Como era costumbre, Bartolomé estaba llegando a la casa de Filomeno en su auto. Lo estacionó en la vereda. Filomeno lo recibió con un saludo poco gustoso y lo hizo pasar a su casa. Bartolomé creía que iban a haber más personas, pero no, estaban únicamente ellos dos, completamente solos. -La situación se puso difícil –dijo Bartolomé. -Así es… -respondía Filomeno. Bartolomé podía notar la frialdad de Filomeno. Sabía que estaba inquieto, pero no podría descifrar qué le ocurría. -Te estarás preguntando por qué te cité acá –dijo Filomeno interrumpiendo los pensamientos de Bartolomé. -Eso creo. Filomeno miraba con recelo a Bartolomé. -¿Sabías que renunció el Ministro de Guerra no? –preguntó Filomeno. -Si, lo sabía, lo leí en el diario. -¿Sabés qué significa su renuncia? Bartolomé quedó en silencio. Esperaba a que Filomeno le respondiese, pero ya sabía la respue
“EL PRESIDENTE YRIGOYEN DELEGÓ EL MANDO” decía las tapas de los diarios y periódicos argentinos. “Aquejado de una gripe que lo obliga a permanecer en cama, el Presidente delegó el mando en el vice Enrique Martínez. Yrigoyen firmó el respectivo decreto en su casa de la calle Brasil, el 5 a las 17. Muy agitada jornada la de este día. A comienzos de la mañana Yrigoyen recibió al ministro de Justicia, Juan de la Campa, quien luego de someterle a la firma varios despachos –entre ellos el nombramiento del doctor José Figueroa Alcorta como presidente de la Corte Suprema- le expuso una situación política que, a su entender, tenía como única salida viable la renuncia presidencial” Bartolomé leía el diario. No tomó con tanta sorpresa la renuncia del Presidente de la Nación. Y en cierto aspecto, se lo venía a venir. Rodríguez le había comentado que Yrigoyen estaba con una fuerte gripe, y para alguien de setenta y ocho años, una enfermedad de esas podía ser más
El Capitán Juan Domingo se encontraba en la Escuela Superior de Guerra, previo alistamiento de armas. Allí se encontró con el Mayor Laureano Anaya. Los oficiales alumnos de la Escuela, esperaban órdenes del Teniente Coronel Descalzo para salir. El Capitán Juan Domingo controlaba que así sea. Presente allí y habiendo controlado que se cumpliera lo dispuesto por el Coronel Descalzo, conversó con los oficiales del regimiento de Granaderos. Les advirtió del peligro de tirar contra las tropas que pasaran y estos lo entendieron: solo iban a disparar si eran atacados. -El Jefe de Granaderos ante nuestras gestiones mandó decir que "bajo su palabra de honor" las tropas no saldrían del cuartel y que solo se resistirían si eran atacadas –comunicaba Juan Domingo a un oficial. A pesar de la resistencia del regimiento de Granaderos, luego de gestiones, se nombró como jefe a otro Teniente Coronel y lograron que Granaderos se uniera a las columnas rev
Alerta spoiler. Esta novela intentó ser lo más realista posible. Para lograrlo, utilicé numerosas fuentes. El personaje Juan Domingo, que hacía referencia a Perón que en esa época era Capitán del Ejército, lo hice tomando a la fuente Tres Revoluciones Militares y la autobiografía escrita por Enrique Pavón Pereyra, que son exclusivos testimonios de él. Allí cuenta con detalle todo el proceso del golpe de 1930 o al menos de los que él participó. Luego, las noticias las saqué de diarios y periódicos de la época. Fueron fundamentales porque ayudaron a contextualizar aún más el momento que se estaba viviendo. Los ejemplares digitales de Caras y Caretas, presentes en la Biblioteca digital de España, ayudaron al contexto material. Si se acuerdan, puse precios, medicamentos, entre otros materiales. Todo eso fue gracias a las publicidades presentes en Caras y Caretas, las cuales me hubiesen servido mucho para mis otras dos novelas Amor, secretos y guerra, y
En primer lugar, agradezco al Licenciado Sebastián Máscolo por guiarme en la bibliografía útil para esta novela. Conductor del Canal de Youtube Historiaen10´, mi tutor y particularmente un gran amigo, fue de gran ayuda. Debo agradecer a la Licenciada Holm también, una excelente profesora que me brindó un panorama brillante acerca de los primeros gobiernos radicales y el golpe de 1930. Sin dudas, debo agradecer al Licenciado Nicolás González del Bary que en cada novela que escribí, me presentó todo su apoyo, brindándome su contacto en todo momento. También agradezco a personas como Gaby Guerrero que gentilmente buscó cartas de sus padres y abuelos para ayudarme a armar un glosario de la época. Sin dudas, no pueden faltar agradecimientos a todos mis familiares que me apoyaron en todos mis proyectos literarios, como el tío recutti, el tío macho y mi prima Lucia que siempre estuvo para sacarme dudas respecto a la ortografía y gramática.
Bartolomé Craviotto, joven de diecinueve años, estaba caminando de regreso a su hogar. Su padre había decidido que, luego de la victoria de Yrigoyen en las elecciones de 1928, se tomaría un descanso del trabajo, principalmente porque las calles de Capital Federal iban a ser turbulentas, difíciles de transitar con un clima tenso. Paró frente a un almacén en donde iba a comprar un diario para su padre. Había variedad, pero eligió el de siempre. -Buenos días, señor Del Pino –Saludaba Bartolomé a Rubén Del Pino, un amigo de su familia. -Caballero –contestaba mientras se sacaba el cigarrillo de la boca-. ¿Cómo anda? -Yo muy bien, gracias. -¿Qué te trae por acá? -Necesitaba La Fronda –pidió con una leve sonrisa Justo comenzó a reír. -¿Es para tu padre verdad? -Así es, señor. Justo, entre la cantidad de periódicos, buscó el que le había pedido Bartolomé, La Fronda. Tal peri
Caminito que el tiempo ha borradoque juntos un día nos viste pasar,he venido por última vez,he venido a contarte mi mal. Escuchaba Bartolomé en su profundo sueño. No entendía qué es lo que había ocurrido ni donde estaba.Caminito que entonces estabasbordeado de trébol why juncos en flor… -Una sombra ya pronto serás, una sombra lo mismo que yo –dijo Bartolomé en voz alta sin darse cuenta, mientras se despertaba. Al darse cuenta de que estaba cantando la letra de una canción de Carlos Gardel, se levantó súbitamente. La Radio era lo que estaba escuchando, y en la habitación, estaba observándolo la misma persona que había conocido en el conventillo, el español. -¿Y vos qué hacés acá? –preguntó Bartolomé -Me llamo Arturo. ¿No os acordais? Podrías llamarme por mi nombre –se quejaba-. Por cierto, a mí también me gusta Gardel. Bartolomé estaba perdiendo la paciencia. Había recibido un golpe que lo dejó inconsciente y
Bartolomé caminaba por las calles del Barrio de la Boca. Un barrio que le resultaba de lo más atractivo y quizás, simbolizaba con mucha firmeza la dignidad del trabajo, especialmente por la cargas y descargas en los barcos que llegaban a la zona de desembarco del Riachuelo. -Buenos días, señor Craviotto –lo saludaba una persona al pasar mientras alzaba su sombrero. -Buenos días para usted –respondía con una leve sonrisa. Saludarse con los vecinos que a su vez eran compañeros de trabajo, era algo normal para su barrio. Bartolomé, finalmente llegó a su hogar, el Conventillo, el que ya había quedado atrás como vivienda tradicional. En vez de entrar a su habitación donde encontraría a su padre, tomó dos baldes y se dirigió a un pozo donde había una fila de dos personas. Para pasar el tiempo, encendió un cigarrillo, y comenzó a fumarlo. Creía que al terminar de fumar, ya sería su turno. Y efectivamente, así fue.