Ben no quería estar en esa oficina, pero su madre había insistido tanto que no le quedó más alternativa que acceder a regresar al trabajo.Esa última semana, Aníbal había hecho hasta lo imposible para que Roussa lo perdonara y, obviamente, eso incluía disculparse con él. —Regresa al trabajo. Tú muy bien lo dijiste el otro día, sin importar que, seguirás siendo un Greiner —fueron sus palabras. A aquella declaración le faltó sentimientos y convicción, pero no tenía ánimos de discutir con Aníbal. Al igual que tampoco tenía ánimos de estar en dicha empresa, sin embargo, aquí se encontraba, en la oficina que le había sido asignada hacía unos meses atrás.Había escuchado sobre el juicio de Amaya, también había escuchado sobre el veredicto dictado por el juez y no pudo hacer otra cosa que pensar en lo mal que seguramente la estaba pasando. Seguía siendo su esposa y se suponía que su corazón seguía queriéndola, no se dejaba de amar en un solo día. Pero a pesar de eso, no se sentía con el d
Sus latidos aumentaron en tempo, mientras se quedaba perdida en los ojos amables del hombre que tenía al frente. La calidez del tacto de Ben hizo que su mente recordara momentos más cálidos y agradables, momentos que creía ya olvidados. Por ejemplo, recordó cuando estaba al lado de su familia, cuando sus padres aún vivían, cuando sus hermanos la perseguían por toda la casa. Todo era felicidad y risas, antes de que se convirtiera en soledad y lágrimas…La verdad era que no tenía idea de por qué el contacto de un desconocido provocaba esta reacción en ella, quizás era debido a su falta de cariño, a la desesperanza de no volver a ver a sus hermanos, no lo sabía. Pero en silencio lo agradecía. Sin embargo, a pesar de lo reconfortante que se sentía, seguía estando muy enojada con Ben, quien había defraudado su confianza luego de que se la otorgara aquel primer día. Lara se alejó de su suave toque y lo miró fieramente. Sus ojos demostraron toda su determinación y deseo de venganza. Quería
Desde que salió de su departamento supo que esto era una pésima idea, pero lo cierto era que necesitaba dar por finalizado este capítulo en su vida. Amaya seguía siendo su esposa y aunque la quisiera evitar, hasta que no firmarán los benditos papeles, seguía siendo parte de su responsabilidad. Solamente necesitaban acordar el lugar y la fecha para firmar el divorcio. —Ben —susurró ella, al verlo llegar. —Amaya, es tarde. Hay mejores horas y lugares para hablar sobre esto —le contestó secamente—. Pero bueno ya estamos aquí, entonces te agradezco que seas breve. —Yo… sé que mi presencia te incomoda, Ben, pero necesito que me escuches —comenzó, su voz temblorosa producto de los nervios y la posibilidad de un rechazo—. Me comporté muy mal, lo sé, herí tu corazón e hice cosas de las que me arrepentiré siempre, pero por favor, no me juzgues tan duramente. Dame una oportunidad, dame la oportunidad para recuperar lo bonito que nos unió en el pasado.—¿Y qué se supone que fue eso exactamen
Amaya no supo qué sentir cuando regresó a aquella pequeña casa y la encontró completamente vacía, la oscuridad lo bañaba todo y sus ojos se humedecieron al recordar la ausencia de sus hijas. Sus pasos vacilantes hicieron eco en la diminuta estancia, mientras las palabras de Ben se repetían como un mantra. “Tú y yo no tenemos nada más de qué hablar, a menos que el tema en cuestión sea referente al divorcio. Pero te ahorraré la molestia, mis abogados se encargarán de contactarte muy pronto”Ahora sí, de manera oficial, estaba completamente sola. Lo peor del caso era que hasta Isaura se había marchado, no sabía si eso le alegraba o le preocupaba, su madre estaba en un grave estado de drogadicción y no tenía a nadie más a quien recurrir. Lamentablemente, tuvo que reconocer que no podía hacer nada, no se podía ayudar a quien no quería ser ayudado. Con eso en mente se dejó de caer en el suelo, no sin antes haber tomado una botella de licor que Isaura había olvidado. Destapó aquello y
Ese día, después de más de un año, volvió a pisar las instalaciones de la universidad. Aquello era parte de los cambios que necesitaba hacer en su vida, para así poder demostrar que era una persona lo suficientemente capaz de cuidar de sus hijas. Adicionalmente, a eso, había conseguido un trabajo de medio tiempo que le permitía amoldar sus horarios. Sin bien las cosas aún no estaban del todo solucionadas, sentía que la vida nuevamente le estaba sonriendo, aunque… al llegar la noche siempre le sucedía lo mismo. El silencio de esa pequeña casa la hacía sentir asfixiada, sentía el deseo de salir corriendo en plena madrugada, pero en lugar de eso, acudía a su nueva amiga: la bebida. Amaya no dejaba de decirse a sí misma que eso no merecía ningún tipo de preocupación, bebía únicamente para despejarse, así que lo tenía perfectamente controlado. Sin embargo, a medida que transcurrían las semanas, sentía la urgencia de adormecer su soledad con un poco más de alcohol. Le resultaba in
Lara se sentía muy enojada por la actitud del juez, no sabía que le había hecho a ese sujeto, pero parecía tener algo en su contra, lo cual era completamente ilógico, porque apenas se conocían.—¿Y? ¿Cómo ha ido la audiencia? —preguntó Ben, al cruzarse con la joven en la entrada de la empresa. Era la hora de almuerzo, pero Lara acababa de llegar. Conocía perfectamente el motivo de su retraso, por lo que no le dio ningún tipo de amonestación.—Ha ido mal —murmuró ella, evadiendo su mirada, mientras sus puños se cerraban con fuerza.A Ben no le hizo falta que dijera nada más, ya sabía lo que había sucedido. Se suponía que una cosa así podía pasar, pero si había evitado acompañarla era porque quería que demostrara que no necesitaba depender de nadie para ser una persona capaz de valerse por sí misma, pero ahora, mirándola tan desanimada, comenzaba a considerar que había sido un error no ir con ella. Debió ir y poner en su sitio a todo aquel que se atrevería a menospreciarla. No entendía
Ben desenrolló los brazos de Lara, lentamente. Se sentía extraño e incómodo. Es decir, estaban en medio de la calle, los transeúntes no dejaban de mirarlos, además de que cualquier persona de la oficina podría malinterpretar aquel abrazo. No quería malos entendidos. —Lara —se alejó suavemente—, sigamos. La comida nos espera. La joven asintió varias veces, mientras tomaba distancia. Sus mejillas estaban sonrojadas y era evidente que no quería verlo a la cara. —Oye, está bien, ¿sí? No pasa nada —trató de tranquilizarla. Lara no dijo nada más y el almuerzo transcurrió en un silencio sepulcral. Ben no dejaba de acomodarse el cuello de su camisa, sintiendo un extraño sofoco. Había mucho calor, aunque juraba que el aire acondicionado del local estaba encendido. De repente volvió a mirar a la joven y se dio cuenta de que lo observaba tímidamente desde sus largas y esbeltas pestañas. Era adorable. Muy adorable y muy… rompible. El pensamiento le generó un escalofrío, ¿de dónde se
Amaya no podía hacer otra que llorar, mientras estrechaba a sus hijas en sus brazos, con la atenta mirada de Damián clavada a su espalda. Pero ese momento era de ellas y no permitiría que nadie lo interrumpiera o le quitará la magia. Había deseado tanto volver a verlas, había incluso soñado innumerables veces con ese momento y finalmente se estaba cumpliendo. Se sentía como un sueño hecho realidad. —Mamá —balbucearon las niñas, haciendo que su corazón se sintiera a punto de explotar en su pecho. El resto de la visita se dedicó a cepillarles el cabello, mientras les cantaba canciones de cuna que había aprendido en ese tiempo. A sus hijas les gustaban, siempre les había gustado que les cantara. Amaya les dio la merienda, las baño, las cambió de ropa y sintió que el tiempo no había pasado, que su rutina seguía siendo esa; sin embargo, la realidad la golpeó demasiado pronto. —Es hora de que regreses —anunció Damián, rompiendo con el mágico instante. Los ojos de Amaya se humedeciero