93. La despedida
Hadriel recordaba las últimas palabras de su padre, el peso de su mano en la suya, la mirada fatigada pero llena de amor. Ese hombre, que siempre había sido una roca inquebrantable en su vida, ahora se había ido, se sentía desamparado, como si una parte de sí mismo hubiera muerto también en ese momento. El dolor era insoportable, pero no podía permitirse colapsar por completo, no con Hellen y los gemelos tan cerca.Se obligó a alzar la mirada hacia ellos, hacia esos pequeños seres que representaban el futuro, su futuro. Era un contraste cruel: mientras una vida se apagaba, otros dos comenzaban a brillar con fuerza. Su corazón, aunque roto, se aferraba a esa esperanza, al amor que sentía por sus hijos ya la necesidad de ser fuerte por ellos. Pero en ese instante, todo lo que podía hacer era llorar, permitiéndose, por una vez, ser vulnerable frente a Hellen.La realidad era abrumadora: su padre ya no estaba, y esa pérdida lo golpeaba con la fuerza de una ola implacable, arrastrándolo ha
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