—Amaya, sea lo que sea, puedes decirlo —trató de alentarla a hablar, mientras la acurrucaba encima de sí y le acariciaba el cabello. La joven no dejaba de sollozar, consciente de lo mal que estaba su vida. —No es importante —dijo en su lugar. No quería darle más detalles sobre sí misma. A pesar de que tenían sexo ocasional, Damián no era una persona de su confianza. No era nadie en realidad. Era solamente su amante. —¿Acaso es un secreto lo que te atormenta? —presionó Damián, pensando en el asunto de sus hijas y en lo que había descubierto. Amaya se puso rígida. —Por supuesto que no —contestó a la defensiva. —Sabes que puedes decirme la verdad. Conseguiremos una solución a todo esto —continuó, dándole una oportunidad más, antes de llamar a su abogado y presentar la demanda de paternidad. Solamente quería que Amaya admitiera que eran sus hijas y que estaba dispuesta a darle el lugar que le correspondía en la vida de las niñas. —No hay nada que decir —se enderezó, alejándose de
Cuando despertó, no tenía ni la menor idea de cuánto tiempo llevaba inconsciente, lo único que sabía era que un fuerte dolor de cabeza atravesaba sus sienes.Amaya abrió un poco más los ojos, reconociendo la habitación: las paredes de un tono celeste, la intensa luz blanca, y… en el fondo un par de ojos marrones que conocía a la perfección. Era Ben.Amaya le sonrió. Pero de repente el recuerdo del abogado y la citación, la hizo gemir en medio de una punzada que no solamente sacudió su cabeza, sino también su corazón. Cuando volvió a posar su vista en Ben se dio cuenta de que ya no la miraba como antes, sus ojos eran fríos, su expresión también.—Ben —lo llamó con el deseo de explicarle, de decirle que todo era una mentira, que verdaderamente las niñas eran sus hijas. Lástima que no podía cambiar su realidad. —Entonces son hijas de mi hermano —bufó, como si la sola idea fuera tan absurda, que le costará pronunciarla en voz alta. —Puedo explicártelo —se apresuró Amaya. No sabía cuá
Los fuertes gritos, la voz llorosa de Roussa, era lo único que se escuchaba a medida que más se acercaban a la puerta de salida. Su madre cargaba a las gemelas, mientras ella llevaba el par de maletas que habían logrado recoger. Las dos iban de puntillas, caminando silenciosamente, con el objetivo de no ser detectadas.Sin embargo, una de las empleadas del servicio las descubrió y mirándolas de forma despectiva, les arrebató una de las maletas, mientras preguntaba: —¿Qué llevan ahí? ¿Se están robando cosas de la casa? —inquirió con sospecha.Al parecer ya era de conocimiento público, la verdad sobre las niñas, y ninguno de los miembros de ese lugar las respetaban. Ahora no eran más que un par de arribistas y aprovechadas que merecían el desprecio de todos. —No —susurró Amaya, mirando hacia la sala, dónde la pelea seguía teniendo lugar. Solamente quería que la dejarán marchar y así poder evitar hacer de aquel momento algo mucho más incómodo. Pero aun así, la sirvienta insistió en r
No había tenido más opción que aceptar alquilar en ese lugar. Se trataba de una casa vieja y en muy mal estado, la zona tampoco ayudaba. Al llegar, Amaya notó varios hombres en una esquina, al parecer consumían. Rogó internamente para que su madre no se diera cuenta de esto. Porque sabía que si se percataba, entonces aquello sería un grave problema. Las niñas se mostraban muy cansadas y no dejaban de llorar, aparentemente también estaban hambrientas. Los ojos de Amaya se humedecieron con dolor e impotencia. Todo lo que estaba sucediendo era a causa de sus malas acciones. Pero le dolía saber que sus hijas estaban padeciendo junto con ella las consecuencias de sus decisiones. Su madre, por otro lado, parecía ajena al dolor que estaban sintiendo. Isaura se lamentaba por otras cosas, como por ejemplo, el dinero. —Debiste dejar que me trajera esos collares —reclamó por enésima vez.—Esos collares no eran tuyos, madre —intentó hacerla entrar en razón. Pero para ese punto, las consec
—¿Cómo es que pueden vivir aquí?—miró a su alrededor con ojo crítico, dándose cuenta de que el lugar no podía ni siquiera llamarse casa. Las paredes eran de latón, el piso de cartón, así que era casi igual que vivir en la calle.La expresión de Lara se endureció al darse cuenta de su desaprobación. —No preguntes —fue su respuesta. Su voz se escuchó mucho más fuerte y gutural que antes.Ben no estuvo de acuerdo, pero aun así, aceptó pasar la noche en el pequeño rincón que habían dispuesto para él. En su mente, pensó en esos niños, uno de ocho años aproximadamente, y el otro pequeñín, de unos cinco o seis años. Lara no estaba en condición de encargarse de sus hermanos, por mucho que quisiera hacerlo. De por sí, ella misma necesitaba ayuda, pero no había manera de hacérselo ver. Así que pensó en lo que haría al regresar a la civilización. No podía hacerse la vista gorda ante esto, así que llamaría a los servicios sociales, para que se encargaran del trío de hermanos y le dieran una me
Las lágrimas no dejaban de salir de sus ojos a medida que más se acercaba a su nueva dirección. Su pecho le dolía y sentía una sensación de ahogo. No podía respirar. Pensar en Ben, recordar el día en que lo conoció, lo feliz y dulce que se mostró siempre. Sin duda había sido un ángel en su camino, pero ella lo contaminó con sus engaños y mentiras. Y por eso no tenía perdón. La idea de que Ben ya no estuviera en este mundo era insoportable, no sabía si podría vivir con eso. Amaya llegó a la casa deseando ver a sus niñas, abrazarlas y conseguir un poco de consuelo en sus pequeños cuerpecitos, pero en su lugar, se encontró con una casa sola y con las niñas llorando, mientras deambulaban por el piso sin saber muy bien qué hacer. Eran apenas unas bebés de poco más de un año, así que no deberían estar solas. Sin embargo, Isaura se había ido. —¿Dónde está su abuela? —les preguntó viendo en todas direcciones, mientras las cargaba y arrullaba, tratando de que se calmaran. Se notaban muy
El día había pasado increíblemente rápido, luego de pescar en compañía de sus hermanos, era el momento de conseguir un poco de leña para cocinar los peces. Necesitaba preparar la cena antes de que oscureciera. Lara se encontraba recolectando ramas secas, cuando el recuerdo de lo ocurrido seis meses atrás atravesó su mente de repente. Su cuerpo se quedó inmóvil durante unos segundos que le parecieron horas, y su cabeza se llenó con el dolor de aquel momento que cambió su vida para siempre. —¡Mamá, mamá, ¿cuándo volveremos al parque de diversiones?! —la voz animada de Liam inundó el auto familiar. Lara y su familia, venían de regreso del parque de diversiones, lugar al que habían acudido para celebrar el decimonoveno cumpleaños de la joven. —Pronto, cariño. Para tu cumpleaños podría ser —le acarició los cabellos con ternura. Lara sonrió, mientras miraba por la ventanilla y se llenaba de la plenitud que representaba estar al lado de su familia. Había iniciado la universidad hacía
—Estoy bien, mamá. Estoy bien —aseguró Ben, por enésima vez, a una Roussa muy agitada. —Gracias al cielo —dijo la mujer con lágrimas en los ojos, mientras lo abrazaba al punto de casi asfixiarlo—. Ahora cuéntame, ¿qué pasó? ¿Cómo es que lograste salir del auto antes de que cayera al río? —Supongo que ha sido un milagro, mamá —contestó recordando a Lara y a la llamada que había hecho a servicios sociales esa misma tarde. Para ese momento estaba seguro de que Lara y sus hermanos se encontraban en un mejor lugar. O, al menos, eso era lo que esperaba.—Estoy tan feliz de que así haya sido —sonrió la mujer por primera vez en varios días. —Regresa a casa, mamá. Yo alquilaré otro lugar donde quedarme —le explicó sus planes para que se fuera más tranquila. —¿Eso quiere decir que no volverás a la mansión?—¿Qué me queda ahí? Roussa hizo una mueca, recordando lo mal que estaban las cosas, pero aun así contestó: —Supongo que yo —se señaló. —Si me quedas solamente tú. Te aprecio, mamá, per