Diego era alto, su estatura debía rondar los uno ochenta. Marina, por su parte, medía tan solo uno con setenta.Ella alzó las manos, poniéndose de puntillas, y sus delicados brazos se colgaron con suavidad alrededor del cuello de Diego. Diego levantó una ceja, tal vez porque ver a Marina estirándose de esa manera le pareció un poco lastimoso. Se inclinó un poco, acercándose a ella para facilitarle el gesto. Sus miradas se encontraron, y los profundos ojos de Diego se clavaron justo en los de Marina. —Señor Diego, ¿quiere ser mi amante? El aliento de Marina rozó con suavidad a Diego, aunque sus labios no llegaron a tocarlo. Su mirada irradiaba una ternura infinita, y su voz, suave y seductora, lo envolvía. Diego sonrió. De repente, la empujó contra la pared, atrapando con fuerza sus muñecas con ambas manos. Marina pudo sentir al instante el frío en la actitud de Diego, y cómo la energía que emanaba de él era intensa, casi abrumadora. La luz tenue y amarillenta sobre sus
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