El auto de Kamus, un BMW negro del año, con interior personalizado bajo su supervisión, para su deleite y comodidad, avanzaba a unos ochenta y cinco kilómetros por hora por la autopista. A su lado y hundida en el mullido asiento de copiloto, Unavi no había preguntado hacia dónde iban, pero sabía que no era a la casa de él ni a la de Lu porque se alejaban cada vez más del centro. —Eso fue una locura, Al. El CEO de Bell estará furioso. El glamoroso evento había acabado convertido en un circense show mediático, cortesía de Kamus y su revancha. —Para nada. Bill también metió un espía en su empresa, así que lo ocurrido fue de todo su gusto. —Vaya cuñado que tienes. —Algo hay que agradecerle al infeliz y eso es que no me envió a un hombre. Ambos rieron mientras por la ventana, las luces de la ciudad se deslizaban como estelas. —Conduce más lento, bebimos champagne. —Tú bebiste, Unavi. La mía acabó desparramada en el suelo. Ellos volvieron a reír. No estaban ebrios, pero la adren
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