-Doctora Povilaityté, la espera el señor Marcus Green, ha venido solo-, me anunció la recepcionista. Yo recién llegaba a la clínica. El tránsito había estado atroz y se me hizo demasiado tarde. Marqué mi tarjeta de prisa y me apuré en ir a mi consultorio, taconeando las losetas, haciendo eles con mis manos para aligerar mis pasos. Abrí la puerta dando un tumbo, colgué mi cartera, me puse mi mandil, abrí la laptop, encendí el tablet, acomodé mis lentes, me hice una cola con mi pelo, saqué mis caramelos, regué mis lapiceros, mi cuaderno de apuntes y llamé de inmediato al señor Green. -Pase por favor-, dije con mi vocecita musical, moviendo coqueta los hombros. -Se le hizo tarde, doctora-, me dijo entonces Marcus Green, con una tonada fuerte, concisa, contundente y firme, igual a un martillazo atinándole exacto al clavo. Levanté la mirada curiosa por esa voz tan varonil y melódica, propio de un barítono, y allí estaba él mirándome con sus ojos inexpresivos, callados, como una acuar
Leer más