La última vez que a Nathaniel Giordano le impactó una mujer, había sido diez años atrás. Recordaba muy poco a su esposa, era una niña cuando se casó con ella y estaba convencido de que ella sería perfecta para el papel de esposa. Además, le hacía un favor. —Es injusto para ella... Bianca no tiene nada de culpa. Recordó aquellas palabras que le dijo a su padre, quien, era amigo del padre de Bianca, a menos, de quién la crió. A pesar de que ella no le caía bien, no se merecía lo que le iban a hacer. La iban a dejar en la calle, sin nada, solo porque no llevaba la sangre de los Rizzó. "Es una bastarda", le había dicho su padre. Fue entonces cuando se le ocurrió. A él le habían impuesto una boda, a ella me quitaban su herencia. Él debía casarse. Y si iba a hacerlo, mejor con una mujer que entendiera que su relación era solo cortés. Algo con lo cual los dos se saltaban la desgracia. Las hijas del señor Rizzó, las de sangre, estaban liadas por él, y eran unas pesadas. Sin duda, se burlarían
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