entusiasmo mientras nos dirigíamos hacia el área de recogida de equipaje. "No te preocupes, Hades. Aquí te va a gustar. La vida es otra. Olvídate de lo que dejaste atrás", me dijo, como si fuera un mantra que había estado repitiendo para convencerse a sí mismo también. A veces me irritaba su insistencia en que todo lo que había hecho en el pasado ya no importaba, pero entendía su punto. Los dos sabíamos que el pasado ya no se podía cambiar. Aún así, el dolor de la cicatriz de mi alma, la marca de un secuestro que nunca pude olvidar, permanecía conmigo. La huella de la inseguridad y el abandono seguían ahí, como sombras que no se disipaban. Cuando llegamos a Luxemburgo, las calles frías y mojadas me dieron una bienvenida silenciosa. La ciudad era hermosa, pero yo no estaba aquí por la belleza de los edificios ni por la atmósfera europea. Estaba aquí para escapar. Para encontrar algo nuevo. Algo que me permitiera reconstruir mi vida sin las cargas de mi pasado. Nuestro apartamento estaba en un edificio moderno, con vistas a la ciudad, pero aún así tenía una vibra tranquila. Un lugar adecuado para estudiar y pasar el tiempo lejos de las distracciones. A medida que entramos, me di cuenta de que el lugar era mucho más grande de lo que pensaba. El tipo de apartamento que sólo un estudiante con recursos podría permitirse. Como si el universo me estuviera dando una segunda oportunidad para comenzar de nuevo. Amil, al ver que me perdía en mis pensamientos, me dio un codazo. —Oye, ¿qué tal si vamos a celebrar esta nueva etapa con una fiesta? Conoceremos gente, y por una vez, podemos relajarnos. No estaba en el ánimo para grandes celebraciones, pero sabía que estaba aquí para hacer nuevos recuerdos, no quedarme atrapado en los viejos recuerdos. Así que acepté su invitación, buscamos en el GPS algún antro que fuera bueno y cercano, aunque mi mente no estaba del todo presente. Salimos esa noche, caminando hacia una discoteca que Amil había recomendado. La música, el brillo de las luces, el bullicio, todo me parecía ajeno, una pantalla que se interpone entre la realidad y yo. Aunque me encontraba rodeado de personas, sentía una desconexión profunda, como si estuviera observando todo desde una distancia. Pero, a medida que las horas avanzaban, el alcohol comenzó a hacer su efecto y las tensiones del día se desvanecieron. Era casi medianoche cuando decidimos salir del lugar. Amil y un grupo de personas que conocimos improvisaron una fiesta más. —Vamos a seguirla en el apartamento— dijo mi primo, y, por supuesto, nadie se negó. La noche aún era joven, y lo que menos quería era quedarme solo con mis pensamientos, así que di el visto bueno a Amil. Pedimos comida y bebidas y en menos de media hora teníamos una fiesta a todo dar. El apartamento estaba lleno de música, risas y luces brillantes, pero incluso entre todo eso, algo seguía faltando. La gente era simpática, pero la mayoría estaba allí solo por la diversión, sin un propósito real. Al final, eso me hartó. Necesitaba un descanso. Decidí salir al balcón. El aire frío de diciembre me hizo sentir algo de alivio. Estaba acostumbrado al calor de Abu Dabi, pero el frío aquí era diferente, más limpio, más claro. La vista de la ciudad de noche, con sus luces parpadeando a lo lejos, me hacía sentir que realmente podía estar comenzando algo nuevo. Al principio, el ruido de la fiesta a mis espaldas me molestaba, pero con cada segundo que pasaba, me dejaba llevar por la tranquilidad que encontraba allí. No estuve un minuto a solas cuando varias de las personas salieron a fumar. Hablaban de todo y de nada yo solo les hice creer que los escuchaba. No fue hasta que escuché unos pasos a mi lado que mi atención se desvió. Me giré lentamente y vi a una chica. La chica del balcón de al lado. Su pijama dorada brillaba con la luz tenue de la ciudad. No pude evitar fijarme en ella. Algo en su actitud, en su postura, me llamó la atención. No era como las demás personas que había conocido esa noche, que sólo estaban ahí para divertirse. Ella estaba molesta, claramente harta del ruido que se colaba en sus ventanas. Y sin pensarlo, me acerqué al borde del balcón y la miré fijamente. —¿Te molesta el ruido? —le pregunté, notando la tensión en su rostro. Sus ojos, fríos como el hielo, me fulminaron. No esperaba que me respondiera con amabilidad, pero algo en su mirada, algo en esa tensión que parecía cargarla, me fascinó. Mi instinto Alfa despertó, pero la traté con más cautela que con la mayoría de las personas. Quería saber más de ella. ¿Quién era esa chica que me desafiaba sin decir una sola palabra? Justo cuando el ruido y las risas invadían el aire. Ella, en pijama dorado, con esa mirada tan intensa, tan irritable. Como si el mundo entero fuera un problema y ella lo llevara sobre sus hombros. La vi y la desee, como si el frío de diciembre fuera algo que pudiera domar. Y luego, nuestros ojos se encontraron. Algo en mi pecho se movió, como si el tiempo se detuviera, aunque fue solo un segundo. Su mirada era desafiante. Con furia de la anoche. Un desconcierto que no pude leer por completo. Su verde esmeralda se clava en los míos, y tal vez se está preguntando quién demonios hago aquí. Qué demonios hago observándola. Pero no puedo evitarlo. Hay algo en ella, en esa rabia contenida, que me llama, que me desafía. Ella me lanza una mirada dura, casi como si fuera a lanzarme algo en la cara, pero no dice nada al principio. Espero. La tensión se estira entre nosotros como un cable bajo presión. —Sí, de hecho. Algunos de nosotros necesitamos dormir. —La respuesta sale de sus labios con una frialdad que me hace sonreír. Claro que es una respuesta directa. Nadie le ha enseñado a ser suave, y eso me gusta. No me disculpo, no soy capaz de hacer eso. En lugar de eso, le devuelvo la sonrisa, una que tal vez sea demasiado segura, tal vez demasiado arrogante. —Es solo una bienvenida. ¿Qué hay de malo en eso? —digo, mientras mis amigos siguen mirando, riendo y disfrutando de la fiesta que parece estar al borde de mi control. Pero algo me mantiene allí, mirándola. Ella, sin embargo, no se ríe. Al contrario, me lanza una mirada más fulminante y hace un gesto hacia el interior de mi apartamento, como si mi fiesta fuera un error para su mundo. —Bueno, tal vez a algunos de nosotros nos gustaría descansar en vez de escuchar… eso. —Me señala, y me pregunto si soy capaz de ver la ira en sus ojos como una advertencia. Tal vez quiera que me dé por vencido. Pero no lo hago. No cuando se trata de ella. No cuando hay algo en su mirada, algo que me dice que ella guarda un secreto. No soy solo un chico en una fiesta ruidosa. Aunque no podría decir qué es lo que me hace pensarlo. —Soy Hades. Es un placer tener a una vecina tan hermosa —digo sin más, aunque las palabras suenan más suaves de lo que esperaba. Algo en el aire cambia en ese momento. Ella no dice nada, solo me observa como si estuviera tratando de descifrarme. Como si no supiera qué hacer con el sentimiento que ahora la rodea. Antes de que pueda responder, una de Amil me llama, y sin pensarlo mucho, le devuelvo una sonrisa de despedida. Un gesto tranquilo, casi como si estuviera marcando mi territorio, aunque no lo hago deliberadamente. Pero la sensación de haberla dejado atrás, de haber dejado una marca en su mente, no se va. No puedo dejar de pensar en ella. Así que, mientras mi fiesta se disuelve en el olvido y la madrugada se estira aún más, me quedo allí, pensando. Esta vecina... esta mujer… algo me dice que, a partir de hoy, nuestras vidas no serán tan simples como parecen. El eco de sus palabras resuena en mi cabeza mientras me dejo caer en el sofá, buscando en el aire la misma electricidad que había sentido cuando la miré. Algo está pasando, algo que ni ella ni yo entendemos aún. Pero no puedo esperar para ver cómo se desarrolla. La mañana siguiente despierto con jaqueca, había desorden a donde quiera que se mirara. Fuí a la cocina abrí el refri y salí al balcón. Me quedo allí, con la cerveza en mano, mirando hacia el balcón de al lado, sabiendo que ella está ahí. No la había visto bien anoche, no en detalle, solo esos ojos furiosos que me retaron con un destello de intensidad. Pero hoy, hoy era diferente. La luz de la mañana juega con su cabello dorado, con ese aire melancólico que parece rodearla como una niebla. Hay algo en su postura, algo en cómo se enfrenta al frío de la mañana que me atrae de una manera inexplicable. La veo salir al balcón, con una taza en la mano, claramente buscando un respiro, como si el día la hubiera absorbido. Estoy seguro de que la última vez que la vi, fue más por su actitud desafiante que por cualquier otra cosa. Pero ahora, al verla bajo la claridad de la mañana, con su rostro pensativo y los ojos tan llenos de algo que no logro entender del todo, la situación cambia.El primer copo de nieve cae y siento cómo se posa en mi cabello, frío pero insignificante. El cielo, encapotado, parece reflejar mi propio estado de ánimo: gris, indescifrable, lleno de secretos. Desde el balcón, dejo que el mundo se cubra de blanco, su silencio me reconforta, al menos por un momento. Pero, mientras mi mirada vaga por las calles nevadas, algo me detiene. No algo… alguien. Ella. Mi vecina. Es imposible ignorarla. Tiene esa fragilidad en su postura que no combina con su aura contenida, como si no supiera de lo que es capaz. Su cabello hermoso, contrastando con la nieve, le da un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un cuadro que alguien olvidó terminar. Y luego, sus ojos se encuentran con los míos. No puedo apartar la mirada. Su expresión vacila entre el desconcierto y la curiosidad, como si quisiera entender por qué la observo. Pero no estoy aquí para dar explicaciones, ni a ella ni a nadie. Mi respiración se profundiza. La botella de cerveza fría en mi
El reloj marca las seis en punto cuando llego a la biblioteca. Es un espacio vasto, lleno de estanterías de madera oscura y el suave murmullo de páginas siendo pasadas. El aire está impregnado de ese aroma a libros antiguos, una mezcla entre papel envejecido y cuero. Me siento en casa aquí, un lugar que siempre ha sido mi refugio. Busco un lugar tranquilo en la sala principal y coloco mis materiales sobre la mesa. Mientras organizo mis notas, escucho pasos firmes acercándose. Miro hacia arriba y ahí está Hades el principe, con su andar elegante y su expresión de siempre: una mezcla de indiferencia y desafío. —Puntual. Me gusta —comenta mientras deja su mochila en la silla frente a mí. —Es lo mínimo que se espera en un trabajo en equipo —respondo con calma, volviendo a mis notas— Bien, empecemos, dividiremos el trabajo luego de investigar y mañana nos vemos a primera hora en el museo. Los demás deben estar por llegar. Hades no dice nada más, pero noto cómo su mirada recorre la sala,
—El es solo mi compañero de clase —respondí rápidamente, intentando sonar convincente. Sin embargo, mi voz temblaba ligeramente, traicionándome. —¿Un compañero de clase? —repitió Dante, cruzándose de brazos mientras seguía evaluando a Hades. Hades no se inmutó. En lugar de soltarme, me atrajo un poco más hacia él, y me abrazó por la cintura, como si estuviera marcando territorio. Mi corazón latía con fuerza, y no sabía si era por la situación o por el extraño efecto que él tenía sobre mí. "¡Este malditö Alfa loco de m****a, va a hacer que mi hermano no me deje en paz por el resto del año!" —pensé. —Tú....Suéltame—le dije en un susurro. —¿Por qué lo haría? — me responde Hades muy campante como si yo fuera su novia o lo que sea. —Dante, por favor, no es lo que parece —dije, intentando calmar la tensión en el aire, mientras intento zafarme de sus enormes manos disimuladamente. Pero Dante no parecía convencido. Sus ojos se entrecerraron mientras observaba a Hades con una mezcla de
El sol apenas ha salido cuando me encuentro en el imponente museo que mis padres donaron a la universidad. La fachada, con sus columnas de mármol y sus grabados en relieve, parece siempre observarme, recordándome las expectativas familiares que pesan sobre mis hombros. Llego puntual, como siempre, pero me sorprende ver que no soy la primera. Hades está allí, de pie frente a la entrada, con esa postura relajada pero imponente que siempre parece tener. A su lado está Amil, su primo y, según he entendido, también su guardaespaldas. Ambos están conversando en voz baja cuando me acerco. —Veo que no tienes problemas para ser puntual —comento mientras cruzo los brazos, tratando de sonar indiferente. Hades levanta la mirada, y una sonrisa ladeada se dibuja en su rostro. —No quería perderme la oportunidad de ver a la coordinadora del museo en acción —responde con ese tono que parece oscilar entre la seriedad y la burla. —Espero que hayas traído algo más que comentarios sarcásticos, porque
Al salir del museo, la brisa fresca me ayuda a calmar la tensión que todavía siento en el pecho. Es irónico cómo un lugar que tanto me inspira puede transformarse en un campo de batalla gracias a las intrigas de alguien como Hilary. No entiendo por qué insiste en convertirme en su enemiga. Amil camina a mi lado, relajado, como si todo el espectáculo de hace unos minutos hubiera sido una simple obra de teatro. Su actitud despreocupada debería molestarme, pero en este momento es justo lo que necesito para aliviar el peso de lo ocurrido. —¿Vas a permitir que Hilary siga con sus juegos? —me pregunta, metiendo las manos en los bolsillos. —No estoy interesada en entrar en sus juegos ni en los de nadie—respondo, mirando al frente. Amil suelta una risa suave. —Te aseguro que ella no piensa lo mismo. ¿Sabes que esto no será lo último que intente, verdad? —Lo sé —digo, suspirando. Hilary no es del tipo que se rinde fácilmente, pero tampoco lo soy yo. Apenas llegamos al estacionamiento, Ha
De la nada noto por la ventana que una tormenta de nieve comenzó a caer de manera silenciosa pero implacable, cubriendo el paisaje en un manto blanco. Fuera del hotel, la nieve acumulaba en el suelo y las ráfagas de viento sacudían las ventanas, atrapando a Hades y a mí en ese pequeño refugio de hotel, donde el aire se volvió pesado y cargado de tensión. Pero no era solo la tormenta la que nos mantenía prisioneros. Las hormonas de mi cuerpo, completamente fuera de control, lo mantenían cerca, como si mi necesidad de aliviar el caos interno fuera más fuerte que cualquier otra cosa. Miré a Hades, quien había soltado y caído al suelo, la caja de supresores de alfas que había traído para mí. Las palabras de él, que todavía resonaban en mi mente —“Tu olor... es como el de una omega”— me dejaron estancada en la incredulidad. ¿Cómo era posible que mis feromonas estuvieran actuando de esa manera? ¿Porque estoy tan aturdida y el tiempo parece detenerse? Mi cuerpo estaba confundido, y aunque
Días antes de mi celo recuerdo que....Gracias al cielo llegó el día de entregar nuestros trabajos con las restauraciones de las obras. Sacamos buena nota por lo menos en esa tarea. Solo espero que no me toque otro grupo con el trío dinámico.Pasaron los días y la noche había caído, y con ella, las luces de la fiesta de despedida de año comenzaron a iluminar la gran sala del campus universitario. Pasaré la cena con mi familia en una semana y el año nuevo luego de media noche pensé en ir con mis hermanos a una discoteca del area.Una hora antes de mi celo...En el campus el ambiente estaba cargado de música, risas y la emoción de los estudiantes que se despedían de un año más. Sin embargo, mientras todos disfrutaban, yo me encontraba atrapada con mi vestido amarillo y mis botas altas a juego con mi cartera, en una tormenta interna mucho más intensa que cualquier celebración, el señor Hades se le habrá metido un demonio cuando me vio bailar con un compañero de clase. Lo alejó tan pronto
Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban ..cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé… hasta hoy. Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates…millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, algo