Como era de esperarse, Roussa no estuvo de acuerdo con la llegada de Isaura a la mansión Greiner. Pero aun así, no pudo negarse. Amaya realmente no sabía qué palabras había utilizado Ben para convencer a su madre, pero sin importar cuáles fueron habían funcionado. Ahora el detalle era su propia madre, quien no dejaba de merodear por la casa como si fuera la dueña y señora de todo. Entraba en la cocina y daba órdenes a diestra y siniestra, le pedía a los empleados que limpiaran lugares que se mostraban relucientes. Todo con el afán de aparentar superioridad. Incluso había intercambiado un par de palabras despectivas con la señora Roussa. Amaya había decidido evitar a su madre también, así fue como en medio de la cena, informó que se sentía indispuesta y se levantó de la mesa para desaparecer del lugar. No soportaba ni un segundo más los comentarios cargados de veneno, que iban y venían de parte y parte.Minutos después se encontraba en la terraza de la mansión, disfrutando de un p
El encuentro de sus labios y lenguas se volvió más intenso con cada segundo. Rápidamente, el frío había dejado de ser un problema, porque aquella terraza había comenzado a incendiarse con la cercanía de sus cuerpos hambrientos. Amaya se aferró más al cuello de su cuñado, exigiendo que profundizará el beso. La espalda de la mujer se apretó contra la pared, mientras esa mano áspera se colaba por debajo de la falda de su vestido.Gimió en la boca de Damián tras el contacto en sus puntos más íntimos. En ese instante se olvidó de lo mal que estaba todo esto, del lugar donde se encontraban, de que estaba casada. Nada de eso pareció ser relevante en un momento tan disfrutable. Eran como dos animales irracionales, hambrientos, que lo único que deseaban era aparearse, saciar el deseo que sentían hacia el otro. Amaya sabía que la cordura llegaría más tarde y que se arrepentiría de sus decisiones actuales, pero mientras tanto decidió no pensar en nada más y solamente se permitió disfrutar d
Dolor de cabeza, dolor de espalda, malestar estomacal; la lista de excusas iba en aumento con cada día que pasaba. Ben ya no sabía qué pensar, pero era evidente que algo malo estaba sucediendo en su matrimonio.—Amaya —la llamó una noche en medio del pasillo. Amaya se encontraba al lado de su madre y ambas se dirigían a la habitación de las niñas. —¿Sí, amor? ¿Necesitas algo? —preguntó la joven con inocencia, sin sospechar cuál era el tema que quería tratar su esposo. —¿Me permites un momento a solas? —puntualizó lo último, viendo disimuladamente a su suegra.Amaya asintió y le hizo una seña a su madre, que parecía decir: no me tardo, vuelvo en un momento.Sin embargo, Isaura no continuó con su camino hacia la habitación de las niñas como era de esperarse, por el contrario, luego de que Ben y Amaya desaparecieran en una habitación cercana, se acercó de puntillas, dispuesta a espiar la conversación por una hendidura de la puerta. En el interior de esas cuatro paredes, Ben no logra
Damián sabía que el plazo que le había dado a Amaya acababa de agotarse. Pero a pesar de ser consciente de que debía contarle la verdad a su hermano personalmente, algo en su interior lo detenía. ¿Cómo hacerlo cuando se había acostado con su esposa hacía un par de días? ¿También le diría eso cuando le contara que las niñas no eran sus hijas? No pudo evitar reprocharse a sí mismo su desliz. Era evidente que eso no estaba dentro de sus planes, pero para su pesar había sucedido y, ahora, no se sentía con la moral suficiente como para destapar todo este embrollo. Lo peor de todo era que Amaya lo sabía muy bien y por eso, ahora le sonreía triunfante cada vez que se encontraban en los pasillos.Lo que no sabía Amaya era que esa sonrisita provocaba más cosas en él de las que sería razonable admitir. Damián también tuvo que reprocharse a sí mismo, el hecho de haberle estado espiando el trasero a su cuñada más de lo necesario. Pero había algo en Amaya que lo volvía loco. Había querido ig
La cama se sentía tan suave y su cuerpo se encontraba tan cansado que no quería moverse. Realmente no…Sin embargo, un rayo de luz solar, trajo consigo el recuerdo de por qué no debería estar en esa habitación. Amaya se enderezó bruscamente, descubriendo su cuerpo desnudo y una cama desconocida. En realidad no era una cama desconocida, era la cama de Damián, y eso lo hacía aún peor. —Maldición —murmuró, mientras se ponía rápidamente de pie y recogía su ropa que se encontraba desperdigada por todo el piso. La espalda de Damián era lo único que podía ver, mientras parecía dormir profundamente, sin darse cuenta de que estaba a punto de escaparse de sus dominios. Amaya se vistió rápidamente y salió al pasillo, mirando en todas direcciones para comprobar que no hubiera ojos indiscretos que pudieran descubrir su secretito. Mientras más se acercaba a la habitación de sus hijas, más escuchaba el llanto de las mismas y trotó para llegar más rápido y ver qué sucedía. En el interior, esta
—No eres más que un inútil que no sabe hacer nada bien. ¡Sal de mi vista de una buena vez! —ordenó Aníbal, sin detenerse realmente a revisar ninguno de los informes llevados por Ben. —Padre, ni siquiera ha abierto la carpeta —contestó el joven con los dientes apretados, harto de sus constantes desplantes y faltas de respeto.—Ahora resulta que me vas a decir que hacer—lo miró de arriba a abajo, como si no fuera más que una sabandija a la que podría pisotear en cualquier momento—. ¿Quién te crees que eres, maldito don nadie? —Me creo lo que soy, un Greiner tanto como usted —respondió con valentía. A expensas de lo que sea que pudiera hacerle Aníbal. Ben sabía muy bien que su padre era demasiado temperamental y aquella no era la primera vez que se atrevía a menospreciarlo al punto de incluso llegar a golpearlo. En una ocasión sus duras palabras escalaron hasta el maltrato físico, ese día recibió una bofetada de su parte, pero fue la única ocasión que recordaba; porque su madre, al e
—Señora Amaya, disculpe—una de las empleadas del servicio se acercó cautelosamente.—¿Qué sucede? —le preguntó con curiosidad al reparar en su nerviosismo.—El vigilante nos ha informado que hay una persona en la entrada preguntando por su madre.Amaya tragó saliva temiendo lo peor ante esta información. —¿De quién se trata? —Dice llamarse Titi. —¿Titi? No necesito más explicación para saber qué se trataba de un cobrador, lo que no entendía era cómo había dado con la dirección de la casa. ¿Acaso su madre se la había otorgado? ¿Estaba tan mal de la cabeza para no darse cuenta de que podría poner en peligro a todos? —Está bien, Ana. Yo lo atenderé —accedió—. Déjenlo pasar hasta los jardines. Rápidamente, se alejó de la sirvienta y abrió la puerta principal para dirigirse hacia el lugar de encuentro. Amaya al verlo sintió un escalofrío en todo el cuerpo. La apariencia de ese sujeto era la de un rufián. Sus ropas se encontraban sucias y en muy mal estado, llevaba aretes, y tatuajes
—Amaya, sea lo que sea, puedes decirlo —trató de alentarla a hablar, mientras la acurrucaba encima de sí y le acariciaba el cabello. La joven no dejaba de sollozar, consciente de lo mal que estaba su vida. —No es importante —dijo en su lugar. No quería darle más detalles sobre sí misma. A pesar de que tenían sexo ocasional, Damián no era una persona de su confianza. No era nadie en realidad. Era solamente su amante. —¿Acaso es un secreto lo que te atormenta? —presionó Damián, pensando en el asunto de sus hijas y en lo que había descubierto. Amaya se puso rígida. —Por supuesto que no —contestó a la defensiva. —Sabes que puedes decirme la verdad. Conseguiremos una solución a todo esto —continuó, dándole una oportunidad más, antes de llamar a su abogado y presentar la demanda de paternidad. Solamente quería que Amaya admitiera que eran sus hijas y que estaba dispuesta a darle el lugar que le correspondía en la vida de las niñas. —No hay nada que decir —se enderezó, alejándose de