Su madre llevaba apenas tres días bajo su techo, y en ese corto tiempo, ya lo había bombardeado con preguntas personales: ¿por qué te vas por tanto tiempo y tu esposa solo se queda encerrada en casa? ¿Acaso están mal o por qué duermen en habitaciones separadas? Nathan podía afirmar que su madre era un dolor de cabeza. Quisiera decir que era el tumor, su edad o las constantes quimioterapias lo que la tenía así, pero no. Ella siempre fue “especial” y difícil de tratar.«¿Será que yo también soy así de fastidioso?», pensó Nathan mientras se pasaba la mano por el rostro. En ese momento, su teléfono de nuevo sonó, de hecho, no paró de sonar en toda la tarde, pues otra vez, la esposa de su socio le mandaba insistentes mensajes de texto en los que le pedía verse.Él tenía mejores cosas que hacer que atender a mujeres despechadas. Sobre todo, ahora que uno de sus socios le notificó que el desvío de dinero era tan silencioso que, cuando lo descubrieran, la cantidad sería tan escandalosa que le
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