—No eres más que un inútil que no sabe hacer nada bien. ¡Sal de mi vista de una buena vez! —ordenó Aníbal, sin detenerse realmente a revisar ninguno de los informes llevados por Ben. —Padre, ni siquiera ha abierto la carpeta —contestó el joven con los dientes apretados, harto de sus constantes desplantes y faltas de respeto.—Ahora resulta que me vas a decir que hacer—lo miró de arriba a abajo, como si no fuera más que una sabandija a la que podría pisotear en cualquier momento—. ¿Quién te crees que eres, maldito don nadie? —Me creo lo que soy, un Greiner tanto como usted —respondió con valentía. A expensas de lo que sea que pudiera hacerle Aníbal. Ben sabía muy bien que su padre era demasiado temperamental y aquella no era la primera vez que se atrevía a menospreciarlo al punto de incluso llegar a golpearlo. En una ocasión sus duras palabras escalaron hasta el maltrato físico, ese día recibió una bofetada de su parte, pero fue la única ocasión que recordaba; porque su madre, al e
—Señora Amaya, disculpe—una de las empleadas del servicio se acercó cautelosamente.—¿Qué sucede? —le preguntó con curiosidad al reparar en su nerviosismo.—El vigilante nos ha informado que hay una persona en la entrada preguntando por su madre.Amaya tragó saliva temiendo lo peor ante esta información. —¿De quién se trata? —Dice llamarse Titi. —¿Titi? No necesito más explicación para saber qué se trataba de un cobrador, lo que no entendía era cómo había dado con la dirección de la casa. ¿Acaso su madre se la había otorgado? ¿Estaba tan mal de la cabeza para no darse cuenta de que podría poner en peligro a todos? —Está bien, Ana. Yo lo atenderé —accedió—. Déjenlo pasar hasta los jardines. Rápidamente, se alejó de la sirvienta y abrió la puerta principal para dirigirse hacia el lugar de encuentro. Amaya al verlo sintió un escalofrío en todo el cuerpo. La apariencia de ese sujeto era la de un rufián. Sus ropas se encontraban sucias y en muy mal estado, llevaba aretes, y tatuajes
—Amaya, sea lo que sea, puedes decirlo —trató de alentarla a hablar, mientras la acurrucaba encima de sí y le acariciaba el cabello. La joven no dejaba de sollozar, consciente de lo mal que estaba su vida. —No es importante —dijo en su lugar. No quería darle más detalles sobre sí misma. A pesar de que tenían sexo ocasional, Damián no era una persona de su confianza. No era nadie en realidad. Era solamente su amante. —¿Acaso es un secreto lo que te atormenta? —presionó Damián, pensando en el asunto de sus hijas y en lo que había descubierto. Amaya se puso rígida. —Por supuesto que no —contestó a la defensiva. —Sabes que puedes decirme la verdad. Conseguiremos una solución a todo esto —continuó, dándole una oportunidad más, antes de llamar a su abogado y presentar la demanda de paternidad. Solamente quería que Amaya admitiera que eran sus hijas y que estaba dispuesta a darle el lugar que le correspondía en la vida de las niñas. —No hay nada que decir —se enderezó, alejándose de
Cuando despertó, no tenía ni la menor idea de cuánto tiempo llevaba inconsciente, lo único que sabía era que un fuerte dolor de cabeza atravesaba sus sienes.Amaya abrió un poco más los ojos, reconociendo la habitación: las paredes de un tono celeste, la intensa luz blanca, y… en el fondo un par de ojos marrones que conocía a la perfección. Era Ben.Amaya le sonrió. Pero de repente el recuerdo del abogado y la citación, la hizo gemir en medio de una punzada que no solamente sacudió su cabeza, sino también su corazón. Cuando volvió a posar su vista en Ben se dio cuenta de que ya no la miraba como antes, sus ojos eran fríos, su expresión también.—Ben —lo llamó con el deseo de explicarle, de decirle que todo era una mentira, que verdaderamente las niñas eran sus hijas. Lástima que no podía cambiar su realidad. —Entonces son hijas de mi hermano —bufó, como si la sola idea fuera tan absurda, que le costará pronunciarla en voz alta. —Puedo explicártelo —se apresuró Amaya. No sabía cuá
Los fuertes gritos, la voz llorosa de Roussa, era lo único que se escuchaba a medida que más se acercaban a la puerta de salida. Su madre cargaba a las gemelas, mientras ella llevaba el par de maletas que habían logrado recoger. Las dos iban de puntillas, caminando silenciosamente, con el objetivo de no ser detectadas.Sin embargo, una de las empleadas del servicio las descubrió y mirándolas de forma despectiva, les arrebató una de las maletas, mientras preguntaba: —¿Qué llevan ahí? ¿Se están robando cosas de la casa? —inquirió con sospecha.Al parecer ya era de conocimiento público, la verdad sobre las niñas, y ninguno de los miembros de ese lugar las respetaban. Ahora no eran más que un par de arribistas y aprovechadas que merecían el desprecio de todos. —No —susurró Amaya, mirando hacia la sala, dónde la pelea seguía teniendo lugar. Solamente quería que la dejarán marchar y así poder evitar hacer de aquel momento algo mucho más incómodo. Pero aun así, la sirvienta insistió en r
No había tenido más opción que aceptar alquilar en ese lugar. Se trataba de una casa vieja y en muy mal estado, la zona tampoco ayudaba. Al llegar, Amaya notó varios hombres en una esquina, al parecer consumían. Rogó internamente para que su madre no se diera cuenta de esto. Porque sabía que si se percataba, entonces aquello sería un grave problema. Las niñas se mostraban muy cansadas y no dejaban de llorar, aparentemente también estaban hambrientas. Los ojos de Amaya se humedecieron con dolor e impotencia. Todo lo que estaba sucediendo era a causa de sus malas acciones. Pero le dolía saber que sus hijas estaban padeciendo junto con ella las consecuencias de sus decisiones. Su madre, por otro lado, parecía ajena al dolor que estaban sintiendo. Isaura se lamentaba por otras cosas, como por ejemplo, el dinero. —Debiste dejar que me trajera esos collares —reclamó por enésima vez.—Esos collares no eran tuyos, madre —intentó hacerla entrar en razón. Pero para ese punto, las consec
—¿Cómo es que pueden vivir aquí?—miró a su alrededor con ojo crítico, dándose cuenta de que el lugar no podía ni siquiera llamarse casa. Las paredes eran de latón, el piso de cartón, así que era casi igual que vivir en la calle.La expresión de Lara se endureció al darse cuenta de su desaprobación. —No preguntes —fue su respuesta. Su voz se escuchó mucho más fuerte y gutural que antes.Ben no estuvo de acuerdo, pero aun así, aceptó pasar la noche en el pequeño rincón que habían dispuesto para él. En su mente, pensó en esos niños, uno de ocho años aproximadamente, y el otro pequeñín, de unos cinco o seis años. Lara no estaba en condición de encargarse de sus hermanos, por mucho que quisiera hacerlo. De por sí, ella misma necesitaba ayuda, pero no había manera de hacérselo ver. Así que pensó en lo que haría al regresar a la civilización. No podía hacerse la vista gorda ante esto, así que llamaría a los servicios sociales, para que se encargaran del trío de hermanos y le dieran una me
Las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos a medida que más se acercaba a su nueva dirección. Su pecho le dolía y sentía una sensación de ahogo. No podía respirar. Pensar en Ben, recordar el día en que lo conoció, lo feliz y dulce que se mostró siempre. Sin duda había sido un ángel en su camino, pero ella lo contaminó con sus engaños y mentiras. Y por eso no tenía perdón. La idea de que Ben ya no estuviera en este mundo era insoportable, no sabía si podría vivir con eso. Amaya llegó a la casa deseando ver a sus niñas, abrazarlas y conseguir un poco de consuelo en sus pequeños cuerpecitos, pero en su lugar, se encontró con una casa sola y con las niñas llorando, mientras deambulaban por el piso sin saber muy bien qué hacer. Eran apenas unas bebés de poco más de un año, así que no deberían estar solas. Sin embargo, Isaura se había ido. —¿Dónde está su abuela? —les preguntó viendo en todas direcciones, mientras las cargaba y arrullaba, tratando de que se calmaran. Se notaban muy