Capítulo 004

—Amor, conoce a mi hermano —la presentó Ben con el hombre que la había embarazado—. Damián, ella es Amaya, mi esposa.

—Un placer.

Damián tomó su mano con suavidad y besó el dorso de la misma con galantería.

Amaya apartó la mano de inmediato, sintiendo un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza tras el contacto. «Esto tiene que ser una pesadilla», pensó en medio del pánico, pellizcándose disimuladamente para despertar.

Pero no. Todo era extremadamente real, tan real que era un enorme problema.

La señora Roussa apareció de inmediato felicitándolos por el matrimonio y encaramándose en el brazo de su hijo mayor. Era evidente que existía un favorito en la familia. Y ese era Damián. El hijo biológico de los Greiner.

—Agradece que tu hermano pudo hacer espacio en su agenda para asistir a la boda —comentó Aníbal, apareciendo también de la nada—. Mi muchacho es un hombre de negocios muy ocupado —señaló con orgullo, al tiempo en que Ben bajaba la mirada, sintiéndose menospreciado.

Por más que Ben quisiera ser aceptado por su padre, no había manera de que pudiera competir por su cariño contra Damián. Siempre sería el favorito. Y a él no dejaría de verlo como ese triste niño al que habían decidido rescatar de la calle por mera lástima.

El resto de la recepción transcurrió con aparente normalidad, había muy pocos invitados. Y mientras, Amaya recibía las felicitaciones y regalos de todos, no dejaba de mirar a su cuñado.

Damián se mostraba indiferente, como si realmente fuese la primera vez que se hubiesen visto, como si esa noche en la que tuvieron sexo nunca hubiese sucedido. Eso la hacía sentir desconcertada y enojada en partes iguales. Él actuaba como si nada, mientras ella llevaba en su vientre a su hijo.

Tuvo el impulso de acercarse a él y hablar sobre lo sucedido, incluso sintió que debía revelarle la noticia de su embarazo. Pero en cuanto encontró la oportunidad de estar a solas, él simplemente la miró como si fuera la peste.

—Damián —lo llamó sintiendo que su nombre sonaba demasiado extraño en su boca. Era prohibido.

—¿Qué quieres?—su máscara de cordialidad desapareció.

Entonces, en ese momento, Amaya supo que él sí la recordaba.

—Sobre lo que pasó…

—No ha pasado nada —la interrumpió tajante—. Acabas de casarte con mi hermano y eso es lo único que ahora importa. Así que olvida eso que dices que pasó, porque yo ya lo hice.

—Pero… —empuñó sus manos, sintiendo el deseo de decirle que nada era así de fácil como él decía, que llevaba en su vientre a su hijo.

—Basta, Amaya —la frialdad de su tono, la estremeció—. Solamente espero que no te hayas casado con mi hermano por su fortuna —la acusó, recordando aquel día en el que prácticamente le vendió su virginidad.

Amaya se sintió muy ofendida por su tono y por sus palabras despectivas.

—¡¿Cómo te atreves?! —soltó histérica, pero en realidad su acusación no estaba del todo infundada.

—Porque si ese fuera el caso, te arrepentirás de haber nacido —la amenazó, un segundo antes de darle la espalda y marcharse con grandes zancadas. Era evidente que no la soportaba.

Amaya sintió deseos de llorar, porque acababa de meterse en un tremendo lío.

[…]

Su vida de casada comenzó y por más que trataba de sentirse optimista sobre su decisión, empezaba a arrepentirse. Vivir en la misma casa que sus suegros, era la peor cosa que pudo haber elegido.

¿Pero cómo negarle eso a su marido cuando parecía adorar tanto a su madre?

La señora Roussa era el ángel que lo había rescatado de la calle.

Amaya intentaba soportar las constantes acusaciones y miradas cargadas de reproches. Sabía que en cierta forma se merecía el desprecio de esa familia por haber engatusado a alguien tan bueno como Ben, pero después de todo, la criatura que esperaba si resultó ser un miembro de ese hogar. Era un Greiner. Uno legítimo.

Semanas después, terminó enterándose de que en realidad no se trataba de un niño, sino que eran dos. Dos niñas, para ser más precisos.

—Amor, gracias —la abrazó Ben con lágrimas en los ojos, luego de que el doctor hubiese dado la noticia—. Me has hecho el hombre más feliz del mundo. Te juro que las protegeré a las tres con mi vida —prometió.

Amaya no pudo evitar llorar, pero no precisamente porque estaba conmovida por sus tiernas palabras. Lloraba porque no se merecía a ese hombre tan bueno con el que se había casado. Ben no merecía su engaño.

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