Caminito que el tiempo ha borrado
que juntos un día nos viste pasar,
he venido por última vez,
he venido a contarte mi mal.
Escuchaba Bartolomé en su profundo sueño. No entendía qué es lo que había ocurrido ni donde estaba.
Caminito que entonces estabas
bordeado de trébol why juncos en flor…
-Una sombra ya pronto serás, una sombra lo mismo que yo –dijo Bartolomé en voz alta sin darse cuenta, mientras se despertaba.
Al darse cuenta de que estaba cantando la letra de una canción de Carlos Gardel, se levantó súbitamente. La Radio era lo que estaba escuchando, y en la habitación, estaba observándolo la misma persona que había conocido en el conventillo, el español.
-¿Y vos qué hacés acá? –preguntó Bartolomé
-Me llamo Arturo. ¿No os acordais? Podrías llamarme por mi nombre –se quejaba-. Por cierto, a mí también me gusta Gardel.
Bartolomé estaba perdiendo la paciencia. Había recibido un golpe que lo dejó inconsciente y estaba en la misma habitación de aquella persona que, haciendo la fila para usar el único baño del conventillo, le había dado mala espina.
-¿Qué es lo que querés de mi, gallego?
Arturo lo miraba sin saber qué decir al respecto. ¿Gallego? Pero si soy vasco decía su subconsciente. A lo mejor quiso insultarlo.
-Vea, tano –Arturo si bien era consciente de que Bartolomé hablaba un castellano perfecto, se notaba sus aires de italiano- no soy yo quien os vaya a explicar qué ocurre ni cuál es vuestra misión.
-¿Misión? –preguntaba Bartolomé.
-Si, vuestra misión.
El ambiente tenso en el que se encontraban era decorado por la música proveniente de la Radio, la de Carlos Gardel.
-No sé quien sos gallego, pero será mejor que me dejen ir. Pues, así como mi padre logró que ingreses en la empresa, puede echarte.
-¿Echaría vuestro padre a un trabajador que se viene a ganar la vida?
Bartolomé pensó en la pregunta. Lo único que le sorprendía es cómo es que le hablaba como si conociera de punta a punta a su padre Eugenio. La canción seguía sonando
Caminito que todas las tardes
feliz recorría cantando mi amor,
no le digas si vuelve a pasar
que mi llanto tu suelo regó.
-¡Basta de tanta charla carajo! –interrumpió un hombre vestido de traje, con un sombrero y fumando un cigarrillo.
-Sr. Rodríguez –dijo Arturo mientras se paraba para saludarlo.
-Ambrosio, váyase, tengo que hablar con el señor Craviotto.
Arturo no hizo más que obedecer. Se fue de la habitación. En la puerta lo esperaba la persona que le dio un golpe en la cara a Bartolomé y este se dio cuenta de ello.
-Le parecerá raro todo lo que está ocurriendo ¿me equivoco? –preguntaba el hombre de traje.
-Ese hombre… el que estaba en la puerta…
-Si, lo sé, me contó lo ocurrido. Le dije que si usted se resistía, debía echarle alguna que otra manita, pero creo que se excedió.
Bartolomé miraba con enojo. Estaba sentado en una cama sin saber por qué estaba ahí.
-Soy Lisandro Rodríguez, asesor secreto del gobierno nacional de Don Hipólito Yrigoyen, un placer –le estiraba la mano, la cual Bartolomé aceptó.
-Soy…
-Bartolomé Craviotto, lo sé, ya lo hemos investigado.
Bartolomé seguía mirando con enojo. Nadie le daba una explicación al respecto. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué un asesor lo había secuestrado? ¿Y por qué secreto?
-Se estará preguntando qué es lo que hace acá, querido amigo –decía Lisandro como si tuviera poderes telepáticos-. Y tranquilo, yo le voy a responder todo.
-Por favor –insistía Bartolomé.
-Lo investigamos. Sabemos que su padre es un obrero muy laburador, que su madre falleció, y que usted recibió una gran educación. Es nuestra única esperanza.
-¿Esperanza? ¿De qué me está hablando señor?
-¿Usted es consciente de lo que ocurre en el mundo?
Bartolomé tenía miedo de estar a punto de presenciar una charla filosófica como las que tenía con su padre. Ya era suficiente con eso.
-¡La derecha nacionalista está ganando en todos los terrenos! –dijo golpeando la mesa.
Bartolomé no sabía bien a qué se refería.
-En Italia, hace aproximadamente unos seis años que gobierna Mussolini. Y tan solo hace cinco, gobierna Primo de Rivera en España, nuestra madre patria. Y adivine, no hay partidos políticos sino corporaciones. ¡La Derecha nos está ganando!
-¿Y usted qué pretende qué haga? ¿Qué sea como un mesias y frene esos movimientos? –preguntaba con sarcasmo.
-Va por ese lado.
Bartolomé no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Realmente querían que frene esos movimientos? ¿Qué tenía que ver él con España o Italia?
-No comprendo señor.
-Verá Craviotto. Las elecciones las ganamos, pero sabemos que hay muchos movimientos en contra nuestra. En las Fuerzas Armadas se secundaron movimientos… son un peligro para nosotros. ¡Van a querer hacer lo mismo que en España o Italia!
Bartolomé no comprendía mucho el miedo de aquel señor que estaba hablando como si del fin del mundo se tratara.
-El ex Ministro de Guerra, el General Justo, ese canalla…
Bartolomé sabía a quien se refería. A Agustín Pedro Justo, el ex ministro de Guerra del gobierno de Marcelo Torcuarto de Alvear, un militar de prestigio.
-¡Ese canalla! –volvió a decir enfurecido - ¡Va a terminar derribando todo lo que hicimos!
Bartolomé miraba con desentendimiento.
-Quiso hacer fraude para evitar que ganemos las elecciones. Y si no fuera porque Alvear es un hombre con todas las letras, a pesar de sus defectos, el fraude nos impedía la limpia victoria.
Bartolomé seguía sin entender a qué venía tanta charla. Quería que fuera al grano pero tenía miedo de interrumpir el momento de emoción de aquel hombre.
-Mire… -decía Rodríguez mientras retomaba el aire- mire lo que decía hace unos meses el General Justo.
En ese momento, le mostró a Bartolomé la portada de un diario, de un ejemplar impreso en febrero del mismo 1928. La tapa del diario decía:
“Soy un Caballero, no un dictador, dice Justo.
El Ministro de Guerra tranquiliza a la opinión pública en una carta aparecida en el diario “La Nación” del 21”.
A dormir en paz. El general Agustín Pedro Justo asegura que sus condiciones de caballero y de soldado, le vedan de ser un dictador de cuajo, saliendo con ello al cruce de versiones en torno al fantasma de una dictadura militar.
En 1928 no. ¿En 1929 o 1930 si?
Estas declaraciones del General Justo, o son un exabrupto megalómano, u obedecen a la intención de apaciguar recelos sobre comentados levantamientos en armas.”
-No entiendo –decía Bartolomé.
-¿Usted no está leyendo lo que le mostré?
-Sí. El General Justo dijo que no hay intenciones de establecer una dictadura militar.
Rodríguez comenzó a reír a carcajadas, como si Bartolomé hubiese hecho un chiste. Bartolomé seguía sin entender la situación y si había algo que odiaba, es que no fueran directo al grano.
-Nací en la política, sé cómo funciona esto, querido amigo. Una cosa es lo que se dice al público, otra cosa es lo que ocurre en la realidad.
-Usted le tiene miedo al Ejército. ¿Qué espera que haga yo por usted?
-¡Que buena pregunta!
Bartolomé ponía los ojos en blanco. Esperaba a que Rodríguez, quien le parecía bastante arrogante, le diera una explicación razonable.
-Sabemos que en las Fuerzas Armadas hay grupos subversivos que están organizando un golpe de estado. Lea estos dos nombres –Rodríguez le señaló la siguiente parte de la noticia del diario.
“Justo y Uriburu. Los sectores castrenses en la lupa subversiva obedecen al mencionado general Justo –logista, ministro de Alvear y liberal- y a otro no menos general, José Felix Uriburu, nacionalista. Una peligrosa escalera a dos puntas, contradictoria y antagónica”
-Justo y Uriburu –dijo Bartolomé.
-¡Exacto!
Bartolomé lo miraba, ahora no con enojo sino con confusión.
-¿Y usted que pretende que yo haga, señor Rodríguez? –Preguntaba Bartolomé, molesto por tener que preguntar lo mismo.
-Nosotros sabemos que usted en unos días cumplirá los veinte años de edad. Va a ser reclutado por el Ejército.
-¿Y…?
-Queremos que trabaje como espía y nos diga todo lo que usted pueda averiguar sobre este movimiento, sobre la m****a que está tramando la logia… sabemos que en ella están los que pertenecieron a la ex-logia San Martín.
Ahora el que reía era Bartolomé.
-¿Usted me está pidiendo que trabaje como espía para el gobierno nacional? Jajajajajajaja
-Exactamente. ¿Qué le parece gracioso? –preguntaba Rodríguez con cierto enojo.
-¿Por qué aceptaría semejante trabajo pesado?
-Porque le vamos a pagar muy bien.
-¿Cuánto me pagarían?
-Le pagaríamos $400. Casi cuatro veces más de lo que le pagan a usted y a su padre en la fábrica donde trabajan.
Bartolomé se había sorprendido. Era mucha plata la ofrecida. Sin lugar a dudas, la adrenalina de trabajar para el gobierno nacional y encima recibir un salario utópico para él, tentaba.
-No puedo aceptar eso..
-¡SH! –Dijo Rodríguez mientras apagaba su cigarrillo-. Tiene cuarenta y ocho horas para pensarlo. No tome una decisión tan acelerada, no sea el primer acelerado. Por favor, piénselo.
Bartolomé se paró de la cama. Vio una jarra con agua y se sirvió un vaso. También observó que en la mesa había una revista de Caras y Caretas del año 1898. La revista que más le gustaba leer para pasar el rato.
-Llévesela –dijo Rodríguez.
Bartolomé la tomó y se fue. Antes de pasar la puerta de salida, escuchó la voz de Lisandro.
-¡Cuarenta y ocho horas!
Bartolomé caminaba por las calles del Barrio de la Boca. Un barrio que le resultaba de lo más atractivo y quizás, simbolizaba con mucha firmeza la dignidad del trabajo, especialmente por la cargas y descargas en los barcos que llegaban a la zona de desembarco del Riachuelo. -Buenos días, señor Craviotto –lo saludaba una persona al pasar mientras alzaba su sombrero. -Buenos días para usted –respondía con una leve sonrisa. Saludarse con los vecinos que a su vez eran compañeros de trabajo, era algo normal para su barrio. Bartolomé, finalmente llegó a su hogar, el Conventillo, el que ya había quedado atrás como vivienda tradicional. En vez de entrar a su habitación donde encontraría a su padre, tomó dos baldes y se dirigió a un pozo donde había una fila de dos personas. Para pasar el tiempo, encendió un cigarrillo, y comenzó a fumarlo. Creía que al terminar de fumar, ya sería su turno. Y efectivamente, así fue.
-¿Por qué sos tan misterioso gallego? –preguntaba Bartolomé. Ambos estaban parados en el medio del patio principal del conventillo. Estaban fumando. Arturo lo miraba sorprendido. ¿Qué le habría querido decir? ¿Otra vez habría querido insultarlo? -Disculparme Tano. ¿Qué quisisteis decir? -Venís de España y trabajás para el gobierno nacional. ¿Por qué? ¿Cuántos extranjeros más hay colaborando? Arturo ahora lo entendía. -Quizás más adelante os diga. Pero primero debéis hablar con el Señor Rodríguez. -¿Por qué es tan importante? -Es una persona de la confianza de vuestro gobierno nacional. Bartolomé ponía los ojos hacia arriba y tiraba al piso su cigarrillo para apagarlo. No le caía del todo bien su compañero de habitación, pero poco a poco comenzaba a tolerarlo. -Vos sois un misterio también –dijo Arturo. -¿Yo? -Si, vos. -¿Acaso yo te oculté alg
Habían pasado dos semanas desde el cumpleaños número veinte de Bartolomé. Sabía que había aceptado un trabajo difícil, pero creía que la suma ofrecida era inigualable. Ganaría más que en cualquier trabajo tradicional. Para su suerte, estaba acomodándose en la vida castrense. Bartolomé estaba en la esquina del conventillo donde vivía, hablando con su nuevo jefe, el señor Lisandro Rodríguez. -Nuestro objetivo es Filomeno Díaz. Es un subteniente de la confianza del General Uriburu. Sospecho que es quien hace el trabajo de adhesión. -¿Adhesión? -Exacto querido amigo. Se encarga de atraer a la muchedumbre. Bartolomé miraba sin entender. No tenía experiencia trabajando de espía, no era algo que se imaginó alguna vez. -¡El se encarga de sumar personas a su causa revolucionaria! –se impacientaba el señor Rodríguez. -¿Y qué tengo qué hacer? -Pues, ganar su confianza. Que te haga entrar en las reunio
Arturo estaba manteniendo una conversación con su compañero de piso en la habitación donde vivían. Su padre no estaba presente debido al trabajo. Sin embargo, la ausencia que más le llamó la atención a Bartolomé fue la de Nélida, la criada. -¿Y la criada? –preguntó Bartolomé. -No sé, creo que tenía una reunión familiar. Mañana viene. -Ah. Arturo veía en Bartolomé cierta preocupación por la criada. No tendría forma de saber que había pasado algo entre ellos, pero aún así, sospechaba, como si fuera un detective. -¿Os pasa con vuestra criada? -No, nada. Solo quería saber dónde estaba, es todo. -Según mi juicio, ella os interesa por algo más que solo simple información de su paradero. -Dejate de embromar gallego. Arturo prefirió dejar el tema de conversación para otro mejor momento. No quería causar la molestia en Bartolomé. Así solo lograría distanciarse de él. -Y decim
Bartolomé se encontraba en un bar hablando con Rodríguez. Ambos estaban bebiendo un café. -Así que dígame, Sr. Craviotto. ¿El subteniente lo espera en la Pulpería Hernández a las siete de la tarde? -Así es. -¿Y le dijo que fuera solo? -Cierto. -Interesante –concluía Rodríguez mientras suspiraba. El ambiente no era para nada tenso, pero Rodríguez igual se preocupaba. Lo ideal hubiese sido que pudiera ser acompañado por Arturo. -¿Y usted qué piensa hacer? –Preguntaba su jefe. -No lo sé. Eso le iba a preguntar. ¿Qué debería hacer? Rodríguez sonreía. Se daba cuenta que Bartolomé, si bien era muy testarudo en algunas cosas, difícil para aceptar las propuestas, era un hombre fiel, un hombre de palabra. Sabía que podía confiar en él y por eso lo había querido para el trabajo. -Tiene dos opciones. La primera, anotarse las cosas importantes que Filomeno pueda decir.
El mozo traía un mini barril de madera con bebida dentro. Bartolomé no sabía bien qué bebida era, pero para hacer un buen papel, debía tratar de no rechazarle nada a su subteniente. -Un poco de vino no nos va a hacer mal, Sr. Craviotto –dijo Filomeno. Bartolomé sintió cierto alivio. El vino no le disgustaba así que no iba a tener que consumir algo por la fuerza. Filomeno sacó uno de sus cigarros avanti. Bartolomé no estaba acostumbrado a ello. Solo fumaba cigarrillos comunes y corrientes ya que no costaban tanto dinero. Luego, el subteniente encendió su cigarro y fumando dirigió su mirada hacia Bartolomé. -¿Quiere uno? ¿Qué hago? Si digo que si, quedo como un confianzudo. Si digo que no, lo estoy rechazando. Era su gran duda. -Claro –respondió Bartolomé en un tono vergonzoso. El subteniente le extendió uno, le dio una cajita de fósforos y lo encendió. Los dos estaban fumando con copas de vi
El Sr. Rodríguez estaba impaciente. Esperaba a Bartolomé hacía más de una hora en una esquina. Siempre fue puntual en las reuniones que tuvieron. Le llamaba la atención. Para su suerte, pudo visualizar la caminata de Bartolomé. Eso lo tranquilizó por completo. Tenía miedo de que le hubiesen hecho algo. -¿Por qué llega tarde? –Le recriminó apenas llegó- Me he tomado tres cafés esperándolo. -Se me pasó. Estaba muy cansado y me desperté un poco más tarde de lo habitual –explicaba. Y era verdad. Bartolomé estaba agotado. El Ejército le demandaba un esfuerzo físico que cansaría a cualquier persona. Pero el agotamiento de Bartolomé era más mental que otra cosa. Tenía miedo a que algo fallara, quería que todo saliera perfecto para no sufrir ninguna consecuencia negativa. Rodríguez dudaba pero no le dio importancia. Solo quería conversar con él para saber qué ocurrió con Filomeno. -¿Y…? –preguntaba Rodríguez esperando que
Eran las ocho de la mañana. El ambiente era triste. Hacía frío y el viento terminaba de decorar esa tenebrosidad. El Sr. Rodríguez se había ofrecido para financiar el entierro y mantenimiento de Eugenio. Además, financió el traje que Bartolomé debía usar para despedir a su padre. Se encontraban Rodríguez, Bartolomé, Arturo y otros colegas que trabajaban para el Jefe. No había abundancia de gente. Los familiares de Bartolomé, en su mayoría, vivían en otras provincias y debía avisarles de lo sucedido. -Lo siento mucho, Tano –le hablaba Arturo manifestando su pésame. Bartolomé lo aceptó, al igual que aceptó el de Rodríguez y todos los que estaban allí presentes. Se notaba que Bartolomé estaba triste. Pero también estaba enojado. Miraba a cualquier lado pensando en cualquier cosa para despejar su mente, pero era inútil. El sabía que era lo que ocupaban sus pensamientos. -¿En qué estáis pensando? –preguntaba Arturo. -E