El paciente Frederick Hughes tenía cincuenta años y llevaba buen tiempo en tratamiento en la clínica. Estaba internado hacía ocho meses y se encontraba en manos del doctor Bennet pero el galeno, lamentablemente falleció de repente, dejando inconcluso el trabajo que venía realizando con Hughes, un tipo extremadamente violento, tanto que había destrozado, literalmente, hasta a veinte hombres, provocándoles múltiples fracturas. Hughes era enorme como un cerro, fornido más que un mastodonte y sus brazos eran idénticos a las palas de una grúa. Intimidaba además. Tenía la mirada fiera, era insolente, rebelde y se enojaba por cualquier cosa y el único idioma que conocía era dar puñetes y patadas. No hablaba, solo golpeaba. Como Bennet además de tratar a Hughes, se encargaba de monitorear a los otros internos en la clínica. Brown me pidió que haga su trabajo y que Karlson, ahora, se encargaría de examinar y derivar pacientes a médicos especializados, a cargo del triaje. Después de v
Esa noche le escribí a Marcus a su whatsapp. -¿Qué haces?-, le pregunté. Yo estaba en la cama, echada, descalza, con mi pijama de ositos ya puesto y me sentía sensual y coqueta a la vez. -Recordaba las campiñas de Glasgow, cuando iba montando a "Candela", ahora todo son carros, edificios, tiendas, el mundo se ha estropeado ya no es como era antes libre de contaminación y tanto ruido-, me respondió. -Hay mucho apuro-, le di la razón. -Jamás podré acostumbrarme a esos carros modernos, prefiero las calesas jaladas por caballos elegantes y pulcros, hoy todos quieren ganarse y se estrellan y se matan-, renegó. -Hice un poema-, le escribí mordiendo aún más coqueta mi lengüita. -¿Eres poetisa?-, creo se sorprendió él. -Lo intento-, moví mis tobillos sensual, sentía mis pechos pétreos, mordía mis labios y estaba febril, súper sexy, como si él estuviera deseándome. -A ver-, me desafió. -Tu amor es una mañanita tibia y serena que trae las flores y el rocío y el
Picada por la curiosidad y aprovechando mi descanso en la clínica, decidí dar una vueltita por la casa de Marcus. No tenía programada ninguna consulta, solo quería ver el ambiente en que vivía mi paciente, escuchar a los vecinas, quizás refiriéndose a él, quejas, chismes, no sé, algo que me pudiera ayudar en el tratamiento, aunque en realidad todo eso era tan solo una excusa. La realidad era que quería estar cerca de Green, tampoco les voy a mentir. Aquel era un barrio apacible, tranquilo y de poco movimiento. Todas las casas, en realidad eran elegantes, bien delineadas y con jardines amplios. Quería hablar con los vecinos pero no me animaba y no me atrevía, pensaba que podrían decirle a Marcus o a su madre y entonces tomar las cosas a mal, cuando vi a tres muchachas conversando muy animadas, haciendo gestos, riendo, en una tienda cercana, departiendo gaseosas y galletas. Tuve la intuición de que hablaban de Marcus, al menos es lo que esperaba. Fui de prisa, apurando mis pasos, ta
Llegué a casa echando humo por todos mis poros, excitada, pero también ardiendo en celos incontrolables. Recordaba a las muchachas esas cuando hablaban de Marcus, contándose cómo fueron seducidas y enamoradas por ese hombre, la forma en que las desnudó, con mucha sutileza, y luego les hizo el amor y las convirtió en suyas, y eso me tenía entre excitada y molesta a la vez, extasiada y furiosa y yo era, en realidad, un volcán en erupción, pensando en las manos de Green, sus labios grandes, su cuerpo tan bien pincelado, majestuoso y varonil y me volvía completamente loca. Juntaba los dientes, me jalaba los pelos, golpeaba mis rodillas, movía los hombros, mordía mis labios, en fin, me sentía sexy, coqueta, sensual pero de la misma forma despechada y, como les digo, incendiándome en celos. Después de ducharme y ponerme cómoda, tumbada en mi cama, acompañada de mis peluches, abrí la laptop y tuve la curiosidad de buscar en la web "Marcus Green", empujada por mis celos y mis fervient
Le serví un café humeante a Rosemary, la paciente que había perdido el habla después de ver morir a su marido atacado por un puma. Su hija me dijo que ella había estado muy pensativa en esos últimos días, sin llorar ni con la mirada hundida, sino, por el contrario, era como si intentara hilvanar ideas, recuerdos e imágenes, es lo que le parecía a su hija. Nos dejó solas mientras ella almorzaba. La chica recién había venido de la escuela cuando me encontró en la puerta esperando, preparada para la terapia. Yo había llevado mi laptop y un usb con música agradable, pensando en que podía emocionarla con algunas melodías muy apacibles y románticas pues, mi intención, era forzar sus recuerdos y volver a prender los sentimientos en su alma alicaída. -¿A qué se dedicaba tu marido?-, le pregunté entonces a Rosemary. Ella no me contestó ni tomó el café que le acomodé en una mesita. Seguía, en efecto, con la mirada perdida, extraviada, seguramente, en imágenes que bailoteaban en sus pensa
Salí a pasear con Green por el parque que está cerca a su casa. Eso fue un viernes por la tarde, día que le había programado una consulta y algo de terapia. Marcus, sin embargo, no mostraba progresos pese a mi esmero y el hecho de que, ciertamente, me interesaba y me gustaba mucho, demasiado en realidad. Él hablaba siempre, a cada momento, de su vida pasada, de que estaba muerto, que afrontó numerosos desafíos, que enamoraba condesas por doquier, que tenía bastantes caballos y que también se dedicaba a criar y preparar gallos de pelea. También me subrayaba orgulloso que su galpón era el más conocido y respetado de toda Escocia. Lo curioso es que, pese a que él afirmaba convencido que provenía de una época distante, sin modernidad, manejaba súper bien el internet, el móvil, tenía una tablet y se la pasaba muchas horas navegando por los portales de la web viendo sobre todo los videos. -Esas cosas no habían en tu época, tú te has adaptado muy fácil al siglo XXI-, le dije mientras íb
De regreso a la clínica encontré al señor Peña, otro de mis pacientes, que estaba de salida luego de haber cumplido con su cita médica. -¡¡¡Doctora Povilaityté!!!-, se emocionó al verme. -¿Cómo va su tratamiento, señor Peña?-, le di un besote en su mejilla que lo azoró. -Progresando-, me dijo con el rostro sin embargo desencajado, afligido y desilusionado, casi como perdido en el limbo. No me podía engañar. No había mejorado ni un ápice. Yo sabía que no era verdad lo de su progreso. Sus ojos lo delataban. -Me gustaría conversar con usted, cuando le toque su próxima consulta-, le pedí. Entré a mi consultorio y llamé al doctor Davids que estaba a cargo del tratamiento de Peña. Le pregunté sobre su evolución y su respuesta a las terapias que le programé. -Es un caso perdido-, fue lo que me dijo Davids con tono fatalista. Eso me enfureció. -Usted no puede ser tan lapidario-, le reclamé pero él me colgó de repente. Molesta como estaba me dirigí donde el doctor Brown. L
Quería saber quién era Patricia. Ella aparecía apenas en la biografía de Marcus Green, el que murió en 1727, en un duelo de florete. En los datos del misterioso y enigmático poeta mencionaba, en efecto, que había estado casado "con una aristocrática dama escocesa" pero no se refería a hijos, tampoco mencionaba qué fue de la suerte de ella si, como dijo mi paciente, había quedado viuda. Lo que me sorprendía es que Patricia haya soportado tantas mujeres en la vida del poeta, manteniéndose fiel hasta el último instante de su vida. Un poema de Marcos me llamó la atención. Se llamaba "Infinito" y como sus otros versos, estos eran también sugerentes y audaces. -Pasemos esta noche durmiendo desnudos en la luna rodeados de los fulgores de nuestras carnes compitiendo con luceros y estrellas. Dejemos que los cometas nos besen, nos den su calor y los planetas nos abriguen colmándonos de caricias con sus colores y encantos. Hagamos de la galaxia nuestro nido de amor e