Todos los capítulos de La pequeña prisionera del rey de los lobos: Capítulo 31 - Capítulo 40
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Capítulo 31: Las pistas de Sangreoscura
Fabrizio Sea lo que sea en lo que trabajara el señor Rocco, sin duda le va muy bien en la vida. La mansión donde me reuniré tiene columnas altas y anchas, todo completamente de blanco.—El señor lo espera —me dijo el mayordomo. Todo era perfectamente humano. Había estado tanto tiempo entre seres sobrenaturales que había olvidado lo que era una vida normal: sentarse a tomar una bebida caliente viendo el paisaje, preparar el día a día, correr por pequeñas preocupaciones. Añorar porque no sabías cuántos atardeceres ibas a poder ver. Una vida más simple, que quizás se apreciaba más. Ahora me recibía un hombre encorvado, apoyado en un bastón.—Señor... Lamento, creo que no sé su apellido.—Fabrizio, solo Fabrizio.—Me dijeron que era amigo del señor Alaric. Supongo que debe estar fallecido; era un hombre adulto cuando yo era muy joven.—Así es, ahora está su hijo, llamado Alaric también— Mentiras usuales de la gente que vive eternamente —Trabajo para él, vine a su pedido.—Ahhh el retrato
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Capítulo 32: El anhelo
Alaric La distancia me estaba matando. La veía a ella a lo lejos, entrenando con Eva, en la cocina, sus manos entre frutas y especias, y yo la anhelaba. Cuando estaba en el jardín y la veía oliendo las flores, lucía tan... feliz y perfecta. Sin mí, sin extrañarme. El vínculo de mates era una maldición, de eso estaba seguro. Y no había un ser más maldito que el lobo con una mate humana, pues ella no sentía esto: la locura, la pasión, la ansiedad de tenerla.—Debemos darle espacio —me había dicho Roy, y yo le hice caso. Entendíamos, si es que sabíamos algo de ella, que Celeste necesitaba encontrar su lugar. Su misión en la vida, su posición en este castillo. Que no lo viera como su prisión, sino como su hogar. Que no me viera a mí como un enemigo, un monstruo, el villano de esta historia, sino como... su rey. Su mate. Las dudas existían, pero el vínculo empezaba a forjarse como una espada de acero, con fuego, agua y tesón.Estaba acabado, lo sabía.Comía las galletas que me dejaba tod
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Capítulo 33: Refugio en el Templo
Celeste Vi a los vampiros y sentí el miedo crepitar en mi piel. Había huido de ellos en la manada, pero finalmente habían llegado a mí, como si, sin importar lo que hiciera, el destino fuera siempre el mismo.—¡Yo puedo con ellos! ¡Corre! —me grita Eva mientras la veo pelear contra cuatro vampiros al mismo tiempo.—¡Es ella, la traidora! —le gritan, y yo siento pavor. Una cosa era entrenar con ella y otra muy distinta verla atacar en realidad, sin compasión, con una crueldad absoluta. Salvándome.—¡Al templo, ahora! —grita, sus cuchillos llenos de sangre. Corrí a través de la batalla, con los pies apenas tocando el suelo y el corazón martillándome en los oídos, sabiendo que me perseguían.—¡A ella, la hechicera! ¡No huele a plata! —gritaban. Sentía sus pasos detrás de mí, rápidos, inhumanos. Sabía que, si volteaba, vería sus ojos hambrientos y sus dientes preparados para tomarme. Me lancé hacia la entrada, cruzando el umbral, esperando que los vampiros me alcanzaran en cualquier momen
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Capítulo 34: Mi igual
Alaric El mundo se me vino abajo cuando ella se desmayó. Pensé que el vínculo de mates me ayudaría a saber qué le pasaba, pero Roy y yo estábamos tan perdidos que entramos en pánico cuando no respondía. La tormenta fue cediendo, y cuando llegamos al castillo, yo estaba enloquecido.—¡Doctora! ¿Dónde está la doctora? —grité desesperado. No estuve tranquilo hasta que no vi a Celeste en una camilla.—Quizás fue el estrés, pasó por una experiencia muy traumática —dijo la doctora mientras yo gruñía.—Celeste ha pasado por cosas peores que todos los presentes juntos; no es una muchacha débil que se desmaya por una impresión —gruñí. Pero no tuve más respuestas. Al poco tiempo apareció Fabrizio, y lo pusimos al tanto.—Lamento tanto que haya dejado de tomar su poción con plata, entiendo que lo hizo para que Eva y yo pudiéramos estar con ella tranquilos —se lamentó.—Tiene que ver con el templo ¿Crees que ella tenga poderes? —preguntó Amelia.—No que yo pueda sentir; entiendo que ustedes tamp
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Capítulo 35: La Eterna
Celeste Cuando me levanté de nuevo estaba sola, y ahora me preguntaba si el rey dormía del todo. Suspiré y, al percibir su aroma, me detuve a oler las sábanas. Nunca fui muy buena percibiendo el aroma de los lobos, pero podría jurar que con él era diferente; su perfume era fantástico. ¡Qué tontería Celeste! Me reí. Y cuando me levanté, noté que había una cajita con un mensaje para mí.Eva dijo que había avances en tus entrenamientos. Debes estar preparada. Conseguí esto para ti. Nos vemos donde nos encontramos esa vez. Tú tienes preguntas y yo te prometí respuestas.Cuando abrí la caja, encontré una hermosa daga de plata, sencilla, en cuya hoja tenía una inscripción con una pequeña Luna.Mi cieloSuspiré, encantada. Tenía una especie de empaque para guardarla y colocarla en el cinturón. Y cuando me puse la ropa, me maravillaba una vez más de que me quedara perfecta. ¿Acaso el rey tendría un grupo de personas encargadas solo de tener todo preparado para él? ¿Ropas, fastuosos vestidos
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Capítulo 36: Todos tienen un deber
Fabrizio—Es un retrato hermoso. Y ella luce fantástica —dice Celeste.—Así que lo es.—Sí, sí, muy linda la damita, pero no me gusta eso de que persiga vampiros —comenta Eva con mala cara.—No sé si recuerdas esas épocas, Eva, pero eran terribles para los humanos. No la juzgo; más bien, la admiro. En aquella época, una mujer se suponía que debía quedarse quieta y callada, y ella se atrevió a luchar, a ir contra las normas —digo emocionado.—Pues espero que haya cambiado. No todos los vampiros somos malos —contesta la vampira refunfuñando.—Y sin duda debe ser de clase alta. Mira sus manos, cuidadas aunque manchadas de tinta. Debía escribir mucho —dice Celeste, y yo me maravillo con sus observaciones.—Tienes razón.—Y también parece ser un cerebrito, como ustedes dos, puesto que tiene una cantidad exagerada de libros detrás —indica Eva, quien tenía una especial aversión por los libros.Me quedé impactado. No podía ser que estaba tan embobado viéndola a ella, a su imagen tan preciosa,
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Capítulo 37: Mi trabajo
Objetos que hablan.Susurros que nadie escucha. Hechicería a la distancia. Llevaba días buscando información que me confirmara que lo que había escuchado cerca de ese puñal, no era solo mi imaginación. Pero mi investigación no rendía frutos. Buscar sobre “humanos que escuchan voces” solo empeoró la situación. Lo mismo que buscar información sobre humanos con ciertos poderes. Fuera lo que fuera que me estaba pasando, no parecía algo normal y, por lo tanto, seguramente no era algo bueno.Me debatía entre hablar con alguien, pero, honestamente, tenía miedo, ya que no me quedaba duda de que realmente nadie más oía lo mismo que yo. Como prueba, me acerqué a otras armas y no escuché nada, igual que cuando revisité aquellas que escuché por primera vez en el ataque al castillo. Todo esto parecía ser extremadamente selectivo y, por ende, difícil de creer.Así que aquí estaba, inmersa en libros de hechicería. Su Majestad los había mandado retirar de la biblioteca, pero por mi pedido, volvie
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Capítulo 38: Mi señor
CelesteÉl duda por un momento antes de quitarse el guante de cuero. Me quedo impresionada: su mano está oscura, con partes rojizas que contrastan terriblemente con su piel pálida. Él parece avergonzado. Era algo muy extraño, jamás vi una herida así, aunque tenía una teoría.—¿Hechicería, o me equivoco?—Dudo que te equivoques alguna vez pequeña prisionera—indica, me hace sonrojar.—¿Culpa de La Eterna? —pregunto.—Sí y no. Tuve un encuentro con alguien muy poderoso, alguien a quien enseñaba a usar su poder. Necesitaba control y me interpuse, no me importó, al final todo valió la pena. Sin embargo, luego, Valerius usó ese poder concentrado, energizando aún más a La Eterna. Fue un combo casi fatal. Casi perdimos la guerra, me dejó fuera de combate —menciona él. Lei algo de la guerra y le había preguntado a Fabrizio. Sé que Alaric estuvo herido y casi pensaron que había muerto. La sola idea me duele.Toco su palma y juego con sus dedos; él suspira de placer, como si no hubiera sido toca
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Capítulo 39: Todos tenemos secretos
Eva—¡Vamos, Eva! —grita el rey mientras avanzo para atacarlo.Para los guerreros, el combate era vida misma, como el sol para las plantas o el agua para vivir. Todos disfrutaban de una buena pelea, ¿y qué mejor combate que uno contra el ser más fuerte que había visto, incluso más que un vampiro? El rey era imponente y, sin distraerse, se defendía de mis ataques.—Vamos, sé que quieres hacerlo. Sé que deseas vengarte después de lo que sabes, te pediré—susurra él, y yo suspiro.Me molestaba, pero supongo que era parte del proceso para obtener su perdón. El Rey de Todos los Lobos no hacía nada sin razón; no acogía a nadie bajo su ala protectora por buena voluntad.Él mismo lo había dicho: todos teníamos un deber que cumplir, incluso él. Así que avancé, atacándolo con fuerza. Él se defendía como podía, pero su sonrisa me hacía sentir que su poder estaba despertando.—Está funcionando —dice Amelia, observando cómo cada vez más personas nos miran pelear.El público suspira al ver cómo paso
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Capítulo 40: Ciudad Ónix
Fabrizio Caminaba por la galería y, casi sin ver. Se suponía que estaba allí para admirar obras de arte. En este tipo de espacios sentía que el tiempo transcurría de forma distinta, menos rápido, menos violenta. Sin embargo, descubrí algo interesante: yo había cambiado. Era normal que las cosas y los seres en el mundo cambiaran continuamente, pero, lamentablemente, ese no era mi caso. Los vampiros dejamos de evolucionar con el tiempo. Y ahora, rodeado de tanta belleza de creación humana, sentía que ya no tenía nada que admirar. Quizá se debía a que había pasado tanto tiempo observando el retrato de mi amada, que incluso el concepto de arte había cambiado para mí. Juro que la veía en cada pintura, en cada escultura. Sentía que ella me llamaba, que me pedía que la buscara y no la dejara. Donde estuviera, yo iría. Movería cielo y tierra. —Imaginé que aquí te iba a encontrar —dijo Amelia, apareciendo a mi lado.—Me conoce bien, mi señora.—Gracias por acompañarme. Sé que andas con tu
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