Nunca digas nunca, se burló de sí misma cuando pisó el elegante vestíbulo del Waldorf. Bradley y su perversa sonrisa, sus verdes ojos, su áspera voz susurrando su deseo por ella. La vista de sus manos, deslizándose sobre su cuerpo, inundándola de un placer que nunca antes había conocido era lo que la que tenía abordando el ascensor. Había perdido demasiados días valiosos negando el deseo, negando la verdad de todo lo que él despertaba en ella y si lograba llegar hasta el pen house en que se hospedaba, las cosas cambiarían para siempre. Emma sentía su cuerpo sacudido por los nervios al salir del ascensor. Cogió la tarjeta llave del bolsillo lateral de su abrigo, agarrándola con sus tensos dedos. La adrenalina galopaba por su corriente sanguínea mientras se acercaba a la puerta, respirando profundamente. —Me gusta que seas puntual —exclamó Suter con voz neutra. Su expresión era tan impía, sexo en su forma más densa. Y ella sabía que iba a disfrutarlo demasiado. —¿Me permites tu abrig
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