Capítulo dos

Caminito que el tiempo ha borrado

que juntos un día nos viste pasar,

he venido por última vez,

he venido a contarte mi mal.

           

            Escuchaba Bartolomé en su profundo sueño. No entendía qué es lo que había ocurrido ni donde estaba.

Caminito que entonces estabas

bordeado de trébol why juncos en flor…

            -Una sombra ya pronto serás, una sombra lo mismo que yo –dijo Bartolomé en voz alta sin darse cuenta, mientras se despertaba.

            Al darse cuenta de que estaba cantando la letra de una canción de Carlos Gardel,  se levantó súbitamente. La Radio era lo que estaba escuchando, y en la habitación, estaba observándolo la misma persona que había conocido en el conventillo, el español.

            -¿Y vos qué hacés acá? –preguntó Bartolomé

            -Me llamo Arturo. ¿No os acordais? Podrías llamarme por mi nombre –se quejaba-. Por cierto, a mí también me gusta Gardel.

            Bartolomé estaba perdiendo la paciencia. Había recibido un golpe que lo dejó inconsciente y estaba en la misma habitación de aquella persona que, haciendo la fila para usar el único baño del conventillo, le había dado mala espina.

            -¿Qué es lo que querés de mi, gallego?

            Arturo lo miraba sin saber qué decir al respecto. ¿Gallego? Pero si soy vasco decía su subconsciente. A lo mejor quiso insultarlo.

            -Vea, tano –Arturo si bien era consciente de que Bartolomé hablaba un castellano perfecto, se notaba sus aires de italiano- no soy yo quien os vaya a explicar qué ocurre ni cuál es vuestra misión.

            -¿Misión? –preguntaba Bartolomé.

            -Si, vuestra misión.

            El ambiente tenso en el que se encontraban era decorado por la música proveniente de la Radio, la de Carlos Gardel.

            -No sé quien sos gallego, pero será mejor que me dejen ir. Pues, así como mi padre logró que ingreses en la empresa, puede echarte.

            -¿Echaría vuestro padre a un trabajador que se viene a ganar la vida?

            Bartolomé pensó en la pregunta. Lo único que le sorprendía es cómo es que le hablaba como si conociera de punta a punta a su padre Eugenio. La canción seguía sonando

           

Caminito que todas las tardes

feliz recorría cantando mi amor,

no le digas si vuelve a pasar

que mi llanto tu suelo regó.

            -¡Basta de tanta charla carajo! –interrumpió un hombre vestido de traje, con un sombrero y fumando un cigarrillo.

            -Sr. Rodríguez –dijo Arturo mientras se paraba para saludarlo.

            -Ambrosio, váyase, tengo que hablar con el señor Craviotto.

            Arturo no hizo más que obedecer. Se fue de la habitación. En la puerta lo esperaba la persona que le dio un golpe en la cara a Bartolomé y este se dio cuenta de ello.

            -Le parecerá raro todo lo que está ocurriendo ¿me equivoco? –preguntaba el hombre de traje.

            -Ese hombre… el que estaba en la puerta…

            -Si, lo sé, me contó lo ocurrido. Le dije que si usted se resistía, debía echarle alguna que otra manita, pero creo que se excedió.

            Bartolomé miraba con enojo. Estaba sentado en una cama sin saber por qué estaba ahí.

            -Soy Lisandro Rodríguez, asesor secreto del gobierno nacional de Don Hipólito Yrigoyen, un placer –le estiraba la mano, la cual Bartolomé aceptó.

            -Soy…

            -Bartolomé Craviotto, lo sé, ya lo hemos investigado.

            Bartolomé seguía mirando con enojo. Nadie le daba una explicación al respecto. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué un asesor lo había secuestrado? ¿Y por qué secreto?

            -Se estará preguntando qué es lo que hace acá, querido amigo –decía Lisandro como si tuviera poderes telepáticos-. Y tranquilo, yo le voy a responder todo.

            -Por favor –insistía Bartolomé.

            -Lo investigamos. Sabemos que su padre es un obrero muy laburador, que su madre falleció, y que usted recibió una gran educación. Es nuestra única esperanza.

            -¿Esperanza? ¿De qué me está hablando señor?

            -¿Usted es consciente de lo que ocurre en el mundo?

            Bartolomé tenía miedo de estar a punto de presenciar una charla filosófica como las que tenía con su padre. Ya era suficiente con eso.

            -¡La derecha nacionalista está ganando en todos los terrenos! –dijo golpeando la mesa.

            Bartolomé no sabía bien a qué se refería.

            -En Italia, hace aproximadamente unos seis años que gobierna Mussolini. Y tan solo hace cinco, gobierna Primo de Rivera en España, nuestra madre patria. Y adivine, no hay partidos políticos sino corporaciones. ¡La Derecha nos está ganando!

            -¿Y usted qué pretende qué haga? ¿Qué sea como un mesias y frene esos movimientos? –preguntaba con sarcasmo.

            -Va por ese lado.

            Bartolomé no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Realmente querían que frene esos movimientos? ¿Qué tenía que ver él con España o Italia?

            -No comprendo señor.

            -Verá Craviotto. Las elecciones las ganamos, pero sabemos que hay muchos movimientos en contra nuestra. En las Fuerzas Armadas se secundaron movimientos… son un peligro para nosotros. ¡Van a querer hacer lo mismo que en España o Italia!

            Bartolomé no comprendía mucho el miedo de aquel señor que estaba hablando como si del fin del mundo se tratara.

            -El ex Ministro de Guerra, el General Justo, ese canalla…

            Bartolomé sabía a quien se refería. A Agustín Pedro Justo, el ex ministro de Guerra del gobierno de Marcelo Torcuarto de Alvear, un militar de prestigio.

            -¡Ese canalla! –volvió a decir enfurecido - ¡Va a terminar derribando todo lo que hicimos!

            Bartolomé miraba con desentendimiento.

            -Quiso hacer fraude para evitar que ganemos las elecciones. Y si no fuera porque Alvear es un hombre con todas las letras, a pesar de sus defectos, el fraude nos impedía la limpia victoria.

            Bartolomé seguía sin entender a qué venía tanta charla. Quería que fuera al grano pero tenía miedo de interrumpir el momento de emoción de aquel hombre.

            -Mire… -decía Rodríguez mientras retomaba el aire- mire lo que decía hace unos meses el General Justo.

            En ese momento, le mostró a Bartolomé la portada de un diario, de un ejemplar impreso en febrero del mismo 1928. La tapa del diario decía:

“Soy un Caballero, no un dictador, dice Justo.

El Ministro de Guerra tranquiliza a la opinión pública en una carta aparecida en el diario “La Nación” del 21”.

A dormir en paz. El general Agustín Pedro Justo asegura que sus condiciones de caballero y de soldado, le vedan de ser un dictador de cuajo, saliendo con ello al cruce de versiones en torno al fantasma de una dictadura militar.

En 1928 no. ¿En 1929 o 1930 si?

Estas declaraciones del General Justo, o son un exabrupto megalómano, u obedecen a la intención de apaciguar recelos sobre comentados levantamientos en armas.”

-No entiendo –decía Bartolomé.

-¿Usted no está leyendo lo que le mostré?

-Sí. El General Justo dijo que no hay intenciones de establecer una dictadura militar.

Rodríguez comenzó a reír a carcajadas, como si Bartolomé hubiese hecho un chiste. Bartolomé seguía sin entender la situación y si había algo que odiaba, es que no fueran directo al grano.

-Nací en la política, sé cómo funciona esto, querido amigo. Una cosa es lo que se dice al público, otra cosa es lo que ocurre en la realidad.

-Usted le tiene miedo al Ejército. ¿Qué espera que haga yo por usted?

-¡Que buena pregunta!

Bartolomé ponía los ojos en blanco. Esperaba a que Rodríguez, quien le parecía bastante arrogante, le diera una explicación razonable.

-Sabemos que en las Fuerzas Armadas hay grupos subversivos que están organizando un golpe de estado. Lea estos dos nombres –Rodríguez le señaló la siguiente parte de la noticia del diario.

“Justo y Uriburu. Los sectores castrenses en la lupa subversiva obedecen al mencionado general Justo –logista, ministro de Alvear y liberal- y a otro no menos general, José Felix Uriburu, nacionalista. Una peligrosa escalera a dos puntas, contradictoria y antagónica”

-Justo y Uriburu –dijo Bartolomé.

            -¡Exacto!

            Bartolomé lo miraba, ahora no con enojo sino con confusión.

            -¿Y usted que pretende que yo haga, señor Rodríguez? –Preguntaba Bartolomé, molesto por tener que preguntar lo mismo.

            -Nosotros sabemos que usted en unos días cumplirá los veinte años de edad. Va a ser reclutado por el Ejército.

            -¿Y…?

-Queremos que trabaje como espía y nos diga todo lo que usted pueda averiguar sobre este movimiento, sobre la m****a que está tramando la logia… sabemos que en ella están los que pertenecieron a la ex-logia San Martín.

            Ahora el que reía era Bartolomé.

            -¿Usted me está pidiendo que trabaje como espía para el gobierno nacional? Jajajajajajaja

            -Exactamente. ¿Qué le parece gracioso? –preguntaba Rodríguez con cierto enojo.

            -¿Por qué aceptaría semejante trabajo pesado?

            -Porque le vamos a pagar muy bien.

            -¿Cuánto me pagarían?

            -Le pagaríamos $400. Casi cuatro veces más de lo que le pagan a usted y a su padre en la fábrica donde trabajan.

            Bartolomé se había sorprendido. Era mucha plata la ofrecida. Sin lugar a dudas, la adrenalina de trabajar para el gobierno nacional y encima recibir un salario utópico para él, tentaba.

            -No puedo aceptar eso..

            -¡SH! –Dijo Rodríguez mientras apagaba su cigarrillo-. Tiene cuarenta y ocho horas para pensarlo. No tome una decisión tan acelerada, no sea el primer acelerado. Por favor, piénselo.

            Bartolomé se paró de la cama. Vio una jarra con agua y se sirvió un vaso. También observó que en la mesa había una revista de Caras y Caretas del año 1898. La revista que más le gustaba leer para pasar el rato.

            -Llévesela –dijo Rodríguez.

            Bartolomé la tomó y se fue. Antes de pasar la puerta de salida, escuchó la voz de Lisandro.

            -¡Cuarenta y ocho horas!

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