Bartolomé Craviotto, joven de diecinueve años, estaba caminando de regreso a su hogar. Su padre había decidido que, luego de la victoria de Yrigoyen en las elecciones de 1928, se tomaría un descanso del trabajo, principalmente porque las calles de Capital Federal iban a ser turbulentas, difíciles de transitar con un clima tenso. Paró frente a un almacén en donde iba a comprar un diario para su padre. Había variedad, pero eligió el de siempre. -Buenos días, señor Del Pino –Saludaba Bartolomé a Rubén Del Pino, un amigo de su familia. -Caballero –contestaba mientras se sacaba el cigarrillo de la boca-. ¿Cómo anda? -Yo muy bien, gracias. -¿Qué te trae por acá? -Necesitaba La Fronda –pidió con una leve sonrisa Justo comenzó a reír. -¿Es para tu padre verdad? -Así es, señor. Justo, entre la cantidad de periódicos, buscó el que le había pedido Bartolomé, La Fronda. Tal peri
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