Capítulo 5

Conocí al doctor Martin Brown en una conferencia del uso de la psiquiatría en adicciones. Yo ya me había recibido en esa especialidad y estaba buscando empleo así es que sumaba diplomados, cursos y eventos para engrosar mi hoja de vida. 

   ¡¡¡Ay, perdón,  no les había contado!!! Soy psiquiatra. Me recibí a los 23 años, imagínense, con todos los honores, excelentes notas y menciones honrosas. Fui la mejor de la facultad, inclusive. Ahora quería, ya, trabajar, en un hospital.

   -Disculpe, ¿no es usted la doctora Povilaityté?-, me miró Brown con mucha curiosidad, como si contara las pecas que debajo de mis ojos celestes. Estaba encandilado con mis pelos rubios, tan amarillos que parecían pintados con crayolas.

  -Así  es doctor, soy su más ferviente admiradora-, le confesé emocionada haciendo brillar mis pupilas, brincando como una conejita. Era verdad. Como estaba agregada a sus redes sociales le enviaba siempre elogios, apuntes, tips que encontraba en el internet y experiencias que obtenía en mis prácticas en diversas clínicas. Pero al igual que yo habían otras cincuenta mil chicas que hacían lo mismo y, pues, no pensaba, sinceramente, que una eminencia de la medicina psiquiátrica me reconociera de forma tan precisa y exacta.

   -Me gustó su comentario sobre la psiquiatría evolutiva, es usted una mujer muy sensible y perspicaz-, fue exactamente lo que me dijo Brown. Sentí rayos y  muchos truenos estallando en mi cabeza. -Ay, doctor, solo fue un apunte-, me puse roja como un tomate.

   -La espero mañana en mi consultorio-, me dijo, dándome una tarjeta personal.

   Ufffff, ya imaginarán. Yo estaba encharcada en sudor, mi corazón rebotaba en el pecho frenético y eufórica y en ese instante, me sentí flotando en el espacio sideral pensando en la posibilidad de trabajar a su lado en su renombrada y exclusiva clínica.

   Me puse muy linda. Dejé mis pelos alborotados, me puse un vestido corto entallado naranja, zapatos oscuros para un buen contrastante, también una correa con una hebilla grande y una cartera de mano del mismo color de mi calzado. Encima  me puse un abrigo discreto que no ocultara mis pechos ni mis caderas ni mis posaderas, algo sutil pero efectivo, je je je.

    No es que me interesara Brown, lo que me importaba era trabajar. Yo le había hecho llegar mi hoja de vida apenas terminé la carrera, sin obtener repuesta alguna de parte de él. La clínica le pertenecía al mismo Brown, era muy respetada y conocida y era el sueño dorado de todos en la facultad de psiquiatría entrar a trabajar allí. Por estaba yo  muy entusiasmada.

    -El doctor Brown la espera-, me dijo la secretaria, señalándome su consultorio con su lapicero. Ella movía los pies y golpeaba sus rodillas. Estaba celosa conmigo. No era difícil adivinar que el doctor le gustaba mucho a esa mujer. ¿Cómo lo sabía? ventaja de estudiar el psiquis de los seres humanos,  pues, je je je.

   Martin Brown revisaba unos apuntes en su tablet, cuando entré. -Doctora Povilaityté, qué honor me concede-, se puso él muy efusivo. Me invitó a sentarme, en medio de una gran fiesta que me tributaba prendado de mis encantos.

   - Le envié mi hoja de vida-, fui de frente al grano. En realidad yo estaba demasiado nerviosa y detesto las agonías y las esperas largas. Soy sumamente impaciente.

  -¿Sí? No lo sabía ¿está sin trabajo?-, empezó él a buscar mi nombre en las pantallas de su ordenador.

   -He hecho prácticas en diversas clínicas-, no le mentí.

   -Entonces llega en buen momento, doctora Povilaityté, estamos renovando el personal, queremos un nuevo aire en la clínica, gente joven, entusiasta y a mí me han impresionado muchos sus apuntes, sus comentarios y sus tips-, me contó.

    Ya les dije que no soy boba. Confiada sí, pero tonta no je je je. Brown no estaba interesado en lo que yo le escribía. Había visto mis fotos en las redes sociales que compartíamos y estaba encandilado conmigo. ¡¡¡Yo le gustaba demasiado!!!

   -Su esposa se molestará si me sigue mirando de esa manera-, le pellizqué el orgullo.  Yo sabía que él estaba casado hacía cinco años y tenía dos hijos.

  -Oh, Marilena, terminamos nuestra relación, el divorcio debe salir en uno o dos meses, ella se enamoró del doctor Watson, ¿lo conoce? es neurocirujano-, decía él en forma atropellada.

  Como les digo, me importaba el trabajo y no él. -¿Me contratará, doctor?-, parpadeé emocionada otra vez.

  -¡¡¡Desde mañana mismo!!!-, me anunció. Se levantó y quiso abrazarme pero yo le extendí la mano. No quería entusiasmarlo ni darle alas a nada.

  -Muchas gracias, doctor Brown-, le sonreí con encanto. Él volvió a recrearse con mis ojos celestes. -Es usted muy hermosa,  doctora Povilaityté-, me insistió.

  Ya les había advertido a ustedes: tenía pepa la calabaza je je je. 

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