—¡Hija mía, ya llegué! —anunció Isaura entrando en la habitación con una exhalación, parecía que acababa de correr un maratón.
—Mamá —susurró Amaya desde la cama, lágrimas salían de sus ojos. —Oh, lo siento, cariño. Me hubiera gustado venir antes, pero no encontraba un taxi, y… Pero la joven negó, dándole a entender que no era eso lo que la afligía. Isaura hizo una interrogación silente con la mirada y Amaya le señaló el par de cunitas que se encontraban a su lado en esa espaciosa habitación. En ese momento, el rostro de Isaura se iluminó y caminó hacia las niñas para conocerlas. Pero inmediatamente, sus ojos vieron algo que no alcanzaba a procesar. —Estas niñas… —la conmoción no le permitió completar las palabras. —¡No son sus hijas, mamá! —lloró Amaya, sabiendo la magnitud del problema que se le avecinaba. —Pero, Amaya. ¿Cómo es posible? —soltó incrédula. No se imaginaba que su hija fuera capaz de un engaño como ese. —Sucedió el día del accidente —le recordó—. Tú estabas muy mal y me habías exigido dinero. Yo no sabía qué hacer para ayudarte a pagar todas las deudas. ¡Mamá, tome una pésima decisión y terminé teniendo sexo por dinero! —confesó sintiendo como se liberaba de ese peso. Se sentía bien contárselo a alguien. Isaura se sintió culpable por un momento, pero inmediatamente su expresión se endureció. —¡Yo no críe una prostituta!—se veía en sus ojos que quería jalarla de los cabellos—. ¿Por qué te casaste con ese hombre si sabías que no eran sus hijas? —¡Por tus palabras, mamá! —le gritó, al sentirse juzgada por sus acciones—. ¿O ya no la recuerdas? “Lo importante es la estabilidad, Amaya” —repitió lo que le dijo ese día. La mujer se quedó de piedra al ver su actitud desafiante y la forma en que le soltaba todas sus verdades a la cara. —¿Y ahora qué piensas hacer?—decidió por primera vez no seguir haciendo una lista de reproches. Era evidente que su hija la necesitaba. —¡Es lo que no sé! —volvió a llorar, sintiéndose cada vez más desvalida. Isaura se sacudió el cabello y caminó de un lugar a otro, tratando de pensar en la manera de explicar por qué las niñas habían nacido con ese tono de piel tan claro y con ese cabello tan rubio, cuando se suponía que debían ser morenas como sus padres. —¡Lo tengo! —exclamó de repente y sacó su teléfono del bolsillo. —¿Qué estás haciendo, mamá? —le preguntó Amaya con sus ojos encharcados. —Espera aquí. Ya vuelvo. —Pero y si Ben llega, ¿qué hago? —Le diré a la enfermera que no lo deje entrar hasta que regrese —aseguró. Isaura salió de la habitación con paso presuroso y en medio del pasillo se encontró con su yerno, quien acababa de llegar. Rápidamente, caminó hacia él y le informó: —Las niñas ya nacieron—dibujó una sonrisa—. Todo está bien. Pero les están haciendo unas revisiones justo ahora. Debes esperar. —Pero necesito verlas —explicó su urgencia. —Lo harás. Solo espera aquí un momento—le indicó uno de los bancos y siguió su camino con dirección a la papelería del hospital. Isaura llegó al lugar y pidió la impresión de una imagen que había editado con Photoshop. Era una locura lo que estaba haciendo, pero era la única manera de salvar a su hija de su pésima decisión. Aunque, pensándolo bien, la decisión de Amaya no había sido del todo mala. Gracias a esa mentira se había casado con un millonario, así que tenía que ayudarla a guardar el secreto a toda costa. De eso dependía el futuro de ambas. Minutos después, Isaura volvió a encontrarse con su yerno en el pasillo y le sonrió. —Vamos, querido Ben, es hora de que conozcas a tus hijas. Ben se puso de pie de inmediato con el deseo de conocerlas y de saber de su adorada esposa. Se veía en sus ojos lo mucho que amaba a las tres. Porque si, incluso amaba a ese par de niñas que no conocía y que, para su desgracia, no eran sus hijas. Amaya vio a su madre entrar en compañía de su esposo y sintió que su alma se desvanecía. Estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco debido a la ansiedad. Ben se acercó con premura y acarició su rostro con dulzura. —¿Amor, cómo te sientes? ¿Estás bien? —le preguntó con preocupación. Amaya únicamente asintió. Las palabras no salían. Isaura, percatándose del estado de nerviosismo de su hija, decidió tomar el control de la situación y con suavidad sostuvo el brazo de su yerno para guiarlo hacia donde estaban las niñas. Ben se quedó por un momento congelando viendo a ese par de pequeñas. Eran hermosas, de eso no tenía la menor duda. Sin embargo, le llamó la atención ese color de cabello tan peculiar y esos ojos grises que acababan de abrirse. Inmediatamente, volteó a mirar a Amaya intentando compararla con las niñas, pero no lograba hallar ninguna similitud. Isaura notando esto, sacó lo que se suponía era una fotografía. —Se parecen a mi difunto abuelo. Mira —le mostró. En la foto podía verse a una Isaura más joven en compañía de un señor de cabellera rubia. La imagen era un poco extraña, pero Ben no tuvo tiempo de analizarla por más tiempo, porque su suegra se la arrebató. —¿Son hermosas, no es así? —preguntó, dando por finalizadas todas las dudas. Si Ben estaba lo suficientemente convencido de que eran sus hijas, entonces nadie podría decirle lo contrario y, al parecer, su foto sí había funcionado. —Sí, son hermosas —sonrió.Amaya sonrió aliviada al ver que todo había resultado creíble. No sabía qué cosa se había inventado su madre con esa supuesta fotografía, pero sea lo que sea había funcionado. O al menos había funcionado para Ben, porque sus suegros eran otra historia. —¿Dónde están las niñas? —preguntó Roussa entrando en la habitación con altanería. La mujer no se había detenido ni un instante a saludar a su nuera, era como si simplemente no existiera o como si el hecho de haber dado a luz a dos niñas no fuera lo suficientemente importante como para reconocerla. Amaya tampoco esperaba una felicitación o una palabra amable, pero le molestaba ser ignorada de esta manera. —Están aquí —indicó Isaura, levantándose del pequeño sofá dónde se encontraba acompañando a su hija. Roussa y Aníbal caminaron hacia las cunas con el claro deseo de conocer a sus nietas. Los ojos de Ben brillaban ante la emoción de que sus padres conocieran a las pequeñas que había procreado con la mujer que amaba. Sin embargo,
Tres días después, Amaya estaba de regreso a la mansión Greiner. Tenía muchas dudas e inquietudes, con respecto a cómo sería de ahora en adelante su relación con sus suegros. Ya que desde que se había mudado a esa casa, no había sido recibidora del mejor trato por parte de ellos. La señora Roussa de por sí siempre cortante, ahora parecía dispuesta a hacerle la vida un infierno. Pero aunque había insistido a su marido para que consiguieran otro lugar donde vivir, Ben se había negado, alegando que su familia era lo más importante y no podía dejarlos. Amaya estuvo a punto de decirle que ahora su familia era ella y sus hijas, pero entonces recordó que las niñas realmente no eran sus hijas y se arrepintió en el acto. ¿Con qué moral podía exigirle algo cuando estaba traicionándolo?Por otro lado, su madre no dejo de darle consejos en esos días que estuvo en el hospital, insistiéndole en que no permitiera que descubrieran la verdad y que mucho menos se dejará humillar por esas personas.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?Los ojos grises parecían exigir una explicación. —¿Decirte qué?—alzó el mentón con desafío. Las niñas comenzaron a llorar en ese justo instante, alertadas por los fuertes ruidos—. ¡Largo, no tienes nada que hacer en esta habitación!—En eso te equivocas—los pasos de Damián resonaron en el pulido piso, un instante antes de que sus dedos se cerraran en torno al brazo de Amaya—. ¿Acaso pensabas que podías ocultarlo para siempre? —¡Cállate! ¡No sé de qué estás hablando!—intentó soltarse, mientras negaba su delito.—Tus mentiras terminaron, Amaya. El hombre la soltó con un empujón y se dirigió a la puerta. —¡Espera! —lo llamó asustada, temiendo por lo que sea que estaba a punto de hacer. No podía permitir que la verdad saliera a la luz.Damián se giró para encararla, en sus ojos grises solamente podía verse el odio que le tenía.—No sé qué ideas te has creado, pero estas niñas no son tuyas. Y sí, es cierto que no son de tu hermano, ¡pero tampoco son tuyas!
Isaura tosió escupiendo la bebida que acababa de llegar a su paladar. “El verdadero padre de las niñas es Damián, el hermano de Ben”Las palabras de su hija seguían flotando en el ambiente como una calamidad. No lo podía procesar. «¿Cómo era posible que Amaya se hubiese metido en semejante lío?», se preguntó, sin entender.—¡Qué demonios, Amaya! ¡Te has vuelto loca! —soltó en un chillido histérico, que hizo que las niñas dieran un brinquito. —No, mamá—negó con la cabeza—. Quisiera decirte que todo esto no es más que una pésima broma, pero lamentablemente es la verdad. El padre de mis hijas es Damián —repitió con arrepentimiento. Ciertamente, si pudiera volver el tiempo atrás, jamás se acostaría con ese desconocido, mucho menos, hubiese involucrado a un inocente como Ben en todo esto. Sin embargo, ya nada de eso se podía evitar.—Pero… ¿Cómo?—Yo no lo supe hasta el día de la boda. No sabía que entre Damián y Ben había un lazo de hermandad, ¿cómo lo hubiese sabido?—se encogió de ho
Como era de esperarse, Roussa no estuvo de acuerdo con la llegada de Isaura a la mansión Greiner. Pero aun así, no pudo negarse. Amaya realmente no sabía qué palabras había utilizado Ben para convencer a su madre, pero sin importar cuáles fueron habían funcionado. Ahora el detalle era su propia madre, quien no dejaba de merodear por la casa como si fuera la dueña y señora de todo. Entraba en la cocina y daba órdenes a diestra y siniestra, le pedía a los empleados que limpiaran lugares que se mostraban relucientes. Todo con el afán de aparentar superioridad. Incluso había intercambiado un par de palabras despectivas con la señora Roussa. Amaya había decidido evitar a su madre también, así fue como en medio de la cena, informó que se sentía indispuesta y se levantó de la mesa para desaparecer del lugar. No soportaba ni un segundo más los comentarios cargados de veneno, que iban y venían de parte y parte.Minutos después se encontraba en la terraza de la mansión, disfrutando de un p
El encuentro de sus labios y lenguas se volvió más intenso con cada segundo. Rápidamente, el frío había dejado de ser un problema, porque aquella terraza había comenzado a incendiarse con la cercanía de sus cuerpos hambrientos. Amaya se aferró más al cuello de su cuñado, exigiendo que profundizará el beso. La espalda de la mujer se apretó contra la pared, mientras esa mano áspera se colaba por debajo de la falda de su vestido.Gimió en la boca de Damián tras el contacto en sus puntos más íntimos. En ese instante se olvidó de lo mal que estaba todo esto, del lugar donde se encontraban, de que estaba casada. Nada de eso pareció ser relevante en un momento tan disfrutable. Eran como dos animales irracionales, hambrientos, que lo único que deseaban era aparearse, saciar el deseo que sentían hacia el otro. Amaya sabía que la cordura llegaría más tarde y que se arrepentiría de sus decisiones actuales, pero mientras tanto decidió no pensar en nada más y solamente se permitió disfrutar d
Dolor de cabeza, dolor de espalda, malestar estomacal; la lista de excusas iba en aumento con cada día que pasaba. Ben ya no sabía qué pensar, pero era evidente que algo malo estaba sucediendo en su matrimonio.—Amaya —la llamó una noche en medio del pasillo. Amaya se encontraba al lado de su madre y ambas se dirigían a la habitación de las niñas. —¿Sí, amor? ¿Necesitas algo? —preguntó la joven con inocencia, sin sospechar cuál era el tema que quería tratar su esposo. —¿Me permites un momento a solas? —puntualizó lo último, viendo disimuladamente a su suegra.Amaya asintió y le hizo una seña a su madre, que parecía decir: no me tardo, vuelvo en un momento.Sin embargo, Isaura no continuó con su camino hacia la habitación de las niñas como era de esperarse, por el contrario, luego de que Ben y Amaya desaparecieran en una habitación cercana, se acercó de puntillas, dispuesta a espiar la conversación por una hendidura de la puerta. En el interior de esas cuatro paredes, Ben no logra
Damián sabía que el plazo que le había dado a Amaya acababa de agotarse. Pero a pesar de ser consciente de que debía contarle la verdad a su hermano personalmente, algo en su interior lo detenía. ¿Cómo hacerlo cuando se había acostado con su esposa hacía un par de días? ¿También le diría eso cuando le contara que las niñas no eran sus hijas? No pudo evitar reprocharse a sí mismo su desliz. Era evidente que eso no estaba dentro de sus planes, pero para su pesar había sucedido y, ahora, no se sentía con la moral suficiente como para destapar todo este embrollo. Lo peor de todo era que Amaya lo sabía muy bien y por eso, ahora le sonreía triunfante cada vez que se encontraban en los pasillos.Lo que no sabía Amaya era que esa sonrisita provocaba más cosas en él de las que sería razonable admitir. Damián también tuvo que reprocharse a sí mismo, el hecho de haberle estado espiando el trasero a su cuñada más de lo necesario. Pero había algo en Amaya que lo volvía loco. Había querido ig