Decidí ir, contra lo que realmente deseaba, temblando de miedo, tiritando como una mocosuela temiendo una gran reprimenda, entonces, donde Palacios, el jefe de policía que estaba investigando los crímenes que estaban asolando la ciudad. Lo hice tambaleando, trastabillando, llorando, dubitativa, desconcertada, remolona, cavilando mucho, sin estar convencida, pensando en que quizás estaba equivocada, que al igual que Sebastián muchísimas personas sufrían asma y que entre ellos podría haber un asesino. Todo eso machacaba mis sesos como si fueran martillazos. Sin embargo mi mayor miedo era que, descubierto el asesino, entonces Rudolph se iría al más allá, ¡¡¡me quedaría sin él!!! y entonces mi vida sería un infierno, a puertas, incluso, de dar a luz a nuestro bebé. ¿Qué le diría a nuestro hijo? No quería aceptar esa realidad y eso me hacía dudar, cavilar, protestar para mis adentros, diciéndome que estaba equivocada yendo donde Palacios. -¿Qué necesita, señorita Pölöskei?-, me mi
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