Capítulo 005

Los días transcurrieron con total normalidad, y para alivio de Amaya no volvió a ver a su cuñado después de la boda. Al parecer Damián vivía viajando constantemente.

Sin embargo, sus suegros no dejaban de mencionarlo en cada cena, halagando sus muchas habilidades y pronunciando su nombre con ojos soñadores.

Siempre que esas comidas terminaban, el ánimo de su esposo mermaba notablemente. Era evidente que por más que se empeñaba en ser lo suficientemente bueno para sus padres, ninguno parecía sentirse verdaderamente orgulloso de él.

Hasta la fecha la señora Roussa no dejaba de reprocharle a Ben su decisión de casarse tan joven. Alegando que existían preservativos, entre otros métodos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados.

Porque para ella, esas criaturas que venían en camino eran simplemente un estorbo.

Amaya tenía ganas de gritarle a la cara y decirle que eran sus nietas, le gustara o no. Pero se contenía. Solamente esperaba que esas niñas nacieran parecidas a ella, para así evitar dudas sobre su legitimidad.

Ya que al igual que Ben, ella tenía el cabello y los ojos oscuros, aunque su tono de piel era un poco más claro que el de su esposo.

Quizás si las niñas nacían parecidas a ella, entonces podría llevarse este secreto a la tumba. Porque si, por el contrario, se parecían a su verdadero padre, entonces tendría mucho que explicar.

Amaya decidió no atormentarse con suposiciones y pasar su embarazo con tranquilidad.

Por decisión de sus suegros había congelado sus estudios universitarios, ya que ellos afirmaban que sería mal visto que siguiera asistiendo a la universidad con esa barriga.

—¿Por qué? —preguntó un día.

—Daría la impresión de que mi hijo no puede costear tu embarazo. Y siendo suyas o no, Ben tiene el dinero suficiente para mantener a esas niñas —soltó Roussa su veneno.

—Señora, sé que piensa que me case con su hijo por interés, pero le juro que ese no es el caso—mintió—. Así que, por favor, deje de hacer este tipo de comentarios tan desagradables. Porque le garantizo que estas niñas son sus nietas.

—Eso lo veremos —contestó la mujer con una mueca de repugnancia, dándole la espalda. Al parecer la señora Roussa se sentía superior a todo el mundo, así que no entendía cómo era que su esposo la quería tanto.

Su madre tampoco le colaboraba en ayudarle a simpatizar con sus suegros. Siempre que Isaura venía de visita, se comportaba como si fuese la dueña y señora de la casa, dándole órdenes a los empleados y sentándose sobre el sofá a sus anchas.

—Mamá, por favor, no pongas los pies sobre esa mesa —le regañó Amaya al ver su falta de modales—. Escuché que la señora Roussa la compró en una subasta. Y te aseguro que el precio es una locura, ni trabajando mil años podríamos pagarla.

—Ay, basta, Amaya. No me importa esa mujer ni nada de lo que diga. Le guste o no, ahora somos familia —se jactó. A Isaura le gustaba la idea de pertenecer a la alta sociedad.

Amaya suspiró sabiendo que su madre nunca cambiaría. Pero afortunadamente había dejado de consumir esa porquería o al menos eso era lo que le decía.

[…]

Una mañana, siete meses después, Amaya despertó con fuertes dolores en su vientre y espalda. No podía parar de gritar y pedir ayuda. Pero su esposo no estaba.

Su suegra alentada por los gritos, entró y la encontró apoyada en la pared, tratando de caminar.

—¿Qué sucede? —le preguntó Roussa con frialdad.

—Son contracciones. Las niñas ya vienen —informó con dificultad, haciendo una mueca de dolor, mientras una nueva contracción la atravesaba.

Su suegra la miró retorciéndose por un momento y luego salió de la habitación para pedirle a uno de los empleados que la llevara al médico.

Roussa Greiner no la acompañó.

Cuando llegó al hospital fue atendida rápidamente, pero Amaya se sentía fatal al saber que se encontraba completamente sola. Rápidamente, suplico para que llamaran a su esposo y para que le avisaran también a su madre. Con la promesa de que lo harían, entró en labor de parto.

La primera niña nació prácticamente de forma inmediata, haciendo que Amaya sintiera un poco de alivio luego de tanto dolor. Pero al ver a su hija, la angustia se apoderó de su interior.

El dolor de la llegada de la segunda niña, no le permitió asimilar lo que sucedía. Pero luego de que nació la otra pequeña, finalmente lo confirmó.

Esas niñas habían nacido idénticas a su verdadero padre, lo cual era un ENORME problema.

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