La sensual lencería que con tanto gusto compré y que ansiaba, como loca, de poder mostrárselo y excitarlo, que lo disfrute en mi sensual anatomía, tan solo duró un minuto en mi sublime cuerpo, porque el sostén y el calzón volaron por los aires, debido al desenfreno de Rudolph que se había vuelto en un león furioso, queriendo devorarme por completo, mordisquearme y comerme, literalmente, hasta el último rincón de mi exuberante anatomía. Yo no hacía más que suspirar, gemir, sollozar, exhalar fuego en mi aliento, mientras él conquistaba todos mis rincones con mucho afán y vehemencia. Mi marido era un toro desbocado, queriendo salir de su encierro, embistiéndome y derrumbando todas mis defensas, dejándome inerme y a la merced de sus deseos. No podía resistirme a su ímpetu, tampoco, y tan solo parpadeaba extasiada, juntaba los dientes, meneaba la cabeza, sacudía mis pelos y seguía sollozando entre sus brazos, vencida por los afanes de él de poseerme. Me lamió todo el cuerpo, sus man
Leer más