Capítulo 006

—¡Hija mía, ya llegué! —anunció Isaura entrando en la habitación con una exhalación, parecía que acababa de correr un maratón. 

—Mamá —susurró Amaya desde la cama, lágrimas salían de sus ojos. 

—Oh, lo siento, cariño. Me hubiera gustado venir antes, pero no encontraba un taxi, y…

Pero la joven negó, dándole a entender que no era eso lo que la afligía. 

Isaura hizo una interrogación silente con la mirada y Amaya le señaló el par de cunitas que se encontraban a su lado en esa espaciosa habitación. 

En ese momento, el rostro de Isaura se iluminó y caminó hacia las niñas para conocerlas. Pero inmediatamente, sus ojos vieron algo que no alcanzaba a procesar. 

—Estas niñas… —la conmoción no le permitió completar las palabras. 

—¡No son sus hijas, mamá! —lloró Amaya, sabiendo la magnitud del problema que se le avecinaba. 

—Pero, Amaya. ¿Cómo es posible? —soltó incrédula. No se imaginaba que su hija fuera capaz de un engaño como ese. 

—Sucedió el día del accidente —le recordó—. Tú estabas muy mal y me habías exigido dinero. Yo no sabía qué hacer para ayudarte a pagar todas las deudas. ¡Mamá, tome una pésima decisión y terminé teniendo sexo por dinero! —confesó sintiendo como se liberaba de ese peso. Se sentía bien contárselo a alguien.

Isaura se sintió culpable por un momento, pero inmediatamente su expresión se endureció. 

—¡Yo no críe una prostituta!—se veía en sus ojos que quería jalarla de los cabellos—. ¿Por qué te casaste con ese hombre si sabías que no eran sus hijas? 

—¡Por tus palabras, mamá! —le gritó, al sentirse juzgada por sus acciones—. ¿O ya no la recuerdas? “Lo importante es la estabilidad, Amaya” —repitió lo que le dijo ese día. 

La mujer se quedó de piedra al ver su actitud desafiante y la forma en que le soltaba todas sus verdades a la cara. 

—¿Y ahora qué piensas hacer?—decidió por primera vez no seguir haciendo una lista de reproches. Era evidente que su hija la necesitaba. 

—¡Es lo que no sé! —volvió a llorar, sintiéndose cada vez más desvalida. 

Isaura se sacudió el cabello y caminó de un lugar a otro, tratando de pensar en la manera de explicar por qué las niñas habían nacido con ese tono de piel tan claro y con ese cabello tan rubio, cuando se suponía que debían ser morenas como sus padres. 

—¡Lo tengo! —exclamó de repente y sacó su teléfono del bolsillo. 

—¿Qué estás haciendo, mamá? —le preguntó Amaya con sus ojos encharcados. 

—Espera aquí. Ya vuelvo. 

—Pero y si Ben llega, ¿qué hago? 

—Le diré a la enfermera que no lo deje entrar hasta que regrese —aseguró.

Isaura salió de la habitación con paso presuroso y en medio del pasillo se encontró con su yerno, quien acababa de llegar. Rápidamente, caminó hacia él y le informó: 

—Las niñas ya nacieron—dibujó una sonrisa—. Todo está bien. Pero les están haciendo unas revisiones justo ahora. Debes esperar. 

—Pero necesito verlas —explicó su urgencia. 

—Lo harás. Solo espera aquí un momento—le indicó uno de los bancos y siguió su camino con dirección a la papelería del hospital. 

Isaura llegó al lugar y pidió la impresión de una imagen que había editado con Photoshop. Era una locura lo que estaba haciendo, pero era la única manera de salvar a su hija de su pésima decisión. Aunque, pensándolo bien, la decisión de Amaya no había sido del todo mala. Gracias a esa mentira se había casado con un millonario, así que tenía que ayudarla a guardar el secreto a toda costa. De eso dependía el futuro de ambas. 

Minutos después, Isaura volvió a encontrarse con su yerno en el pasillo y le sonrió. 

—Vamos, querido Ben, es hora de que conozcas a tus hijas. 

Ben se puso de pie de inmediato con el deseo de conocerlas y de saber de su adorada esposa. Se veía en sus ojos lo mucho que amaba a las tres. Porque si, incluso amaba a ese par de niñas que no conocía y que, para su desgracia, no eran sus hijas. 

Amaya vio a su madre entrar en compañía de su esposo y sintió que su alma se desvanecía. Estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco debido a la ansiedad. 

Ben se acercó con premura y acarició su rostro con dulzura. 

—¿Amor, cómo te sientes? ¿Estás bien? —le preguntó con preocupación. 

Amaya únicamente asintió. Las palabras no salían. 

Isaura, percatándose del estado de nerviosismo de su hija, decidió tomar el control de la situación y con suavidad sostuvo el brazo de su yerno para guiarlo hacia donde estaban las niñas. 

Ben se quedó por un momento congelando viendo a ese par de pequeñas. Eran hermosas, de eso no tenía la menor duda. Sin embargo, le llamó la atención ese color de cabello tan peculiar y esos ojos grises que acababan de abrirse. 

Inmediatamente, volteó a mirar a Amaya intentando compararla con las niñas, pero no lograba hallar ninguna similitud. 

Isaura notando esto, sacó lo que se suponía era una fotografía. 

—Se parecen a mi difunto abuelo. Mira —le mostró. 

En la foto podía verse a una Isaura más joven en compañía de un señor de cabellera rubia. La imagen era un poco extraña, pero Ben no tuvo tiempo de analizarla por más tiempo, porque su suegra se la arrebató. 

—¿Son hermosas, no es así? —preguntó, dando por finalizadas todas las dudas. Si Ben estaba lo suficientemente convencido de que eran sus hijas, entonces nadie podría decirle lo contrario y, al parecer, su foto sí había funcionado.

—Sí, son hermosas —sonrió. 

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