Deseo encarcelado.

El primer copo de nieve cae y siento cómo se posa en mi cabello, frío pero insignificante. El cielo, encapotado, parece reflejar mi propio estado de ánimo: gris, indescifrable, lleno de secretos. Desde el balcón, dejo que el mundo se cubra de blanco, su silencio me reconforta, al menos por un momento. Pero, mientras mi mirada vaga por las calles nevadas, algo me detiene. No algo… alguien.

Ella. Mi vecina.

Es imposible ignorarla. Tiene esa fragilidad en su postura que no combina con su aura contenida, como si no supiera de lo que es capaz. Su cabello oscuro, contrastando con la nieve, le da un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un cuadro que alguien olvidó terminar. Y luego, sus ojos se encuentran con los míos.

No puedo apartar la mirada.

Su expresión vacila entre el desconcierto y la curiosidad, como si quisiera entender por qué la observo. Pero no estoy aquí para dar explicaciones, ni a ella ni a nadie. Mi respiración se profundiza. La botella de cerveza fría en mi mano se siente inútil. La dejo en la baranda, y sin pensarlo demasiado, me subo a ella.

El salto es fácil, casi natural. Mi cuerpo se mueve por instinto, una habilidad que siempre he tenido y que a veces me pregunto si proviene de algo más que genética. Caigo con precisión en su balcón, el impacto amortiguado por el sonido de la nieve cayendo a nuestro alrededor.

Ella da un paso atrás, sus ojos abiertos como platos. Su respiración es rápida, irregular, como si su corazón estuviera a punto de estallar. No puedo evitar sonreír internamente. El miedo en ella es evidente, pero hay algo más. Curiosidad.

—Hola, chiquilla —digo suavemente, inclinándome un poco hacia ella.

Su reacción es fascinante. El miedo se mezcla con algo que no puede disimular: atracción. Su rostro, tan transparente como el cristal, me lo dice todo. Pero no hago ningún movimiento más. No todavía.

Le coloco mi abrigo sobre los hombros, una acción casi instintiva. No por protegerla del frío —ella podría soportarlo—, sino porque quiero que mi presencia quede grabada en ella. Mi olor. Mi calor. Todo lo que soy. Aunque sea un Alfa a medias.

—No deberías dejar que la nieve te toque —le susurro, mi aliento chocando con su piel—. Podrías resfriarte.

La siento temblar, y no es por el frío.

Y entonces escucho la voz de mi primo llamándome desde el interior de mi apartamento. Maldigo internamente, odiando la interrupción, pero no puedo ignorarlo. Me retiro tan rápido como llegué, dejándola con el abrigo y una confusión que sé que tardará en disiparse.

De regreso en mi balcón, mi primo me mira con una mezcla de incredulidad y diversión.

—¿Qué estabas haciendo, Hades?

No le respondo. No puedo. Porque ni yo mismo sé qué me llevó a saltar hacia ella. Algo en su presencia me atrajo, me obligó a acercarme. Ella no es como las demás. Hay una vulnerabilidad en su mirada que contrasta con una fortaleza que ni siquiera parece conocer.

Mientras mi primo sigue hablando sin saber de dónde vengo, mis ojos regresan a ella. La veo abrazar mi abrigo como si fuera un escudo. Y sonrío, porque sé que este es solo el principio.

No me aparto de la baranda hasta que desaparece dentro de su apartamento. Entonces, y solo entonces, permito que mis pensamientos tomen forma. Ella es una omega, eso es evidente puedo sentir la feromona de su caracter en formación, nunca antes había podido olfatear a nadie, pero hay algo más. Algo que no puedo identificar. Y sé que descubrirlo será inevitable.

Mientras la nieve sigue cayendo, me doy cuenta de que el día que comenzó con silencio ha cambiado todo. Y aunque no lo sepa todavía, esa chica ya está atrapada en mi órbita. Tal como yo estoy, sin remedio, atrapado en la suya.

Capítulo: Encuentros Inesperados

****

El primer día de clases siempre me llenaba de emoción, pero también de nervios. Era como abrir un libro nuevo, sin saber qué encontraría en las páginas por venir. Entré al aula con mi cuaderno y bolígrafo listos, asegurándome de tomar un asiento en la segunda fila, un lugar donde podía escuchar bien al profesor y, al mismo tiempo, evitar sentirme el centro de atención. Mis amigas Leila Zaragoza y Andrea Betancourt siempre están a mi lado desde hace una semana que es el tiempo que tengo asistiendo a clases, imagino que no les importa que sea de la realeza. Una es hija del bibliotecario y la última es hija del inspector de la policía.

Mientras revisaba el horario y organizaba mis notas, los murmullos a mi alrededor comenzaron a aumentar. Al principio no les presté atención, pero cuando el profesor Francoise Laurent cruzó la puerta, el ambiente en el aula cambió. Su presencia siempre imponía. Era un hombre conocido por sus logros en la arqueología, y estudiar bajo su tutela era un privilegio que no pensaba desaprovechar.

—Buenos días a todos —saludó con su tono firme y elegante—. Antes de comenzar, quiero presentarles a dos nuevos estudiantes que se unirán a nosotros este semestre. Aunque los esperaba una semana atrás, gracias a los cielos ya están aquí. Démosle la bienvenida.

Levanté la vista, intrigada. La puerta se abrió de nuevo y dos figuras masculinas entraron al aula. El primero, un hombre alto de cabello negro azabache y ojos Ambar claro, parecía un personaje sacado de una pintura renacentista, pero con una actitud que era todo menos acogedora. Su mirada recorrió el salón como si evaluara su valor.

—« Dos alfas más»—me dije.

—Permítanme presentar a Hades Nyx Al-Rashid —dijo el profesor, señalándolo—principe de Abu Dabi, el cuarto de los hijos del Jeque Fahim Al-Rashid .

—«¡Por los cielos! ¿Había necesidad de decir todo eso?»—pienso.

Hades. El nombre parecía encajar perfectamente con su presencia imponente y distante. Había algo en su porte, en la manera en que se movía, que hacía que el aire en el aula se sintiera más pesado.

—Y este es su primo militar y seguridad personal, Amil Yahil Mohamed —continuó el profesor, dirigiendo la atención al hombre que lo acompañaba.

Solo escucho a la mitad de la clase femenina, murmurar, lo sexy y alto que son y si tendrán novias, y los chicos preguntándose porque tiene las feromonas en modo defensa para que nadie se le acerque.

Amil tenía un aire menos intimidante, aunque igualmente serio. Sus ojos oscuros y su expresión tranquila contrastaban con la arrogancia evidente de Hades. Ambos tomaron asiento en la última fila, pero su presencia se sentía como si ocuparan todo el maldito espacio.

Intenté concentrarme en la clase, pero mi mente seguía volviendo a ellos, especialmente a Hades. Su actitud despreocupada me irritaba. Mientras todos tomábamos notas y prestábamos atención, él parecía más interesado en observar a los demás estudiantes, como si estuviera buscando algo o evaluándonos. Pasó a mi lado y ni un hola me dio, luego de haberme hecho pasar por tanto está mañana.

Cuando la sesión terminó, comencé a guardar mis cosas rápidamente. Quería salir antes de que el ambiente extraño que habían traído esos dos me afectara más. Sin embargo, cuando me levanté, una voz grave y pausada me detuvo.

—Elegiste un buen lugar. Cerca del conocimiento, ¿o cerca del control?

Me giré, sorprendida. Hades estaba de pie a mi lado, tan cerca que pude ver cada detalle de sus ojos marrones claros, fríos como el hielo. Su sonrisa era apenas perceptible, y su tono tenía un deje de burla.

—Prefiero aprender lo mejor posible —respondí, tratando de mantener la calma aunque mi corazón latía con fuerza—. ¿Hay algún problema con eso?

Él rió suavemente, pero su risa no tenía calidez.

—Ningún problema. Solo curiosidad. Es raro encontrar a alguien tan... dispuesto.

Sus palabras, aunque ambiguas, me molestaron. Pero antes de que pudiera responder, su primo Amil apareció, colocándole una mano en el hombro.

—No la intimides, Hades. No todos disfrutan de tus juegos.

Amil me dirigió una mirada breve y casi amable antes de tirar suavemente del brazo de Hades, llevándoselo hacia la salida. Me quedé en mi lugar, sintiendo una mezcla de confusión e incomodidad. Y medio salón observándome, de seguro se preguntan de donde diablos lo conozco.

Era evidente que Hades no era una persona común, y su primo tampoco. Había algo en ellos que los hacía destacar, algo que no sabía si era fascinante o inquietante.

Sacudí la cabeza, intentando apartar esos pensamientos. No iba a permitir que dos hombres disruptivos distrajeran mi atención de lo realmente importante: mis estudios, mis sueños y mi pasión por la arqueología.

Sin embargo, mientras caminaba hacia la salida del aula, un pensamiento fugaz cruzó mi mente. Algo me decía que Hades Nyx Al-Rashid no iba a ser solo una presencia pasajera en este semestre. Su llegada traía consigo una tormenta, y yo no estaba segura de si quería ser parte de ella o simplemente alejarme.

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