Descubrí en el internet un portal de poemas. Fue de casualidad mientras buscaba cualquier página divertida para entretenerme y olvidarme de la tensión que me agobiaba. Yo me sentía mal, en realidad, desencantada del del amor, angustiada de no tener alguien a mi lado. Había sufrido muchas decepciones y la clínica apenas era un paliativo para mis desilusiones que eran bastantes y aún tenía las heridas abiertas. En mis noches de alcoba garabateaba algunos versos soñando en un hombre platónico, encantado y mágico que me acogiera con sus besos y caricias, que apareciera de repente frente a mi ventana muy adorable y hermoso. No es que fuera masoquista o algo por el estilo, sino que me gustaba escribir. Y pensaba, entonces que el amor era eso, un imposible. -Comparta sus emociones con todo el mundo-, decía el portal versos punto com. Me dio risa. Empecé a leer sus archivos y habían poemitas muy bonitos, con mucho sentimientos y pasión que, incluso me hicieron suspirar, escritos de poet
-Doctora Povilaityté, la espera el señor Marcus Green, ha venido solo-, me anunció la recepcionista. Yo recién llegaba a la clínica. El tránsito había estado atroz y se me hizo demasiado tarde. Marqué mi tarjeta de prisa y me apuré en ir a mi consultorio, taconeando las losetas, haciendo eles con mis manos para aligerar mis pasos. Abrí la puerta dando un tumbo, colgué mi cartera, me puse mi mandil, abrí la laptop, encendí el tablet, acomodé mis lentes, me hice una cola con mi pelo, saqué mis caramelos, regué mis lapiceros, mi cuaderno de apuntes y llamé de inmediato al señor Green. -Pase por favor-, dije con mi vocecita musical, moviendo coqueta los hombros. -Se le hizo tarde, doctora-, me dijo entonces Marcus Green, con una tonada fuerte, concisa, contundente y firme, igual a un martillazo atinándole exacto al clavo. Levanté la mirada curiosa por esa voz tan varonil y melódica, propio de un barítono, y allí estaba él mirándome con sus ojos inexpresivos, callados, como una acuar
-Estoy a cargo del triaje, me será más fácil sacar las medicinas de farmacia-, se entusiasmó Karlson. -Pero Povilaityté se dará cuenta-, no estaba del todo seguro Davids. -Firmaré yo las órdenes, ya no habrán problemas de nada. El comprador nos ofrece un gran dinero, no podemos perder esta ocasión-, insistió Karlson. -Bien, bien, bien, en todo caso estaré pendiente de Povilaityté, esa mujer parece una parabólica mirando a todas partes, atenta a todo lo que pasa en la clínica-, renegó Davids. ***** Karlson quedó a cargo del filtro de pacientes y así pude ir sin problemas a la casa de Green. No sé por qué pero no solo estaba muy nerviosa sino que me puse tan hermosa que parecía ir a mi propia boda. Me puse un vestido muy entallado, corto, pantimedias, zapatos taco 14 para verme enorme, me solté los pelos y un abrigo coqueto. El vestido tenía un escote muy pronunciado donde se apreciaba el canalillo de mi busto y resaltaba mis caderas y posaderas. Me veía tan hermosa que me sen
El paciente Frederick Hughes tenía cincuenta años y llevaba buen tiempo en tratamiento en la clínica. Estaba internado hacía ocho meses y se encontraba en manos del doctor Bennet pero el galeno, lamentablemente falleció de repente, dejando inconcluso el trabajo que venía realizando con Hughes, un tipo extremadamente violento, tanto que había destrozado, literalmente, hasta a veinte hombres, provocándoles múltiples fracturas. Hughes era enorme como un cerro, fornido más que un mastodonte y sus brazos eran idénticos a las palas de una grúa. Intimidaba además. Tenía la mirada fiera, era insolente, rebelde y se enojaba por cualquier cosa y el único idioma que conocía era dar puñetes y patadas. No hablaba, solo golpeaba. Como Bennet además de tratar a Hughes, se encargaba de monitorear a los otros internos en la clínica. Brown me pidió que haga su trabajo y que Karlson, ahora, se encargaría de examinar y derivar pacientes a médicos especializados, a cargo del triaje. Después de v
Esa noche le escribí a Marcus a su whatsapp. -¿Qué haces?-, le pregunté. Yo estaba en la cama, echada, descalza, con mi pijama de ositos ya puesto y me sentía sensual y coqueta a la vez. -Recordaba las campiñas de Glasgow, cuando iba montando a "Candela", ahora todo son carros, edificios, tiendas, el mundo se ha estropeado ya no es como era antes libre de contaminación y tanto ruido-, me respondió. -Hay mucho apuro-, le di la razón. -Jamás podré acostumbrarme a esos carros modernos, prefiero las calesas jaladas por caballos elegantes y pulcros, hoy todos quieren ganarse y se estrellan y se matan-, renegó. -Hice un poema-, le escribí mordiendo aún más coqueta mi lengüita. -¿Eres poetisa?-, creo se sorprendió él. -Lo intento-, moví mis tobillos sensual, sentía mis pechos pétreos, mordía mis labios y estaba febril, súper sexy, como si él estuviera deseándome. -A ver-, me desafió. -Tu amor es una mañanita tibia y serena que trae las flores y el rocío y el
Picada por la curiosidad y aprovechando mi descanso en la clínica, decidí dar una vueltita por la casa de Marcus. No tenía programada ninguna consulta, solo quería ver el ambiente en que vivía mi paciente, escuchar a los vecinas, quizás refiriéndose a él, quejas, chismes, no sé, algo que me pudiera ayudar en el tratamiento, aunque en realidad todo eso era tan solo una excusa. La realidad era que quería estar cerca de Green, tampoco les voy a mentir. Aquel era un barrio apacible, tranquilo y de poco movimiento. Todas las casas, en realidad eran elegantes, bien delineadas y con jardines amplios. Quería hablar con los vecinos pero no me animaba y no me atrevía, pensaba que podrían decirle a Marcus o a su madre y entonces tomar las cosas a mal, cuando vi a tres muchachas conversando muy animadas, haciendo gestos, riendo, en una tienda cercana, departiendo gaseosas y galletas. Tuve la intuición de que hablaban de Marcus, al menos es lo que esperaba. Fui de prisa, apurando mis pasos, ta
Llegué a casa echando humo por todos mis poros, excitada, pero también ardiendo en celos incontrolables. Recordaba a las muchachas esas cuando hablaban de Marcus, contándose cómo fueron seducidas y enamoradas por ese hombre, la forma en que las desnudó, con mucha sutileza, y luego les hizo el amor y las convirtió en suyas, y eso me tenía entre excitada y molesta a la vez, extasiada y furiosa y yo era, en realidad, un volcán en erupción, pensando en las manos de Green, sus labios grandes, su cuerpo tan bien pincelado, majestuoso y varonil y me volvía completamente loca. Juntaba los dientes, me jalaba los pelos, golpeaba mis rodillas, movía los hombros, mordía mis labios, en fin, me sentía sexy, coqueta, sensual pero de la misma forma despechada y, como les digo, incendiándome en celos. Después de ducharme y ponerme cómoda, tumbada en mi cama, acompañada de mis peluches, abrí la laptop y tuve la curiosidad de buscar en la web "Marcus Green", empujada por mis celos y mis fervient
Le serví un café humeante a Rosemary, la paciente que había perdido el habla después de ver morir a su marido atacado por un puma. Su hija me dijo que ella había estado muy pensativa en esos últimos días, sin llorar ni con la mirada hundida, sino, por el contrario, era como si intentara hilvanar ideas, recuerdos e imágenes, es lo que le parecía a su hija. Nos dejó solas mientras ella almorzaba. La chica recién había venido de la escuela cuando me encontró en la puerta esperando, preparada para la terapia. Yo había llevado mi laptop y un usb con música agradable, pensando en que podía emocionarla con algunas melodías muy apacibles y románticas pues, mi intención, era forzar sus recuerdos y volver a prender los sentimientos en su alma alicaída. -¿A qué se dedicaba tu marido?-, le pregunté entonces a Rosemary. Ella no me contestó ni tomó el café que le acomodé en una mesita. Seguía, en efecto, con la mirada perdida, extraviada, seguramente, en imágenes que bailoteaban en sus pensa