—¡Mis gemelas! —gruñó Jimmy, doblándose de dolor antes de caer tendido en el suelo. —¡Maldito imbécil! —gritó Salomé, después de haberle estampado el dorso de su pie derecho en la entrepierna—. Ten mi bolso, Sayda. Según ella, él le había tocado el trasero cuando estaba entretenida hablando con sus dos amigas, cerca de la barra de ese club que visitaba con frecuencia los viernes cada quince días, con el fin de emborracharse hasta olvidar su apellido. Sin quedarse conforme con eso, se abalanzó sobre el hombre que yacía en el suelo, sujetándose aquello con ambas manos mientras gruñía, quejándose de dolor, y se sentó a horcajadas sobre él; o más bien, sobre su amiguito agonizante. Comenzó a golpearlo en el pecho con los puños y jalarle el cabello, al mismo tiempo que le gritaba un montón de palabras obscenas. —¡Yo no fui, demonios, yo no fui! —gritaba el chico, tratando de cubrirse el rostro con las manos, apretando al mismo tiempo las piernas en un intento de esconder sus partes nobl
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