Cuñado cruel, creo que mis hijas son tuyas
Cuñado cruel, creo que mis hijas son tuyas
Por: Daly3210
Capítulo 001

—¿Mamá, qué estás…?

Una fuerte cachetada interrumpió la pregunta de la joven.

—¡Lo que haga o no, no es de tu incumbencia! —dijo la mujer con sus ojos ligeramente rojos. Era evidente que acababa de consumir otra dosis de drogas.

—Pensé que prometiste que lo dejarías… —susurró la muchacha, mientras se sobaba la mejilla adolorida.

—No he prometido tal cosa —contestó Isaura con insolencia—. Mejor hagamos algo, querida hija.

Amaya sabía que cuando la llamaba en ese tono, aquello solamente podía significar problemas.

—No quiero, mamá. De nuevo no —se negó sin demora.

—Oh, sí. Esta vez será mejor.

En el último año, su madre la había obligado a robar para conseguir dinero para sus porquerías.

—Hace falta dinero. Pagar tu ridícula universidad está costando demasiado caro —le reclamó como si la idea de estudiar hubiese sido suya.

Amaya había insistido en no estudiar, pero su madre—cuando no era esta versión deplorable— era muy buena y atenta, al punto en que había hecho la solicitud a la universidad por ella.

Gracias a eso había conseguido una beca, pero estudiar leyes requería de muchos libros, los cuales la mayoría de las veces no podía costear.

—No quiero, mamá —se negó de nuevo.

Bastó esa simple negativa para que la mujer la agarrara fuertemente del cabello y la lanzara al suelo con fuerza.

Amaya tenía veinte años, así que fácilmente podría recoger sus cosas e irse para siempre. Pero había algo que la ataba a esta vida de infierno. Su madre en realidad no era esa mujer que ahora la golpeaba, su madre se transformaba en eso, solamente cuando consumía ese veneno. Así que no podía abandonarla. No luego de todo lo que había sufrido y la razón de su actual estado.

—¡Basta, mamá! ¡Basta! —dijo con el labio roto por la cachetada que acababa de darle.

—¡Sal inmediatamente y consígueme dinero! —ordenó tajante.

Amaya se enderezó, sintiendo que le dolía cada uno de sus huesos. Sabía que no tenía más opción que obedecer, pero la idea de hacer eso iba en contra de todos los principios que tanto intentaba defender.

Aun así, salió de la casa sin rumbo aparente. Las lágrimas caían de sus ojos y el dolor punzaba más fuerte con cada segundo que pasaba.

Tan pérdida se encontraba en sus pensamientos, que al momento de cruzar la calle no se fijó en el auto que venía a toda velocidad y el cual estuvo a punto de atropellarla.

Un pitido fuerte se escuchó y su cuerpo cayó al suelo al instante.

El hombre en el interior del auto se bajó sin demora y la tomó en sus brazos. Comprobando entonces que afortunadamente no la había golpeado, pero aun así, la muchacha se encontraba completamente inconsciente.

Cumpliendo con su deber, la subió al vehículo y la llevó al hospital más cercano, dónde media hora después, confirmó que había logrado frenar a tiempo y que no le había hecho ningún daño.

La razón del desvanecimiento de Amaya se debía a otra cosa.

—Parece estar en un estado severo de desnutrición —informó el médico la posible causa—. Pesa muy poco para su estatura y nos acaba de confirmar que no ha ingerido alimentos en todo el día.

Damián se quedó mirando al doctor sin comprender del todo la información. A simple vista parecía ser una muchacha sana y fuerte.

—Le hemos administrado un suero por vía intravenosa. Ya puede regresar a su casa.

Luego de escuchar las palabras del médico, ingresó a la habitación y contempló la figura de la joven, quien se encontraba en la cama firmando los documentos de salida.

—Hola —dijo con su voz gruesa e imponente, estremeciéndola en el acto.

—Ah, hola —Amaya no lo miró, concentrada en los papeles, solamente le interesaba irse para ver cómo conseguía el bendito dinero—. Gracias por traerme al hospital. Afortunadamente, no pasó nada.

—El doctor mencionó que no habías comido en todo el día —contestó Damián, captando finalmente su atención.

Amaya se sorprendió al encontrarse con esos grises tan profundos y bellos, era como un mar en calma. Aunque algo en su interior le decía que ese hombre era todo, menos calma.

—Yo… eso… no es importante.

—Te llevaré a comer algo y luego te regresaré a tu casa. Es lo mínimo que puedo hacer después de casi matarte.

—No, no es necesario —trató de negarse.

—No hay manera de que desista de esto.

Amaya suspiró sabiendo que no se rendiría.

Diez minutos después, habían llegado a un departamento cercano, ingresó al lugar con cautela preocupada de que pudiera hacerle algo.

«¿Por qué no la llevo a un restaurante?», se preguntó con desconfianza.

—Pensé que querías darte un baño —la respuesta llegó al instante.

Amaya miró su ropa sucia y se tocó su labio ardiente, recordando la paliza que le había dado su madre.

—Mmm sí —acepto la toalla que le ofrecía.

“Consígueme dinero”, las palabras de la mujer regresaron a su mente. Sabía que si no llegaba a casa con lo que le había pedido, su estado empeoraría.

Amaya se colocó la bata de baño al no encontrar su ropa al alcance luego de bañarse y salió al exterior.

—¿Dónde está mi ropa? —preguntó, luego de notar que había desaparecido.

—La puse a lavar.

—No era necesario —rezongo, sabiendo que ahora le tomaría una hora o dos, irse de ese lugar.

«Necesito conseguir ese dinero. Necesito conseguir ese dinero», pensó, sintiendo los nervios y la angustia palpitando en todo su ser.

Su trabajo de medio tiempo no estaba dando los frutos necesarios; a pesar de que estaba haciendo ahorros, saltándose comidas, la situación económica en su hogar seguía empeorando. Sin contar con las constantes crisis de su madre, últimamente revivía la muerte de su hermano casi a diario.

—¿Qué sucede? —le interrogó el hombre desde la cocina, al notarla temblando.

—Casi me atropellaste, así que lo justo será que me pagues —exigió, sin saber muy bien de dónde había surgido esa alocada idea.

—Tú misma lo dijiste, “casi” pero no pasó.

—No importa. Debes pagarme —ya había empezado con esto, así que no podía retractarse.

—¿Qué estás dispuesta a ofrecer?

La pregunta la tomó por sorpresa, pero no necesitaba ser muy inteligente para saber a qué se estaba refiriendo. Amaya sostuvo con fuerza el nudo de la bata, un instante antes de soltarlo y dejar caer la prenda al suelo, revelando su desnudez ante los ojos de ese hombre que acababa de conocer.

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