De pronto empezaron a asaltarme feas pesadillas una y otra vez, alterándome, sacándome de mis cabales, haciéndome sentir asustada y temerosa. Escuchaba tosidos horribles retumbando en mis oídos, martillando mis sesos, golpeando mi cráneo y desatando muchos truenos que me aterraban y me sobrecogían, incluso desataban mi llanto incontrolable. Muchas veces me despertaba pasmada, sudando, parpadeando de prisa y sin poder respirar. Sentía como un ahogo que me hacía sentir fatal. Mi garganta se anudaba y sentía mi corazón alborotado, rebotando frenético en mi busto. Pensaba, incluso que me iba a morir. -¿Qué pasa, mi amor?-, se asustaba, también, Rudolph. Desde que le dije que estaba embarazada, ya no se iba de mi lado, durmiendo conmigo, hasta casi, cuando ya era de mañanita. Estaba siempre a mi lado, acariciándome y besándome y se quedaba contemplándome ensimismado, como si yo fuera una postal que hablaba de romance, poesía y de mucho amor. -Una pesadilla, muy fea-, decía, yo s
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