Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé... hasta hoy.
Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, algo inesperado me saca de mi breve momento de paz. Música, risas, y lo que parecen ser cientos de voces se filtran por las paredes. Abro los ojos, incrédula, y me quedo escuchando. Tal vez fue solo una casualidad, un breve estallido de música. Pero no. El diablo debe estar tramando algo en mi contra porque esto no es normal. La música continúa, las voces se elevan, y es imposible ignorarlo. ¿Quién en su sano juicio arma una estúpida fiesta en una noche tan fría? Miro el reloj y es casi medianoche. Me doy vuelta en la cama, intentando ignorarlo. Me tapo con la almohada, intento tapar mis oídos, pero nada funciona. Finalmente, me levanto de la cama, malhumorada y con la cara ardiendo de frustración. Camino hasta el balcón, solo vistiendo mi pijama dorada, con la esperanza de que el frío me calme. Al salir, el aire helado me da un golpe, y me estremezco. Pero ahí, en el balcón de al lado, veo a alguien. A un chico. Está de espaldas, hablando animadamente con un grupo de amigos. Lleva una chaqueta negra de cuero y su cabello es oscuro, muy ordenado, usando una especie de turbante. Solo le echo una mirada, no planeo quedarme mucho tiempo. Pero él se gira, como si hubiera sentido mi presencia, y sus ojos color ambar se encuentran con los míos color verde esmeralda. Por un momento, todo se queda en silencio a mi alrededor. Tiene unos ojos intensos, oscuros y misteriosos, y una expresión de sorpresa, como si no esperara encontrarse con alguien en el balcón de al lado. Yo, en cambio, siento una mezcla de rabia y desconcierto. ¿Cómo puede tener una fiesta tan ruidosa, este hijo de la cebolla, cuando algunos queremos dormir? Él me observa con una media sonrisa, como si disfrutara de mi irritación, y eso solo logra enfurecerme más. Aunque debo admitir que, en el fondo, hay algo en su mirada que me desconcierta, además de lo lindo y sexy de su apariencia. No lo entiendo del todo, pero decido no darle importancia. —¿Te molesta el ruido?— me pregunta, sin molestarse en bajar la voz, como si fuera completamente ajeno al concepto de consideración o mínimo pensó que yo era solda. Lo miro con dureza, esperando que entienda la indirecta. —Sí, de hecho. Algunos de nosotros necesitamos dormir. Él se ríe suavemente, sin disculparse. —Es solo una bienvenida. ¿Qué hay de malo en eso? Bienvenida, mi c***. Esa palabra se queda en mi mente. No sabía que el apartamento de al lado estaba ocupado hasta ahora, y mucho menos por alguien como él, tan lleno de confianza, de esa actitud desafiante. —Bueno, tal vez a algunos de nosotros nos gustaría descansar en vez de escuchar… eso— respondo, señalando en dirección a su apartamento. Él me observa un momento, su expresión cambia, como si intentara averiguar algo de mí. Pero antes de que pueda decir algo más, una de sus amigas lo llama desde adentro, y con una sonrisa despectiva, me hace un gesto de despedida. —Soy Hades, es un placer tener a una vecina tan hermosa—me dice despreocupadamente —No te preocupes, será solo por esta noche— dice, y con eso, desaparece dentro de su apartamento. Me quedo en el balcón, todavía un poco desconcertada y enfadada. ¿Quién se cree que es? Aunque, debo admitir, por un segundo, en esa breve mirada, sentí algo extraño. Como si sus ojos oscuros me hubieran atrapado, como si hubiera una conexión, una electricidad que no logro entender. Sacudo la cabeza. No tengo tiempo para pensar en tonterías. Entro, cierro la puerta del balcón con fuerza, rebusco en mi cajón unos tampones para el ruido que conservo desde hace meses y me echo de nuevo en la cama, decidida a ignorar la fiesta y, especialmente, a él. A este tal vez nuevo vecino que claramente va a ser una pesadilla. Es solo el comienzo del semestre, y algo me dice que, si la noche de hoy es una indicación, las cosas solo se pondrán más complicadas. Una vez en la cama, el cansancio finalmente me envuelve. Sin embargo, en lugar de descansar, me sumerjo en un sueño extraño y perturbador. Me veo de pie al borde de un precipicio, en medio de una densa neblina. Mis pies están descalzos, y el suelo, frío y resbaladizo, parece temblar bajo mi peso. Un viento helado me empuja hacia adelante, y aunque trato de retroceder, mis piernas no responden. De repente, el suelo se desmorona y caigo al vacío, el aire silbando en mis oídos mientras mi cuerpo se precipita sin control. A medida que caigo, la sensación de vértigo se apodera de mí, y el pánico me estruja el pecho, dejándome sin aliento. Intento gritar, pero mi voz se ahoga en el abismo. Es como si el aire mismo se negara a entrar en mis pulmones, como si la misma caída me estuviera arrancando el aliento y la esperanza. Al fondo, una figura borrosa aparece en medio de la niebla, mirándome desde abajo. Es alguien que no logro reconocer. Unos ojos oscuros, profundos y misteriosos, me observan mientras caigo, pero no hacen nada por detenerme. Solo están allí, mirándome, y una extraña mezcla de angustia y atracción me invade. Extiendo una mano, intentando aferrarme a esa figura, pero es inútil. –¿Por qué no me ayudas? –pregunto, en un grito desesperado. La figura responde, su voz resonando como un eco distante. –¿Por qué debería hacerlo? Sus palabras son como un cuchillo, cortando el último hilo de esperanza. La sensación de indefensión es absoluta, y la oscuridad me envuelve por completo. Mi cuerpo sigue cayendo, sin fin, sin escape, sin aire. De pronto, despierto con un sobresalto, jadeando, el pecho subiendo y bajando mientras intento recuperar el aliento. Me llevo una mano al pecho, sintiendo cómo el corazón late con fuerza, como si estuviera a punto de romperse. La habitación está en silencio, el eco de la fiesta ya ha desaparecido, pero la opresión en el pecho sigue allí, como si algo de ese sueño aún me mantuviera atrapada. Miro el reloj en la mesita de noche: son las siete en punto. Aún es temprano, pero sé que ya no podré dormir después de algo así. Me quedo unos segundos mirando al techo, preguntándome qué habrá causado ese sueño tan intenso y extraño. Quizá fue el estrés del día, o tal vez… No, eso sería absurdo. No tiene sentido que alguien a quien apenas vi un instante se haya colado en mis sueños de esa manera. Finalmente, me levanto y decido comenzar el día. Camino hacia la cocina, aún sintiendo el peso del sueño sobre mis hombros, y preparo una taza de café. El aroma me calma un poco, y cuando doy el primer sorbo, el calor se extiende por mi cuerpo, ayudándome a relajarme. Con la taza en la mano, decidí salir al balcón para respirar el aire frío de la mañana. Al abrir la puerta, el frío de diciembre me recibe, cortante y refrescante. Respiro hondo, tratando de dejar atrás las sombras del sueño. Pero cuando miro hacia el balcón contiguo, lo veo. Hades está ahí, apoyado en la barandilla, con una botella de cerveza en la mano, como si la noche no hubiera terminado para él. Nuestros ojos se encuentran, y un silencio cargado se forma entre nosotros. Me doy cuenta de que su mirada es la misma que vi en el sueño, y el recuerdo me eriza la piel. Él me observa con esos ojos oscuros, impenetrables, y por un segundo siento el impulso de hablar, de decir algo… pero no sé qué. Entonces, un copo de nieve cae suavemente, posándose en la barandilla. Lo miro sorprendida, y luego alzo la vista, viendo cómo la primera nieve de diciembre empieza a caer, cubriéndolo todo en un silencio etéreo. Es un momento extraño, cargado de algo que no puedo definir. La nieve nos rodea, y, por un instante, Hades y yo quedamos atrapados en este pequeño mundo de blancos y grises, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros.Me había pasado todo el día entre clases y trabajos, agotada, maldiciendo a mis adentros, solo quería llegar a casa y desplomarme en la cama. La universidad de Luxemburgo había designado estos apartamentos de lujo para estudiantes que, como yo, una duquesa de una familia muy respetada, necesitaban cierta privacidad y tranquilidad para estudiar y así concluir mi maestria. Había sido una bendición, o al menos así lo pensé... hasta hoy.Es primero de diciembre, y la noche está helada. Todo parece perfecto para una noche tranquila en casa. Me pongo un par de calcetas gruesas, una camiseta vieja y me echo en la cama luego de cenar galletas de chocolate y un buen café caliente, sí, soy una amante del café y el chocolate, si por mí fuera todos mis regalos de cumpleaños fueran una greca para colar café y chocolates...millones de bolsas llenas de chocolate. Me acuesto boca arriba, esperando que el silencio me envuelva. Sin embargo, justo cuando empiezo a sentir que el cansancio va ganando, alg
El avión aterrizó suavemente en el aeropuerto de Luxemburgo, y con ello, mi nueva vida comenzaba. Estaba lejos de Abu Dabi, de mi familia, de la exnovia que me había dejado antes de la boda. Mi vida en ese entonces se desmoronó como un castillo de cartas, pero ahora, aquí estaba, en Europa, comenzando un capítulo completamente diferente. Amil, mi primo, estaba a mi lado, su habitual energía vibrante llena de entusiasmo mientras nos dirigíamos hacia el área de recogida de equipaje. "No te preocupes, Hades. Aquí te va a gustar. La vida es otra. Olvídate de lo que dejaste atrás", me dijo, como si fuera un mantra que había estado repitiendo para convencerse a sí mismo también. A veces me irritaba su insistencia en que todo lo que había hecho en el pasado ya no importaba, pero entendía su punto. Los dos sabíamos que el pasado ya no se podía cambiar. Aún así, el dolor de la cicatriz de mi alma, la marca de un secuestro que nunca pude olvidar, permanecía conmigo. La huella de la inseguri
El primer copo de nieve cae y siento cómo se posa en mi cabello, frío pero insignificante. El cielo, encapotado, parece reflejar mi propio estado de ánimo: gris, indescifrable, lleno de secretos. Desde el balcón, dejo que el mundo se cubra de blanco, su silencio me reconforta, al menos por un momento. Pero, mientras mi mirada vaga por las calles nevadas, algo me detiene. No algo… alguien.Ella. Mi vecina. Es imposible ignorarla. Tiene esa fragilidad en su postura que no combina con su aura contenida, como si no supiera de lo que es capaz. Su cabello oscuro, contrastando con la nieve, le da un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un cuadro que alguien olvidó terminar. Y luego, sus ojos se encuentran con los míos. No puedo apartar la mirada. Su expresión vacila entre el desconcierto y la curiosidad, como si quisiera entender por qué la observo. Pero no estoy aquí para dar explicaciones, ni a ella ni a nadie. Mi respiración se profundiza. La botella de cerveza fría en mi
Capítulo: Destinos Cruzados El aula está más animada que de costumbre. No es la primera clase del día, pero la expectativa de la actividad práctica anunciada por el profesor Laurent mantiene a todos en alerta. Mientras camino hacia mi asiento, noto las dos urnas de madera en el escritorio del profesor. Parecen piezas sacadas de un museo, con detalles grabados que le dan un aire de antigüedad y misterio. El profesor Laurent, puntual como siempre, entra al aula con su característico aire de autoridad. Su sola presencia basta para reducir los murmullos a un murmullo contenido. —Buenos días —saluda, con ese tono firme que lo caracteriza—. Hoy continuaremos con la actividad práctica que les mencioné en la clase anterior. Trabajaremos en grupos de tres o cuatro para aprender los principios básicos de la restauración de cuadros. Es una habilidad esencial para quienes aspiren a destacar en arqueología o conservación. Las miradas cómplices y las sonrisas nerviosas se multiplican entre
El reloj marca las seis en punto cuando llego a la biblioteca. Es un espacio vasto, lleno de estanterías de madera oscura y el suave murmullo de páginas siendo pasadas. El aire está impregnado de ese aroma a libros antiguos, una mezcla entre papel envejecido y cuero. Me siento en casa aquí, un lugar que siempre ha sido mi refugio.Busco un lugar tranquilo en la sala principal y coloco mis materiales sobre la mesa. Mientras organizo mis notas, escucho pasos firmes acercándose. Miro hacia arriba y ahí está Hades el principe, con su andar elegante y su expresión de siempre: una mezcla de indiferencia y desafío.—Puntual. Me gusta —comenta mientras deja su mochila en la silla frente a mí.—Es lo mínimo que se espera en un trabajo en equipo —respondo con calma, volviendo a mis notas— Bien, empecemos, dividiremos el trabajo luego de investigar y mañana nos vemos a primera hora en el museo. Los demás deben estar por llegar.Hades no dice nada más, pero noto cómo su mirada recorre la sala, an
La cena en casa de los Winchester siempre fue un evento formal, una especie de ritual que mi madre, Alena, consideraba esencial para mantener la imagen que había cultivado a lo largo de los años. En mi familia, el protocolo nunca se tomaba a la ligera. Y esa noche no iba a ser la excepción. El comedor estaba elegantemente dispuesto, como siempre, con candelabros de cristal que iluminaban suavemente la mesa, y el aroma de la comida se extendía en el aire, invitando a una velada tranquila. Sin embargo, por alguna razón, sentía una ligera tensión en el ambiente, una presión que no podía ignorar.Mi hermano mayor, Dante, se sentó en la cabecera de la mesa, su expresión seria y calculadora. Siempre había sido el tipo que prefería controlar las situaciones. A su lado estaba Lucas, mi hermano menor, que en lugar de hacer preguntas, como de costumbre, se mostraba algo distraído, pero sus ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, observando todo con una curiosidad que no pasaba desapercibi
El sol apenas ha salido cuando me encuentro en el imponente museo que mis padres donaron a la universidad. La fachada, con sus columnas de mármol y sus grabados en relieve, parece siempre observarme, recordándome las expectativas familiares que pesan sobre mis hombros. Llego puntual, como siempre, pero me sorprende ver que no soy la primera. Hades está allí, de pie frente a la entrada, con esa postura relajada pero imponente que siempre parece tener. A su lado está Amil, su primo y, según he entendido, también su guardaespaldas. Ambos están conversando en voz baja cuando me acerco. —Veo que no tienes problemas para ser puntual —comento mientras cruzo los brazos, tratando de sonar indiferente. Hades levanta la mirada, y una sonrisa ladeada se dibuja en su rostro. —No quería perderme la oportunidad de ver a la coordinadora del museo en acción —responde con ese tono que parece oscilar entre la seriedad y la burla. —Espero que hayas traído algo más que comentarios sarcásticos, porque
Al salir del museo, la brisa fresca me ayuda a calmar la tensión que todavía siento en el pecho. Es irónico cómo un lugar que tanto me inspira puede transformarse en un campo de batalla gracias a las intrigas de alguien como Hilary. No entiendo por qué insiste en convertirme en su enemiga. Amil camina a mi lado, relajado, como si todo el espectáculo de hace unos minutos hubiera sido una simple obra de teatro. Su actitud despreocupada debería molestarme, pero en este momento es justo lo que necesito para aliviar el peso de lo ocurrido. —¿Vas a permitir que Hilary siga con sus juegos? —me pregunta, metiendo las manos en los bolsillos. —No estoy interesada en entrar en sus juegos ni en los de nadie—respondo, mirando al frente. Amil suelta una risa suave. —Te aseguro que ella no piensa lo mismo. ¿Sabes que esto no será lo último que intente, verdad? —Lo sé —digo, suspirando. Hilary no es del tipo que se rinde fácilmente, pero tampoco lo soy yo. Apenas llegamos al estacionami