Conocí al doctor Martin Brown en una conferencia del uso de la psiquiatría en adicciones. Yo ya me había recibido en esa especialidad y estaba buscando empleo así es que sumaba diplomados, cursos y eventos para engrosar mi hoja de vida.
¡¡¡Ay, perdón, no les había contado!!! Soy psiquiatra. Me recibí a los 23 años, imagínense, con todos los honores, excelentes notas y menciones honrosas. Fui la mejor de la facultad, inclusive. Ahora quería, ya, trabajar, en un hospital. -Disculpe, ¿no es usted la doctora Povilaityté?-, me miró Brown con mucha curiosidad, como si contara las pecas que debajo de mis ojos celestes. Estaba encandilado con mis pelos rubios, tan amarillos que parecían pintados con crayolas. -Así es doctor, soy su más ferviente admiradora-, le confesé emocionada haciendo brillar mis pupilas, brincando como una conejita. Era verdad. Como estaba agregada a sus redes sociales le enviaba siempre elogios, apuntes, tips que encontraba en el internet y experiencias que obtenía en mis prácticas en diversas clínicas. Pero al igual que yo habían otras cincuenta mil chicas que hacían lo mismo y, pues, no pensaba, sinceramente, que una eminencia de la medicina psiquiátrica me reconociera de forma tan precisa y exacta. -Me gustó su comentario sobre la psiquiatría evolutiva, es usted una mujer muy sensible y perspicaz-, fue exactamente lo que me dijo Brown. Sentí rayos y muchos truenos estallando en mi cabeza. -Ay, doctor, solo fue un apunte-, me puse roja como un tomate. -La espero mañana en mi consultorio-, me dijo, dándome una tarjeta personal. Ufffff, ya imaginarán. Yo estaba encharcada en sudor, mi corazón rebotaba en el pecho frenético y eufórica y en ese instante, me sentí flotando en el espacio sideral pensando en la posibilidad de trabajar a su lado en su renombrada y exclusiva clínica. Me puse muy linda. Dejé mis pelos alborotados, me puse un vestido corto entallado naranja, zapatos oscuros para un buen contrastante, también una correa con una hebilla grande y una cartera de mano del mismo color de mi calzado. Encima me puse un abrigo discreto que no ocultara mis pechos ni mis caderas ni mis posaderas, algo sutil pero efectivo, je je je. No es que me interesara Brown, lo que me importaba era trabajar. Yo le había hecho llegar mi hoja de vida apenas terminé la carrera, sin obtener repuesta alguna de parte de él. La clínica le pertenecía al mismo Brown, era muy respetada y conocida y era el sueño dorado de todos en la facultad de psiquiatría entrar a trabajar allí. Por estaba yo muy entusiasmada. -El doctor Brown la espera-, me dijo la secretaria, señalándome su consultorio con su lapicero. Ella movía los pies y golpeaba sus rodillas. Estaba celosa conmigo. No era difícil adivinar que el doctor le gustaba mucho a esa mujer. ¿Cómo lo sabía? ventaja de estudiar el psiquis de los seres humanos, pues, je je je. Martin Brown revisaba unos apuntes en su tablet, cuando entré. -Doctora Povilaityté, qué honor me concede-, se puso él muy efusivo. Me invitó a sentarme, en medio de una gran fiesta que me tributaba prendado de mis encantos. - Le envié mi hoja de vida-, fui de frente al grano. En realidad yo estaba demasiado nerviosa y detesto las agonías y las esperas largas. Soy sumamente impaciente. -¿Sí? No lo sabía ¿está sin trabajo?-, empezó él a buscar mi nombre en las pantallas de su ordenador. -He hecho prácticas en diversas clínicas-, no le mentí. -Entonces llega en buen momento, doctora Povilaityté, estamos renovando el personal, queremos un nuevo aire en la clínica, gente joven, entusiasta y a mí me han impresionado muchos sus apuntes, sus comentarios y sus tips-, me contó. Ya les dije que no soy boba. Confiada sí, pero tonta no je je je. Brown no estaba interesado en lo que yo le escribía. Había visto mis fotos en las redes sociales que compartíamos y estaba encandilado conmigo. ¡¡¡Yo le gustaba demasiado!!! -Su esposa se molestará si me sigue mirando de esa manera-, le pellizqué el orgullo. Yo sabía que él estaba casado hacía cinco años y tenía dos hijos. -Oh, Marilena, terminamos nuestra relación, el divorcio debe salir en uno o dos meses, ella se enamoró del doctor Watson, ¿lo conoce? es neurocirujano-, decía él en forma atropellada. Como les digo, me importaba el trabajo y no él. -¿Me contratará, doctor?-, parpadeé emocionada otra vez. -¡¡¡Desde mañana mismo!!!-, me anunció. Se levantó y quiso abrazarme pero yo le extendí la mano. No quería entusiasmarlo ni darle alas a nada. -Muchas gracias, doctor Brown-, le sonreí con encanto. Él volvió a recrearse con mis ojos celestes. -Es usted muy hermosa, doctora Povilaityté-, me insistió. Ya les había advertido a ustedes: tenía pepa la calabaza je je je.Empecé a trabajar un lunes a primera hora. Estaba muy nerviosa, temblaba incluso y pensaba que todo me iba a salir mal. Recuerdo que me puse un vestido tubo turquesa muy entallado, sin escote ni mangas, que me cubría las rodillas, pantimedias, zapatos oscuros taco catorce para verme enorme, un cinturón oscuro también y me hice una gran cola con mi pelo. Me puse mis lentes redondos grandes para que me dieran un aire de suficiencia y pendientes pequeños, discretos no muy llamativos para que resaltase más mi carita de cielo. Me colgué una gran cartera marrón y fui en mi auto hasta la clínica. Los vigilantes me recibieron con mucha cortesía. -Este será siempre su lugar de estacionamiento, doctora Povilaityté-, me anunciaron. Era un rinconcito agradable con mucha sombra a pocos metros dela entrada principal. Una azafata me recibió, también en la entrada. Me dio mi fotochek que me tomé el mismo día que Brown me contrató. -La llevaré a su consultorio, doctora Povilaityté-, me indicó ell
-Nos están pidiendo más medicinas y esa mujer lo está estropeando todo-, se molestó Karlson. El doctor Davids también estaba preocupado. -Es bastante dinero-, arrugó la nariz. A él le molestaba que la encargada de farmacia demorara mucho en los pedidos. -Es la chica nueva-, reclamó Karlson. -Ella ahora está a cargo del triaje, eso nos impide solicitar los fármacos-, se molestó. -Nos está malogrando el negocio-, insistió Davids. -Brown se ha enamorado de esa mujer-, no dejaba de renegar Karlson. -Tendremos que sacarlo del camino o de lo contrario, no podremos seguir vendiendo las medicinas y perderemos mucho dinero, la mafia nos paga mucho por cada frasco de calmantes-, le recordó Davids. Karlson sonrió enigmático. -Ella pronto será solo un recuerdo-, dijo estirando, malévolo, su risa. ***** Yo quería dedicarme a algunos casos que me parecían muy interesantes y desataban mi curiosidad, pero me resultaba imposible darme un tiempito. En mis dos primeros tres meses de labor en
Nos fue difícil acostumbrarnos al nuevo barrio y aunque a mi padre le iba bien en su empleo y yo ya estaba laborando en la clínica, sin embargo los vecinos nos veían con mucha desconfianza, nos decían incluso, "los extranjeros" y permanecían distantes y temerosos de nosotros. Esa mañana fui a comprar el pan para el desayuno. -¿Son nuevos en el barrio?-, me preguntó el hombre que estaba ateniendo a la fila. Me pareció un chico muy sencillo y encantador, atractivo y distendido. -Llegamos hace poco-, le dije arrugando coqueta mi naricita. -¿Son europeos?-, estaba él encantado de mis pelos rubios, muy encendidos, y mis ojos celestes. -De Lituania-, mordí mi lengüita, aún más coqueta. -Ahh, espero conocer algún día ese país-, me despachó una docena de panes, mantequilla y mortadela, también aceitunas que le encantaban a mi madre. -Estás invitado-, reí distendida. -Entonces te voy a ver muy a menudo-, insistió él, encandilado conmigo. -Por supuesto, soy Andrea, doctora en
Descubrí en el internet un portal de poemas. Fue de casualidad mientras buscaba cualquier página divertida para entretenerme y olvidarme de la tensión que me agobiaba. Yo me sentía mal, en realidad, desencantada del del amor, angustiada de no tener alguien a mi lado. Había sufrido muchas decepciones y la clínica apenas era un paliativo para mis desilusiones que eran bastantes y aún tenía las heridas abiertas. En mis noches de alcoba garabateaba algunos versos soñando en un hombre platónico, encantado y mágico que me acogiera con sus besos y caricias, que apareciera de repente frente a mi ventana muy adorable y hermoso. No es que fuera masoquista o algo por el estilo, sino que me gustaba escribir. Y pensaba, entonces que el amor era eso, un imposible. -Comparta sus emociones con todo el mundo-, decía el portal versos punto com. Me dio risa. Empecé a leer sus archivos y habían poemitas muy bonitos, con mucho sentimientos y pasión que, incluso me hicieron suspirar, escritos de poet
-Doctora Povilaityté, la espera el señor Marcus Green, ha venido solo-, me anunció la recepcionista. Yo recién llegaba a la clínica. El tránsito había estado atroz y se me hizo demasiado tarde. Marqué mi tarjeta de prisa y me apuré en ir a mi consultorio, taconeando las losetas, haciendo eles con mis manos para aligerar mis pasos. Abrí la puerta dando un tumbo, colgué mi cartera, me puse mi mandil, abrí la laptop, encendí el tablet, acomodé mis lentes, me hice una cola con mi pelo, saqué mis caramelos, regué mis lapiceros, mi cuaderno de apuntes y llamé de inmediato al señor Green. -Pase por favor-, dije con mi vocecita musical, moviendo coqueta los hombros. -Se le hizo tarde, doctora-, me dijo entonces Marcus Green, con una tonada fuerte, concisa, contundente y firme, igual a un martillazo atinándole exacto al clavo. Levanté la mirada curiosa por esa voz tan varonil y melódica, propio de un barítono, y allí estaba él mirándome con sus ojos inexpresivos, callados, como una acuar
-Estoy a cargo del triaje, me será más fácil sacar las medicinas de farmacia-, se entusiasmó Karlson. -Pero Povilaityté se dará cuenta-, no estaba del todo seguro Davids. -Firmaré yo las órdenes, ya no habrán problemas de nada. El comprador nos ofrece un gran dinero, no podemos perder esta ocasión-, insistió Karlson. -Bien, bien, bien, en todo caso estaré pendiente de Povilaityté, esa mujer parece una parabólica mirando a todas partes, atenta a todo lo que pasa en la clínica-, renegó Davids. ***** Karlson quedó a cargo del filtro de pacientes y así pude ir sin problemas a la casa de Green. No sé por qué pero no solo estaba muy nerviosa sino que me puse tan hermosa que parecía ir a mi propia boda. Me puse un vestido muy entallado, corto, pantimedias, zapatos taco 14 para verme enorme, me solté los pelos y un abrigo coqueto. El vestido tenía un escote muy pronunciado donde se apreciaba el canalillo de mi busto y resaltaba mis caderas y posaderas. Me veía tan hermosa que me sen
El paciente Frederick Hughes tenía cincuenta años y llevaba buen tiempo en tratamiento en la clínica. Estaba internado hacía ocho meses y se encontraba en manos del doctor Bennet pero el galeno, lamentablemente falleció de repente, dejando inconcluso el trabajo que venía realizando con Hughes, un tipo extremadamente violento, tanto que había destrozado, literalmente, hasta a veinte hombres, provocándoles múltiples fracturas. Hughes era enorme como un cerro, fornido más que un mastodonte y sus brazos eran idénticos a las palas de una grúa. Intimidaba además. Tenía la mirada fiera, era insolente, rebelde y se enojaba por cualquier cosa y el único idioma que conocía era dar puñetes y patadas. No hablaba, solo golpeaba. Como Bennet además de tratar a Hughes, se encargaba de monitorear a los otros internos en la clínica. Brown me pidió que haga su trabajo y que Karlson, ahora, se encargaría de examinar y derivar pacientes a médicos especializados, a cargo del triaje. Después de v
Esa noche le escribí a Marcus a su whatsapp. -¿Qué haces?-, le pregunté. Yo estaba en la cama, echada, descalza, con mi pijama de ositos ya puesto y me sentía sensual y coqueta a la vez. -Recordaba las campiñas de Glasgow, cuando iba montando a "Candela", ahora todo son carros, edificios, tiendas, el mundo se ha estropeado ya no es como era antes libre de contaminación y tanto ruido-, me respondió. -Hay mucho apuro-, le di la razón. -Jamás podré acostumbrarme a esos carros modernos, prefiero las calesas jaladas por caballos elegantes y pulcros, hoy todos quieren ganarse y se estrellan y se matan-, renegó. -Hice un poema-, le escribí mordiendo aún más coqueta mi lengüita. -¿Eres poetisa?-, creo se sorprendió él. -Lo intento-, moví mis tobillos sensual, sentía mis pechos pétreos, mordía mis labios y estaba febril, súper sexy, como si él estuviera deseándome. -A ver-, me desafió. -Tu amor es una mañanita tibia y serena que trae las flores y el rocío y el