Uno de los soldados arrastró al jefe al comedor. Estaba lloriqueando, rogando que lo dejaran ir. “No lo sabía. ¿Cómo lo iba a saber?”. En el centro del comedor, el soldado soltó al jefe y éste cayó al suelo. Mi atención se centró en las pantallas de televisión que mostraban una repetición del proceso de selección, mostrando nombres, uno tras otro. El nombre número veinticinco y último era el mío. No entendí. Nunca envié una solicitud. “No tenía idea de que ella podría ser una futura Luna”, dijo el jefe, agarrándose la cabeza. “Si lo hubiera sabido, nunca lo habría hecho...”. “Por este desaire contra la familia real, este establecimiento será cerrado hasta nuevo aviso”, dijo el soldado en jefe, interrumpiendo al jefe. Entonces el guardia me miró. “Algunos de nosotros la acompañaremos a casa, señorita, para que pueda recoger sus pertenencias personales”. “¿Cuánto tiempo me quedaré?”, pregunté. Me sentí como si estuviera en una especie de sueño. En cualquier momento me des
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