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Todos los capítulos de Solo con ella: Capítulo 1 - Capítulo 10
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Prólogo
— ¡Señor Maillard! —gritó una voz que reconocí levemente casi sin aliento y acercándose rápidamente por mi espalda. Me volteé de inmediato en respuesta automática. Por supuesto, era quien ya suponía quien caminaba precipitadamente hasta mi posición. —Dígame señorita Smith ¿necesita algo? —contesté lo más formal que pude y formando una expresión desinteresada. —Bueno, disculpa Peter… —dudó ella al tutearme una vez más en aquella noche —. Solo quería agradecerte lo que has hecho por mí todo este tiempo, antes de que te marcharas, estos años han sido muy importantes para mí. Le sonreí complacido sin saber bien a qué se refería, queriendo rememorar si quizá, hubiese hecho algo especial por ella en los dos años que habíamos pasado siendo compañeros de empresa. No, nada especial se me venía a la cabeza. Así que supuse que simplemente era su manera de acercarse a mí con el halago más simple y común que se le pudo ocurrir. ¡Típico! Pero, ¿qué esperaba que yo hiciera? —No hay
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2. Unas horas antes...
¡Ya era hora! Vitoreé del entusiasmo al cerrar la carpeta, allí ya estaba organizado y en orden de prioridad todo el papeleo que me había llevado gran parte de la mañana, y sí, al fin, aquella sería mi última reunión como jefe mayoritario de la cede central. No veía la hora de que llegara el día, el último en la sucursal londinense de SunBeach & Hollidays, la que consideraba mi empresa o, mejor sería llamarla, mi hogar. Sí, era una realidad, mi vida era todo, por y para el trabajo, al menos en los dos últimos años. Y gracias al incesante esfuerzo realizado, había escalado en la que ya era, una de las mayores empresas del sector turístico de toda Europa. — Jefe, ¿todo listo? —oía preguntar a Henry, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho. —Sí, justo acabo de terminar, ¿ya llegaron todos? —pregunté para saber si era la hora de ir hacia la sala de reuniones. —Sí, señor. Creo que están tan nerviosos por su despedida que han llegado pronto —sonrió el chico. —
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3. ¿Despedida?
Un poquito de orden era lo que necesitaba aquel despacho. Revisaría por segunda vez el no haber dejado documentos importantes fuera de mi carpeta, ni dejar atrás nada de lo que tuviera algún apego personal. ¡Listo! visto esto, ya no quedaba nada en aquel lugar que me retuviera por más tiempo. Una hora más tarde pude salir del edificio, queriendo cantar “Libre” de Nino Bravo, y agradeciendo el silencio de voces demasiado expectantes. La peor parte de haber recibido innumerables muestras de aprecio recargado, entre otras muchas apenadas despedidas que realmente no esperaba. Era hora de continuar con mi camino, aunque sabía que no podría desprenderme del todo del trabajo que aquella sucursal precisaba de mí. ¿¡Y qué joder!? Me animé voluntariamente, aquel era el momento de cumplir el siguiente nivel de mis expectativas. ¡Mente fría! se burlaba mi subconsciente, pues ¿quién sabe? Quizá desde aquel momento, todo podría cambiar a mejor.
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4. Cabronazo a la fuga.
El sonido sordo de mi móvil me hizo abrir los ojos de sopetón, cayendo en la cuenta de que me había quedado traspuesto mientras maldecía mis últimas acciones en seminconsciencia. Me levanté de un salto, aún con el condón colgado a medias en mi inactivo pene. Vi de soslayo cómo mi acompañante dormía plácidamente como habiendo ejecutado a la perfección su confabulada maniobra de seducción. ¡Que no se despierte! recé en mi fuero interno mientras entraba en el aseo contiguo. No se me apetecía en absoluto disimular mi falta de interés entremezclado con mi mal humor vespertino. Me miré durante un segundo en el espejo... ¡Serás estúpido! me culpé. Ya oía las llamadas de mis colegas felicitándome por tremenda hazaña. Ahora sí que te has puesto la medalla de honor al cabronazo del año. No pude dejar de hostigarme, con mi típico mal humor mañanero hasta que oí su voz. —¿Peter? —repetía contrariada Gisela tras la puerta. Decidí salir y enfrentarla de una vez, a fin de cuent
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5. Un regreso entretenido.
Me moví algo incómodo, preguntándome si me quedaba mucho tiempo con mi bella acompañante de vuelo. No más de dos horas, me convencí repentinamente ansioso. ¡Bien! Tenía el tiempo suficiente para saber más de ella, para poder tener su número o quizá buscar la manera de encontrarla tras salir de aquel avión. ¡Peter, no tienes remedio! me culpé. Pero en esta ocasión ignoré esa vocecilla estúpida de mi subconsciente, leyendo el folleto de evacuación del avión sin ponerle demasiada atención. ¿Cómo no iba a sentirme así de excitado con una mujer tan interesante como aquella? Mis ojos volaron disimuladamente a controlar sus gestos, escribía algo en una servilleta, pero ¿qué...? En un instante cambió de postura, dispuesta a levantarse. Mis ojos midieron su cuerpo que ahora quedaba alzado frente a mis ojos, inclusive sus pechos, los cuales pasaban lentamente sobre mis ojos, pero ¡joder! Mira para otro lado, me dije. Y en seguida vi el mensaje, pues la servilleta había quedado a mi merced
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6. ¿Efectos secundarios?
Olympia... Repetía mi subconsciente sin poder evitarlo, mientras la embestía sin parar, sujetándola contra mi cuerpo ejerciendo cierta fuerza. Su nombre era peculiar sin duda, pero toda ella parecía ser icónica. La admiraba abrumado mientras sus facciones se acentuaban demostrando lo placentero de aquel encuentro. La embestí sin parar durante no sé cuánto tiempo, notando sudorosos nuestros cuerpos a medio desvestir, gozando de una excitación sin igual. El sonido medio amortiguado por las turbinas del avión, encubrían eficazmente los sonidos acuosos que demostraban lo húmedo de su sexo dejándome entrar en ella sin dificultad. ¡Qué bien se sentía joder! Su suavidad sexualizada me invadía como una ráfaga de frenesí, una droga dulce y placentera que consumirías una y otra vez buscando la embriaguez que inoculaba. Aspiré su aroma rozando su mejilla, era imposible no empalmarme con solo verla llegar al clímax una y otra vez pero, ¿cuánto tiempo podríamos alargar aquella atrevida proeza
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7. WTF.
Paré mi perorata interior al ver que paraba en seco su contoneo y buscaba a alguien entre el gentío que aguardaban tras la puerta de llegadas. No había demasiada gente y tras un segundo de infructuosa búsqueda, la noté maldecir por lo bajo e impacientarse. ¿Acaso sería testigo de un romántico reencuentro con su novio? ¿O quizá, la ansiosa llegada de una mamá siendo recibida por sus hijos? Bah, ni de coña, Olympia no parecía ser una esposa, o una mamá promiscua que se pasaba de la rutina de un hogar a encuentros sexuales en los aseos de un avión. Al menos de eso quise convencerme y en mi fuero interno deseé de verdad que aquellas posibilidades estuvieran bien lejos de la realidad. —¡Oly! —sonó una voz afeminada que se acercaba desde las puertas de la terminal —. Ya estoy aquí mi niña linda. Yo estaba lo suficientemente cerca como para advertir las maneras poco masculinas de aquel extraño que se acercaba a ella, demostrándole su afecto con la misma familiaridad de un hermano
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8. ¿Fortuna o casualidad?
¡Buenos días! saludaba mi machote elevando las sábanas desde el amanecer. Sí señor, cómo me alegro de verte tan animado, reí divertido sujetándomela con cuidado, para levantarme de un salto de la cómoda y amplia cama de hotel. Wow, era súper temprano, sin duda una de las ventajas de vivir “una hora menos” ¡Y sí, no es que fuera literal! Pero era el pensamiento típico en aquellas “Islas Afortunadas” donde la franja horaria parecía elevar nuestros ánimos más de lo que sería típico o normal. ¡Al menos conmigo lo estaba consiguiendo! Eso, y que probablemente mi desahogo de anoche había influenciado en mi nueva sensación de libertad, porque ¡joder! No había tardado nada en venirme con tan solo retomar el morbo que aquella delirante mujer me provocaba. Y así, en varias ocasiones, hasta el punto de quedar satisfecho y tan relajado que no tardé en sumirme en un profundo y ansiado sueño reparador. Me di una ducha refrescante para ponerme algo cómodo y fresco para bajar a desayunar.
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9. Destino a mi favor.
El despertador de mi smartphone me avisaba de que era hora de dejar de ser tan ocioso y me levantara de aquella siesta tan improvisada como inusual entre mis habituales tareas diarias. Me estiré sintiéndome más ligero que en toda mi vida, y reí ante la extraordinaria sensación. ¡Efecto cambio de rutina! Ahora sí que me sentía un poco más yo. Pero tendría que darme prisa o no llegaría a tiempo a la noche de copas con mi queridísimo socio Mario. ¡Bah, menuda ilusión! ironizó mi voz interior. Me abrumaba un poco el verme obligado a enfrentar este tipo de situaciones, a consecuencias de mi nuevo puesto, así que tendría que encontrar la manera de que no se convirtiera en costumbre o buscaría algún tipo de excusa plausible para zafarme sin problema, de aquellos molestos compromisos extra laborales. Elegí un look algo más elegante para la noche, pero no tanto, al menos le di un toque casual al look trajeado con una camiseta ligera de algodón y unos zapatos de piel de ante y sin br
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10. Complicaciones.
Tenía que buscar la manera de hablar con ella, me dije totalmente comprometido con no desperdiciar esta nueva oportunidad, pero de repente, Olympia anunció el tener que ir a los servicios y salió casi disparada de nuestro lado. —Mira ¡qué sorpresa! —dijo Mario mirándome mientras volvíamos a acercarnos al grupo—. Quién me iba a decir a mí, que después de tantos años, volvería a ver a la singular señorita Betancourt. What?! Gritó mi mente a punto de explotar, pero ¿de quién estaba hablando? ¿De verdad cabía la posibilidad de que Mario, mi cargante socio, también la conociera? —¿Hablas de Olympia? —quise sonsacarle al instante, buscando mi voz más neutral, pero sintiéndome ligeramente nervioso por tanto cúmulo de coincidencias. —Bueno, fue algo así como mi primera novia, pero una pasajera —alzó los ojos, quitándole interés —. En aquellos años, era una tipa muy estirada y no era mi estilo, pero tenía buenas peras —rio socarrón y yo tuve que tomar aire para no perder la paci
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