Amaya se despertó en un lugar completamente desconocido y supo entonces que había hecho una estupidez. No era como si hubiera estado inconsciente la noche anterior, pero su estado de desesperación la había guiado por un camino sin retorno.
Acababa de entregarle su virginidad a un completo extraño. «Maldición», pensó, mirando a la mesita de noche, dónde un fajo de billetes le recordaba su pésima decisión. Con piernas temblorosas se puso de pie, encontró su ropa limpia en uno de los muebles y se vistió rápidamente. En ese momento se percató del sonido de la regadera que provenía del baño de la habitación. Ese hombre se estaba duchando. Lo último que necesitaba era verlo antes de irse. Se terminó de organizar la ropa, recogió sus zapatos y caminó de puntillas hasta llegar a la puerta de salida, dónde sin detenerse a dar un último vistazo, salió del lugar, convencida de enterrar lo sucedido para siempre… […] Amaya regresó a su casa, cerca de las diez de la mañana. Esperaba encontrar a su madre completamente enfurecida debido a su desaparición, pero en su lugar halló a una mujer que no paraba de derramar lágrimas. —¡Gracias al cielo, Amaya! —chilló al verla cruzar la puerta de entrada. Se quedó congelada, sintiendo los brazos de su madre, envolverla en un abrazo. No quedaba rastro de la mujer que la había golpeado, esa versión deplorable había desaparecido. Le entregó el dinero y le explicó que había tenido un accidente. Su madre siguió llorando, asegurándole que su vida no tendría sentido si la perdía a ella también. Isaura estaba sumergida en deudas, así que le prometió a su hija que las cancelaría, después de todo el dinero era más que suficiente para pagarlas. La vida de Amaya pareció mejorar después de ese incidente, pero aquello no era más que una ilusión. Su madre recayó rápidamente en la adicción y sus deudas se multiplicaron. —Ese muchacho está loco por ti —le dijo la mujer en una tarde, mientras fumaba un cigarro—. Tráelo a casa. —Es solo un compañero de clase —se negó Amaya, ante el tono sugerente de su madre. —¿Y qué? —se encogió de hombros, restándole importancia—. Me dijiste que provenía de una familia rica. Aprovecha la oportunidad. No tomes decisiones pésimas como lo hice yo. —No tengo la intención de usarlo. No lo amo —le aclaró, tratando de dar por finalizado el tema. Sí, Ben le agradaba, era un buen amigo, pero no lo veía como algo romántico. —Hay algo más importante que el amor —le atajó su madre, cuando pretendía escabullirse a su habitación para seguir estudiando—: La estabilidad. Piensa en ello, querida hija. Amaya desechó el consejo de su madre y continuó con su vida como si nada. Sin embargo, el destino tenía otros planes y lo supo cuando una mañana se despertó vomitando. Aquel evento se repitió por varios días, al punto en que la situación se volvió preocupante. Una tarde, Amaya se encerró en el baño de la universidad y se dispuso a hacerse una prueba de embarazo. Un minuto después, sus manos no paraban de temblar, mientras leía el enorme “POSITIVO” que marcaba el aparato. Sentía que el mundo acababa de paralizarse, su cabeza palpitaba cada vez más fuerte al ritmo de su corazón acelerado. —No puede ser —murmuró en medio de la conmoción. Su vida acababa de arruinarse. Las palabras de su madre regresaron a su mente, a medida que las lágrimas mojaban todo a su paso. “Estabilidad”, sentía que aquello se repetía como un mantra. Necesitaba asegurar su futuro y el de ese niño que venía en camino, así que tomó la segunda decisión más estúpida de toda su vida. […] —Ben —llamó al muchacho, quien caminaba presuroso hacia la biblioteca. —Ah, Amaya, ¿dónde estabas? Te perdiste una clase —comentó respecto a su desaparición de última hora. —Yo no me sentía bien —mintió. —¿Qué te ocurre? ¿Necesitas que te lleve al médico? —se ofreció con preocupación. —No es importante, solamente se trató de un dolor de cabeza. —Oh. —Ben, necesito confesarte algo —soltó sin rodeos, sabía que Ben estaba perdidamente enamorado de ella, así que esa era su oportunidad de asegurar su futuro para siempre. Justo como lo había dicho su madre. —¿De qué trata? —la postura del joven se volvió más seria. —Yo estoy enamorada de ti. Necesitaba decírtelo —confesó sin más, aunque en el fondo únicamente lo quería como un amigo. Ben se quedó con la boca ligeramente abierta, mientras procesaba su confesión. Amaya acababa de lanzarle una bomba y su corazón no lo estaba soportando. —Oh, Amaya, yo… yo —titubeó sin saber cómo decirle que la había amado en silencio todo este tiempo. Pero Amaya no lo dejó continuar y se lanzó a sus brazos, robándole un beso que marcó el principio del fin. Ese mismo día tuvieron relaciones sexuales y un mes después, le dio la noticia de su embarazo. A los pocos días de la revelación, Ben asumió las consecuencias llegando a su casa con un anillo de compromiso y pactaron entonces casarse dentro de un par de semanas.Había algo que Amaya no había considerado al idear su plan. Ben no era el padre del niño que esperaba y, como si fuera poco, no tenía nada en común con el misterioso hombre que la había embarazado. El sujeto al que le entregó su virginidad era de tez blanca, cabello tan rubio como el sol y unos ojos grises profundos y penetrantes. Su futuro esposo, en cambio, era de ascendencia hindú. Moreno, cabello negro y unos ojos tan oscuros que cualquiera pensaría que daban miedo, pero no, eran sorprendentemente cálidos. Amaya recién acababa de enterarse de que Ben era adoptado. Su suegra, la señora Roussa Greiner, no parecía nada contenta con la rapidez con la que se estaba llevando a cabo el matrimonio. —Es una pelea contra el tiempo. Una boda no puede planearse con tan poca antelación. ¡Es una locura! —se quejó en medio de la cena, cuando Ben le notificó su decisión de que el matrimonio se celebrara dentro de una semana. —Madre, no hay necesidad de planear algo grande o lujoso. Q
—Amor, conoce a mi hermano —la presentó Ben con el hombre que la había embarazado—. Damián, ella es Amaya, mi esposa. —Un placer. Damián tomó su mano con suavidad y besó el dorso de la misma con galantería. Amaya apartó la mano de inmediato, sintiendo un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza tras el contacto. «Esto tiene que ser una pesadilla», pensó en medio del pánico, pellizcándose disimuladamente para despertar. Pero no. Todo era extremadamente real, tan real que era un enorme problema. La señora Roussa apareció de inmediato felicitándolos por el matrimonio y encaramándose en el brazo de su hijo mayor. Era evidente que existía un favorito en la familia. Y ese era Damián. El hijo biológico de los Greiner. —Agradece que tu hermano pudo hacer espacio en su agenda para asistir a la boda —comentó Aníbal, apareciendo también de la nada—. Mi muchacho es un hombre de negocios muy ocupado —señaló con orgullo, al tiempo en que Ben bajaba la mirada, sintiéndose menospr
Los días transcurrieron con total normalidad, y para alivio de Amaya no volvió a ver a su cuñado después de la boda. Al parecer Damián vivía viajando constantemente. Sin embargo, sus suegros no dejaban de mencionarlo en cada cena, halagando sus muchas habilidades y pronunciando su nombre con ojos soñadores. Siempre que esas comidas terminaban, el ánimo de su esposo mermaba notablemente. Era evidente que por más que se empeñaba en ser lo suficientemente bueno para sus padres, ninguno parecía sentirse verdaderamente orgulloso de él. Hasta la fecha la señora Roussa no dejaba de reprocharle a Ben su decisión de casarse tan joven. Alegando que existían preservativos, entre otros métodos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados. Porque para ella, esas criaturas que venían en camino eran simplemente un estorbo. Amaya tenía ganas de gritarle a la cara y decirle que eran sus nietas, le gustara o no. Pero se contenía. Solamente esperaba que esas niñas nacieran parecidas a
—¡Hija mía, ya llegué! —anunció Isaura entrando en la habitación con una exhalación, parecía que acababa de correr un maratón. —Mamá —susurró Amaya desde la cama, lágrimas salían de sus ojos. —Oh, lo siento, cariño. Me hubiera gustado venir antes, pero no encontraba un taxi, y…Pero la joven negó, dándole a entender que no era eso lo que la afligía. Isaura hizo una interrogación silente con la mirada y Amaya le señaló el par de cunitas que se encontraban a su lado en esa espaciosa habitación. En ese momento, el rostro de Isaura se iluminó y caminó hacia las niñas para conocerlas. Pero inmediatamente, sus ojos vieron algo que no alcanzaba a procesar. —Estas niñas… —la conmoción no le permitió completar las palabras. —¡No son sus hijas, mamá! —lloró Amaya, sabiendo la magnitud del problema que se le avecinaba. —Pero, Amaya. ¿Cómo es posible? —soltó incrédula. No se imaginaba que su hija fuera capaz de un engaño como ese. —Sucedió el día del accidente —le recordó—. Tú estabas muy
Amaya sonrió aliviada al ver que todo había resultado creíble. No sabía qué cosa se había inventado su madre con esa supuesta fotografía, pero sea lo que sea había funcionado. O al menos había funcionado para Ben, porque sus suegros eran otra historia. —¿Dónde están las niñas? —preguntó Roussa entrando en la habitación con altanería. La mujer no se había detenido ni un instante a saludar a su nuera, era como si simplemente no existiera o como si el hecho de haber dado a luz a dos niñas no fuera lo suficientemente importante como para reconocerla. Amaya tampoco esperaba una felicitación o una palabra amable, pero le molestaba ser ignorada de esta manera. —Están aquí —indicó Isaura, levantándose del pequeño sofá dónde se encontraba acompañando a su hija. Roussa y Aníbal caminaron hacia las cunas con el claro deseo de conocer a sus nietas. Los ojos de Ben brillaban ante la emoción de que sus padres conocieran a las pequeñas que había procreado con la mujer que amaba. Sin embargo,
Tres días después, Amaya estaba de regreso a la mansión Greiner. Tenía muchas dudas e inquietudes, con respecto a cómo sería de ahora en adelante su relación con sus suegros. Ya que desde que se había mudado a esa casa, no había sido recibidora del mejor trato por parte de ellos. La señora Roussa de por sí siempre cortante, ahora parecía dispuesta a hacerle la vida un infierno. Pero aunque había insistido a su marido para que consiguieran otro lugar donde vivir, Ben se había negado, alegando que su familia era lo más importante y no podía dejarlos. Amaya estuvo a punto de decirle que ahora su familia era ella y sus hijas, pero entonces recordó que las niñas realmente no eran sus hijas y se arrepintió en el acto. ¿Con qué moral podía exigirle algo cuando estaba traicionándolo?Por otro lado, su madre no dejo de darle consejos en esos días que estuvo en el hospital, insistiéndole en que no permitiera que descubrieran la verdad y que mucho menos se dejará humillar por esas personas.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?Los ojos grises parecían exigir una explicación. —¿Decirte qué?—alzó el mentón con desafío. Las niñas comenzaron a llorar en ese justo instante, alertadas por los fuertes ruidos—. ¡Largo, no tienes nada que hacer en esta habitación!—En eso te equivocas—los pasos de Damián resonaron en el pulido piso, un instante antes de que sus dedos se cerraran en torno al brazo de Amaya—. ¿Acaso pensabas que podías ocultarlo para siempre? —¡Cállate! ¡No sé de qué estás hablando!—intentó soltarse, mientras negaba su delito.—Tus mentiras terminaron, Amaya. El hombre la soltó con un empujón y se dirigió a la puerta. —¡Espera! —lo llamó asustada, temiendo por lo que sea que estaba a punto de hacer. No podía permitir que la verdad saliera a la luz.Damián se giró para encararla, en sus ojos grises solamente podía verse el odio que le tenía.—No sé qué ideas te has creado, pero estas niñas no son tuyas. Y sí, es cierto que no son de tu hermano, ¡pero tampoco son tuyas!
Isaura tosió escupiendo la bebida que acababa de llegar a su paladar. “El verdadero padre de las niñas es Damián, el hermano de Ben”Las palabras de su hija seguían flotando en el ambiente como una calamidad. No lo podía procesar. «¿Cómo era posible que Amaya se hubiese metido en semejante lío?», se preguntó, sin entender.—¡Qué demonios, Amaya! ¡Te has vuelto loca! —soltó en un chillido histérico, que hizo que las niñas dieran un brinquito. —No, mamá—negó con la cabeza—. Quisiera decirte que todo esto no es más que una pésima broma, pero lamentablemente es la verdad. El padre de mis hijas es Damián —repitió con arrepentimiento. Ciertamente, si pudiera volver el tiempo atrás, jamás se acostaría con ese desconocido, mucho menos, hubiese involucrado a un inocente como Ben en todo esto. Sin embargo, ya nada de eso se podía evitar.—Pero… ¿Cómo?—Yo no lo supe hasta el día de la boda. No sabía que entre Damián y Ben había un lazo de hermandad, ¿cómo lo hubiese sabido?—se encogió de ho