La música resonaba en la gran sala, y el murmullo de risas y conversaciones llenaba el aire mientras las luces titilaban en un juego de sombras y colores. Caminaba entre los invitados con la mejor de mis sonrisas, fingiendo que disfrutaba cada momento, cada mirada de admiración. Sabía que destacaba, no era ajena a cómo todos me observaban cuando me movía entre ellos.De pronto, noté a Alonzo en un rincón, con un vaso en la mano, mirándome. Su mirada intensa me seguía a cada paso, y aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar sentir un hormigueo bajo su escrutinio. No sé por qué, pero había algo en la forma en que me observaba que hacía que me sintiera vulnerable, expuesta, como si él fuera el único que podía ver más allá de mi fachada.Entonces, Dmitri, uno de los viejos amigos de la familia, se inclinó hacia mí para decirme algo en voz baja, algo sin importancia, pero lo suficientemente gracioso para arrancarme una sonrisa genuina. Sin pensarlo, giré hacia Alonzo, y nuestras miradas
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