—¡Hija mía, ya llegué! —anunció Isaura entrando en la habitación con una exhalación, parecía que acababa de correr un maratón. —Mamá —susurró Amaya desde la cama, lágrimas salían de sus ojos. —Oh, lo siento, cariño. Me hubiera gustado venir antes, pero no encontraba un taxi, y…Pero la joven negó, dándole a entender que no era eso lo que la afligía. Isaura hizo una interrogación silente con la mirada y Amaya le señaló el par de cunitas que se encontraban a su lado en esa espaciosa habitación. En ese momento, el rostro de Isaura se iluminó y caminó hacia las niñas para conocerlas. Pero inmediatamente, sus ojos vieron algo que no alcanzaba a procesar. —Estas niñas… —la conmoción no le permitió completar las palabras. —¡No son sus hijas, mamá! —lloró Amaya, sabiendo la magnitud del problema que se le avecinaba. —Pero, Amaya. ¿Cómo es posible? —soltó incrédula. No se imaginaba que su hija fuera capaz de un engaño como ese. —Sucedió el día del accidente —le recordó—. Tú estabas muy
Leer más