Mi primer enamorado fue Jairo. Yo solo tenía dieciocho años. A él le gustaron mis ojos grandes y pardos, mis pelos muy negros, mi figura armoniosa y por supuesto mis piernas bien torneadas que se evidenciaban en los leggins siempre muy ceñidos que tanto me gustaban llevar.
-Soy Jairo, estudio contigo, ¿cómo te llamas?-, me preguntó esa tarde cuando terminó la clase. Yo ya lo había visto, sabía que se llamaba así, que era nuevo, muy flojo, bastante distendido y distraído, un mal alumno, que tenía malas notas y que le hacía conversación a todas las chicas. -Andrea Povilaityté -, le dije. Él quedó boquiabierto, sin entender nada, completamente turbado y pasmado, incluso desorbitó los ojo con mi extraño nombre. -¿Qué?-, balbuceó hecho un tonto. Me dio risa su incredulidad. -Andrea, no más -, le repetí entonces, riéndome. Eso me enamoró. ¿No les digo? Todo me enamora. Me olvidé que Jairo era un mal alumno, que flirteaba con mis otras amigas, que era flojo y distendido y quedé prendada de su asombro, apenas le dije mi apellido. No pasaron ni dos días cuando ya estábamos besándonos, muy apasionados, febriles y vehementes, escondidos en las sombras del desván, junto a las escobas, los baldes y los trapeadores de la facultad. Yo no pude resistirme a él porque me encantaba, me seducía su forma de ser, tan distendido y distraído y me excitaba que fuera muy flojo y sacara malas notas en todos los cursos. Eso me hacía eufórica, una antorcha y entonces ardía en llamas, sintiendo sus caricias, deleitándose con mis curvas, quebradas y redondeces. Él se aficionó muchísimos a mis besos, al deífico vino de mis labios y se olvidó de mis amigas. Yo me convertí en su mundo. Me adoraba, me idolatraba y me convertí, de repente, en el amor de su vida. Pero duramos poco, creo dos meses. Los padres de Jairo eran ilegales, tenían problemas de documentos y fueron expulsados del país. Yo no lo sabía, Llegué a clases, como siempre, brindando como una conejita, lanzando mis pelos al aire, ansiosa de verlo y besarlo, pero encontré su carpeta vacía. -Jairo se fue, Andrea, anoche regresó a su país-, me dijo Leonela, mi compañera de carpeta. No les miento. Estuve dieciséis días seguidos sin dejar de llorar, de aventar a las paredes mis peluches, romper mis cuadernos y maldecir mi suerte. Mi madre, preocupada me llevó donde un psicólogo y él me dijo lo mismo que la directora: que yo era demasiado enamoradiza y caprichosa y que me aferraba demasiado al amor, que era una chica sensible en extremo. Luego, cuando pude olvidar a Jairo, me enamoré de Ferdinand o mejor dicho él se enamoró de mí. Yo le gustaba mucho, creo demasiado. Se obsesionó conmigo. No quería que nadie se me acercara y me trataba como si fuera su propiedad, completamente suya. -Tú me perteneces, Andrea-, me dijo esa tarde. Yo no lo entendí, pero después Leonela me aclaró por qué de esa aseveración que me pareció muy machista e intimidante. -Ferdinand golpeó al chico de la tienda que estaba frente a mi caso porque te sonrió cuando fuiste a comprarle azúcar y fideos-, me contó por el w******p. Gustav, el muchacho que atendía en la tienda, siempre me sonreía y era amable, gentil y coqueto conmigo. No sé si yo le gustaba pero siempre me preguntaba cosas y nos reíamos mucho. -¿De donde es es tu apellido, Povilaityté?-, me preguntaba divertido, achinando sus ojitos. -Es lituano, yo soy de allá-, arrugaba coqueta mi naricita. Pero Ferdinand había estado viendo, a escondidas, qué es lo que hacía yo, y por eso cuando me fui de regreso a la casa, entró a la tienda hecho una tromba y sin más ni más le metió un puñetazo a Gustav, rompiéndole la boca. Yo no sabía eso. -Lo siento pero no salgo con abusivos y malvados-, le dije, entonces, a Ferdinand, cuando terminamos nuestra relación. Él se molestó mucho y me amenazó enojado, me advirtió que yo sería tan solo suya y que golpearía a cuanto enamorado se me cruzara en mi camino. Pero el destino hizo que nos mudáramos esa misma semana, a otra ciudad. Mi padre había conseguido un importante puesto en una gran compañía y con mi madre ya habían alistado la mudanza y vendido la casa sin que yo supiera nada. Cuando llegué a la casa, papá y mamá me esperaban con las maletas listas y el camión de mudanza estacionado en la puerta. -Nos vamos hija-, me dijeron. Ferdinand cuando se enteró de que me había marchado a otra ciudad, montó en cólera, se la emprendió contra nuestra antigua vivienda, reventando los ventanales y pateando las puertas, hasta que la policía se lo llevó detenido. Eso me contó Leonela por el whatasapp.Conocí al doctor Martin Brown en una conferencia del uso de la psiquiatría en adicciones. Yo ya me había recibido en esa especialidad y estaba buscando empleo así es que sumaba diplomados, cursos y eventos para engrosar mi hoja de vida. ¡¡¡Ay, perdón, no les había contado!!! Soy psiquiatra. Me recibí a los 23 años, imagínense, con todos los honores, excelentes notas y menciones honrosas. Fui la mejor de la facultad, inclusive. Ahora quería, ya, trabajar, en un hospital. -Disculpe, ¿no es usted la doctora Povilaityté?-, me miró Brown con mucha curiosidad, como si contara las pecas que debajo de mis ojos celestes. Estaba encandilado con mis pelos rubios, tan amarillos que parecían pintados con crayolas. -Así es doctor, soy su más ferviente admiradora-, le confesé emocionada haciendo brillar mis pupilas, brincando como una conejita. Era verdad. Como estaba agregada a sus redes sociales le enviaba siempre elogios, apuntes, tips que encontraba en el internet y experiencias que o
Empecé a trabajar un lunes a primera hora. Estaba muy nerviosa, temblaba incluso y pensaba que todo me iba a salir mal. Recuerdo que me puse un vestido tubo turquesa muy entallado, sin escote ni mangas, que me cubría las rodillas, pantimedias, zapatos oscuros taco catorce para verme enorme, un cinturón oscuro también y me hice una gran cola con mi pelo. Me puse mis lentes redondos grandes para que me dieran un aire de suficiencia y pendientes pequeños, discretos no muy llamativos para que resaltase más mi carita de cielo. Me colgué una gran cartera marrón y fui en mi auto hasta la clínica. Los vigilantes me recibieron con mucha cortesía. -Este será siempre su lugar de estacionamiento, doctora Povilaityté-, me anunciaron. Era un rinconcito agradable con mucha sombra a pocos metros dela entrada principal. Una azafata me recibió, también en la entrada. Me dio mi fotochek que me tomé el mismo día que Brown me contrató. -La llevaré a su consultorio, doctora Povilaityté-, me indicó ell
-Nos están pidiendo más medicinas y esa mujer lo está estropeando todo-, se molestó Karlson. El doctor Davids también estaba preocupado. -Es bastante dinero-, arrugó la nariz. A él le molestaba que la encargada de farmacia demorara mucho en los pedidos. -Es la chica nueva-, reclamó Karlson. -Ella ahora está a cargo del triaje, eso nos impide solicitar los fármacos-, se molestó. -Nos está malogrando el negocio-, insistió Davids. -Brown se ha enamorado de esa mujer-, no dejaba de renegar Karlson. -Tendremos que sacarlo del camino o de lo contrario, no podremos seguir vendiendo las medicinas y perderemos mucho dinero, la mafia nos paga mucho por cada frasco de calmantes-, le recordó Davids. Karlson sonrió enigmático. -Ella pronto será solo un recuerdo-, dijo estirando, malévolo, su risa. ***** Yo quería dedicarme a algunos casos que me parecían muy interesantes y desataban mi curiosidad, pero me resultaba imposible darme un tiempito. En mis dos primeros tres meses de labor en
Nos fue difícil acostumbrarnos al nuevo barrio y aunque a mi padre le iba bien en su empleo y yo ya estaba laborando en la clínica, sin embargo los vecinos nos veían con mucha desconfianza, nos decían incluso, "los extranjeros" y permanecían distantes y temerosos de nosotros. Esa mañana fui a comprar el pan para el desayuno. -¿Son nuevos en el barrio?-, me preguntó el hombre que estaba ateniendo a la fila. Me pareció un chico muy sencillo y encantador, atractivo y distendido. -Llegamos hace poco-, le dije arrugando coqueta mi naricita. -¿Son europeos?-, estaba él encantado de mis pelos rubios, muy encendidos, y mis ojos celestes. -De Lituania-, mordí mi lengüita, aún más coqueta. -Ahh, espero conocer algún día ese país-, me despachó una docena de panes, mantequilla y mortadela, también aceitunas que le encantaban a mi madre. -Estás invitado-, reí distendida. -Entonces te voy a ver muy a menudo-, insistió él, encandilado conmigo. -Por supuesto, soy Andrea, doctora en
Descubrí en el internet un portal de poemas. Fue de casualidad mientras buscaba cualquier página divertida para entretenerme y olvidarme de la tensión que me agobiaba. Yo me sentía mal, en realidad, desencantada del del amor, angustiada de no tener alguien a mi lado. Había sufrido muchas decepciones y la clínica apenas era un paliativo para mis desilusiones que eran bastantes y aún tenía las heridas abiertas. En mis noches de alcoba garabateaba algunos versos soñando en un hombre platónico, encantado y mágico que me acogiera con sus besos y caricias, que apareciera de repente frente a mi ventana muy adorable y hermoso. No es que fuera masoquista o algo por el estilo, sino que me gustaba escribir. Y pensaba, entonces que el amor era eso, un imposible. -Comparta sus emociones con todo el mundo-, decía el portal versos punto com. Me dio risa. Empecé a leer sus archivos y habían poemitas muy bonitos, con mucho sentimientos y pasión que, incluso me hicieron suspirar, escritos de poet
-Doctora Povilaityté, la espera el señor Marcus Green, ha venido solo-, me anunció la recepcionista. Yo recién llegaba a la clínica. El tránsito había estado atroz y se me hizo demasiado tarde. Marqué mi tarjeta de prisa y me apuré en ir a mi consultorio, taconeando las losetas, haciendo eles con mis manos para aligerar mis pasos. Abrí la puerta dando un tumbo, colgué mi cartera, me puse mi mandil, abrí la laptop, encendí el tablet, acomodé mis lentes, me hice una cola con mi pelo, saqué mis caramelos, regué mis lapiceros, mi cuaderno de apuntes y llamé de inmediato al señor Green. -Pase por favor-, dije con mi vocecita musical, moviendo coqueta los hombros. -Se le hizo tarde, doctora-, me dijo entonces Marcus Green, con una tonada fuerte, concisa, contundente y firme, igual a un martillazo atinándole exacto al clavo. Levanté la mirada curiosa por esa voz tan varonil y melódica, propio de un barítono, y allí estaba él mirándome con sus ojos inexpresivos, callados, como una acuar
-Estoy a cargo del triaje, me será más fácil sacar las medicinas de farmacia-, se entusiasmó Karlson. -Pero Povilaityté se dará cuenta-, no estaba del todo seguro Davids. -Firmaré yo las órdenes, ya no habrán problemas de nada. El comprador nos ofrece un gran dinero, no podemos perder esta ocasión-, insistió Karlson. -Bien, bien, bien, en todo caso estaré pendiente de Povilaityté, esa mujer parece una parabólica mirando a todas partes, atenta a todo lo que pasa en la clínica-, renegó Davids. ***** Karlson quedó a cargo del filtro de pacientes y así pude ir sin problemas a la casa de Green. No sé por qué pero no solo estaba muy nerviosa sino que me puse tan hermosa que parecía ir a mi propia boda. Me puse un vestido muy entallado, corto, pantimedias, zapatos taco 14 para verme enorme, me solté los pelos y un abrigo coqueto. El vestido tenía un escote muy pronunciado donde se apreciaba el canalillo de mi busto y resaltaba mis caderas y posaderas. Me veía tan hermosa que me sen
El paciente Frederick Hughes tenía cincuenta años y llevaba buen tiempo en tratamiento en la clínica. Estaba internado hacía ocho meses y se encontraba en manos del doctor Bennet pero el galeno, lamentablemente falleció de repente, dejando inconcluso el trabajo que venía realizando con Hughes, un tipo extremadamente violento, tanto que había destrozado, literalmente, hasta a veinte hombres, provocándoles múltiples fracturas. Hughes era enorme como un cerro, fornido más que un mastodonte y sus brazos eran idénticos a las palas de una grúa. Intimidaba además. Tenía la mirada fiera, era insolente, rebelde y se enojaba por cualquier cosa y el único idioma que conocía era dar puñetes y patadas. No hablaba, solo golpeaba. Como Bennet además de tratar a Hughes, se encargaba de monitorear a los otros internos en la clínica. Brown me pidió que haga su trabajo y que Karlson, ahora, se encargaría de examinar y derivar pacientes a médicos especializados, a cargo del triaje. Después de v