En el sillón tan parecido al de Alfonso, donde Unavi le había prometido a sus fans que subiría la temperatura, efectivamente subía la temperatura. —Espera... ¡Alguien podría venir! —reclamaba Unavi, atrapada bajo el atlético y ardiente cuerpo de Prad. —¿Y qué? Soy el jefe, si molestan, los despido. Besó a Unavi con el fervor de un enamorado adolescente. Se estaba desabrochando el pantalón cuando la puerta se abrió y entró una mujer muy parecida a Dina Leal. —¡Alonso! —exclamó ella. Los sorprendidos amantes se separaron al instante. —Madre... no es lo que parece. —¡¿Quién es esa lisiada?! Unavi intentaba, sin éxito, estirarse para alcanzar su silla de ruedas con el brazo bueno. —Es mi asistente, se llama Gabriela y tuvo un accidente, no seas descortés. —Haz que salga, quiero hablar a solas contigo —exigió, cruzada de brazos y mirando hacia el ventanal. —Gabriela, por favor. Déjame a solas con mi madre. Unavi seguía intentando alcanzar la silla, que Prad había dejado demas
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