Duncan encontró a su madre sentada en el sofá, frente al televisor encendido con volumen bajo, y dormida.
—Eres una pena de mujer –susurró sonriendo, y se inclinó a ella para alzarla en brazos y llevarla hasta la cama.
—Te vas a herniar, Tim –dijo ella entre sueños.
—Lo haría con gusto por mi chica —contestó él, y la vio sonreír, aún dormida.
Luego de dejarla en la cama y arropar a los gemelos, entró a la cocina a destapar ollas y cacerolas. Sólo había consumido un trago de su copa de vino y nada más. Moría de hambre.
Afortunadamente había
Luego de cerrar la puerta, Duncan dejó escapar el aire. Allegra corrió hacia él. —¿Cómo te fue? ¿Fue muy horrible? ¿Sigues vivo? –él sonrió. —Cómo se ve que lo conoces. —Bueno, ha sido algo así como un padre sustituto. —Sí, algo de eso me dijo. Pero no te preocupes, tengo empleo. —Gracias al cielo –sonrió Allegra. Duncan la miró fijamente. —Tengo el presentimiento de que nos está mirando. —Sí, está asomado a la ventana que da aquí. —Bueno, entonces se hace obligatorio… —Se i
—¿Que hiciste qué? –gritó Edna Elliot abriendo grandes los ojos— ¡Cuando dijiste que ibas a casa de ese hombre, estaba segurísima de que lo hacías con Boinet! ¿Dónde estaba él de todos modos? ¿Cómo es que permitió que fueras sola a un sitio así? —No fui sola, fui con Duncan –contestó Allegra con tranquilidad, recostándose en el diván que estaba a los pies de su enorme cama en su enorme habitación. –Además, todo el mundo exagera, el cine y la televisión exageran. La casa de Duncan es muy decente, muy normal. —Me imagino. —Son muy agradables. Tiene hermanos gemelos, ¿sabes? Son morenitos, así como él, encantadores. —Allegra, ten cuidado. —¿Cuidado con qué?
“Allegra Whitehurst, la heredera de la automotriz Chrystal, y muchos otros negocios del mismo campo, fue vista anoche del brazo de un desconocido, que, según nuestras muy confiables fuentes, es su nueva pareja. Se les vio bastante cariñosos durante la velada del cumpleaños de Arnold Ellington. ¿Será este el nuevo gran amor de la Whitehurst? ¿Será definitivo su rompimiento con Thomas Matheson?” —¡Dime qué significa esto, y cómo permitiste que pasara! –Bramó George Matheson observando a su hijo cambiar de colores mientras este leía la nota en el diario. No había esperado que ese noviecito le durara mucho, pero ya había empezado a causarle problemas. —Allegra y yo… no estamos en el mejor momento— dijo, ocultando todo lo demás. No podía, por ningún motivo, darle a entender a su padre que esa relación había acabado.
—¿Por qué estamos aquí?—Porque usualmente los novios acompañan a las novias a hacer sus compras.—¿Dónde dice eso?—En el manual no escrito de una pareja feliz.Duncan hizo rodar sus ojos en sus cuencas. Odiaba ir de compras. Lo odiaba realmente. Sobre todo, si era al lado de una mujer. Kathleen le había enseñado bien, oh, Dios, y sólo recordarlo era una tortura.Su madre se enamoraba de todo, se quejaba de los precios, se medía, se probaba, preguntaba, se entusiasmaba, y luego salía de la tienda alicaída porque le había quedado muy grande, o muy chico, o el color no le había sentado tan bien
Allegra llegó a casa de los Richman ese domingo a las 9:00 a.m. con un enorme cesto que Boinet dejó en la puerta. Duncan acababa de salir de la ducha y, con el cabello aún mojado, le abrió la puerta. Ella pasó arrastrando la cesta, que parecía pesada, y él la alzó con un brazo. —¿Qué traes aquí? —Refuerzos. —¿Piensas hacer trampa? —Nunca dijiste que no podía traer un poco de ayuda. Duncan fisgoneó dentro de la cesta y se ganó un manotazo de Allegra. —¡Auch! ¿Qué hay allí que no quieres que vea? —No es tu problema. ¿No te vas ya? ¿No te vas a donde tus amigotes a perder el tiempo mientras yo
Al salir a la sala, Allegra vio que Kathleen enviaba a los niños a la cama, y Duncan apagaba la consola de juegos.—No, no la apagues –le pidió.—Qué, ¿quieres echar una partida conmigo? –pero mientras lo decía, volvía a encenderla—. A mí no me ganarás, ni si haces trampa.— ¿Cuánto te apuestas?—Alto ahí. Eres peligrosa cuando apuestas –Allegra lo miró sonriendo ampliamente.Se acomodaron juntos en el sofá y probaron uno de los juegos nuevos. Duncan empezó a rechistar cuando vio que ella le ganaba limpiamente.— &iex
Duncan se anunció en la reja exterior a través de un intercomunicador que estaba en la pared. Inmediatamente le abrieron y él vio delante de sí un enorme jardín. Él anduvo el largo sendero hasta la puerta principal, admirando las formas que hacían los setos y los arbustos en flor con la escasa luz de los faroles.Al llegar a la mansión soltó un silbido. Debía tener unas cien habitaciones con sus cien baños y sus cien bibliotecas… o algo así.Boinet, que hacía de mayordomo esa noche, lo vio llegar y lo hizo pasar.—La señorita lo espera en su despacho.—Ah, qué bien. ¿Y cuál es el despacho de la señorita?
—¿Estás segura de esto? –preguntó Duncan al llegar a la inmensa habitación, que constaba de una sala con comedor propio por si a la dama le apetecía desayunar allí, un pequeño juego de sala, un librero, una puerta que seguramente conducía al cuarto de baño y, al fondo, una enorme cama con un fino diván.—No, no estoy segura –le contestó ella, sin embargo, no dejaba de desabrocharle los botones de su camisa.—Allegra…—Creo que meteré la pata, y al final te desilusionaré, pero quiero hacerlo.—¿Desilusionarme? ¿Por qué? –Ella ya le había quitado la chaqueta, desanudado la corbata y ahora sac