Llegué a casa echando humo por todos mis poros, excitada, pero también ardiendo en celos incontrolables. Recordaba a las muchachas esas cuando hablaban de Marcus, contándose cómo fueron seducidas y enamoradas por ese hombre, la forma en que las desnudó, con mucha sutileza, y luego les hizo el amor y las convirtió en suyas, y eso me tenía entre excitada y molesta a la vez, extasiada y furiosa y yo era, en realidad, un volcán en erupción, pensando en las manos de Green, sus labios grandes, su cuerpo tan bien pincelado, majestuoso y varonil y me volvía completamente loca. Juntaba los dientes, me jalaba los pelos, golpeaba mis rodillas, movía los hombros, mordía mis labios, en fin, me sentía sexy, coqueta, sensual pero de la misma forma despechada y, como les digo, incendiándome en celos. Después de ducharme y ponerme cómoda, tumbada en mi cama, acompañada de mis peluches, abrí la laptop y tuve la curiosidad de buscar en la web "Marcus Green", empujada por mis celos y mis fervient
Le serví un café humeante a Rosemary, la paciente que había perdido el habla después de ver morir a su marido atacado por un puma. Su hija me dijo que ella había estado muy pensativa en esos últimos días, sin llorar ni con la mirada hundida, sino, por el contrario, era como si intentara hilvanar ideas, recuerdos e imágenes, es lo que le parecía a su hija. Nos dejó solas mientras ella almorzaba. La chica recién había venido de la escuela cuando me encontró en la puerta esperando, preparada para la terapia. Yo había llevado mi laptop y un usb con música agradable, pensando en que podía emocionarla con algunas melodías muy apacibles y románticas pues, mi intención, era forzar sus recuerdos y volver a prender los sentimientos en su alma alicaída. -¿A qué se dedicaba tu marido?-, le pregunté entonces a Rosemary. Ella no me contestó ni tomó el café que le acomodé en una mesita. Seguía, en efecto, con la mirada perdida, extraviada, seguramente, en imágenes que bailoteaban en sus pensa
Salí a pasear con Green por el parque que está cerca a su casa. Eso fue un viernes por la tarde, día que le había programado una consulta y algo de terapia. Marcus, sin embargo, no mostraba progresos pese a mi esmero y el hecho de que, ciertamente, me interesaba y me gustaba mucho, demasiado en realidad. Él hablaba siempre, a cada momento, de su vida pasada, de que estaba muerto, que afrontó numerosos desafíos, que enamoraba condesas por doquier, que tenía bastantes caballos y que también se dedicaba a criar y preparar gallos de pelea. También me subrayaba orgulloso que su galpón era el más conocido y respetado de toda Escocia. Lo curioso es que, pese a que él afirmaba convencido que provenía de una época distante, sin modernidad, manejaba súper bien el internet, el móvil, tenía una tablet y se la pasaba muchas horas navegando por los portales de la web viendo sobre todo los videos. -Esas cosas no habían en tu época, tú te has adaptado muy fácil al siglo XXI-, le dije mientras íb
De regreso a la clínica encontré al señor Peña, otro de mis pacientes, que estaba de salida luego de haber cumplido con su cita médica. -¡¡¡Doctora Povilaityté!!!-, se emocionó al verme. -¿Cómo va su tratamiento, señor Peña?-, le di un besote en su mejilla que lo azoró. -Progresando-, me dijo con el rostro sin embargo desencajado, afligido y desilusionado, casi como perdido en el limbo. No me podía engañar. No había mejorado ni un ápice. Yo sabía que no era verdad lo de su progreso. Sus ojos lo delataban. -Me gustaría conversar con usted, cuando le toque su próxima consulta-, le pedí. Entré a mi consultorio y llamé al doctor Davids que estaba a cargo del tratamiento de Peña. Le pregunté sobre su evolución y su respuesta a las terapias que le programé. -Es un caso perdido-, fue lo que me dijo Davids con tono fatalista. Eso me enfureció. -Usted no puede ser tan lapidario-, le reclamé pero él me colgó de repente. Molesta como estaba me dirigí donde el doctor Brown. L
Quería saber quién era Patricia. Ella aparecía apenas en la biografía de Marcus Green, el que murió en 1727, en un duelo de florete. En los datos del misterioso y enigmático poeta mencionaba, en efecto, que había estado casado "con una aristocrática dama escocesa" pero no se refería a hijos, tampoco mencionaba qué fue de la suerte de ella si, como dijo mi paciente, había quedado viuda. Lo que me sorprendía es que Patricia haya soportado tantas mujeres en la vida del poeta, manteniéndose fiel hasta el último instante de su vida. Un poema de Marcos me llamó la atención. Se llamaba "Infinito" y como sus otros versos, estos eran también sugerentes y audaces. -Pasemos esta noche durmiendo desnudos en la luna rodeados de los fulgores de nuestras carnes compitiendo con luceros y estrellas. Dejemos que los cometas nos besen, nos den su calor y los planetas nos abriguen colmándonos de caricias con sus colores y encantos. Hagamos de la galaxia nuestro nido de amor e
Empecé a sospechar de Davids. No solo era un mal médico, a quien no le interesaban los pacientes, sino que estaba segura que traficaba con las medicinas y que pertenecía a una mafia que vendía los costosos fármacos a gente inescrupulosa. Hablé con Brown sobre eso. -A mí tampoco me gusta ese sujeto-, me dio la razón Brown con el rostro ajado. -Karlson es su cómplice-, especulé. -Bueno, eso no sabemos, pero estaré atento. Hablaré con seguridad. La medicina es muy delicada-, suspiró Brown preocupado.***** Brown descubrió que Davids tenía muchos ingresos al depósito de las medicinas. Revisó los videos de las cámaras de vigilancia y vio que siempre salía del sótano con muchas cajas que llevaba hasta la salida. Lo llamó a su móvil y le preguntó qué medicinas se llevaba y si es que estaban autorizadas. -Es para el paciente Hughes. Es un caso complicado, pero mejorará con mi tratamiento, está basado en calmantes, está dando muchos resultados, ha dejado de delirar-, le decía Davids co
Brenda entró de prisa a mi consultorio. -Andrea, debes tener cuidado, Davids se marchó de la clínica y dijo a los cuatro vientos que "le romperé la cabeza a patadas a Povilaityté" y agregó que esto no se iba a quedar así y que la pagarás muy caro-, estaba ella aterrada. No lo voy a negar, tuve miedo. Esa tarde, después de cumplir con mi turno, cuando salí de la clínica, me fui corriendo a mi auto, puse el seguro y escapé de prisa del estacionamiento, chirriando las llantas, asustando a los vigilantes. Estaba segura que Davids me iba a atacar en cualquier momento y por sorpresa. Me aboqué a mi nuevo caso. La paciente Mary no estaba tan mal como suponía Karlson. Ella arrastraba un horrible trauma de adolescente, cuando presenció un terrible accidente automovilístico con dos autos estrellándose y siendo, luego, los carros, pasto de las llamas. En medio de ese horripilante dibujo, en el fuego, pintada por el humo, emergió una figura fantasmagórica y horripilante que pensó era
Y fue que Davids, efectivamente, me atacó en busca de vengar la afrenta de haber sido mejor que él y cobrarme de que lo echaran de la clínica, bastante tiempo después de aquel incidente. Yo no lo esperaba e incluso había bajado la guardia. Ya me había olvidado por completo de sus amenazas y estaba abocada a la atención de mis pacientes. Ese jueves, como todas las tardes, habíamos sacado a los pacientes de sus habitaciones para que caminen un poco por los jardines, se distraigan, conversen, se relajen y se diviertan. Yo estaba con Hughes y le contaba algunas tradiciones de Lituania, de su música, de sus comidas, cuando de repente se apareció Davids con un enorme cuchillo de cocina, echando humo de las narices y con los ojos inyectados de rabia. Se había infiltrado a la clínica por el patio posterior de la clínica y se metió aprovechando que la lavandería estaba desierta a esa hora. -¿Pensaste que me había olvidado de ti, perra?-, dijo amenazante Davids, haciendo blandi