—¿Por qué estamos aquí?
—Porque usualmente los novios acompañan a las novias a hacer sus compras.
—¿Dónde dice eso?
—En el manual no escrito de una pareja feliz.
Duncan hizo rodar sus ojos en sus cuencas. Odiaba ir de compras. Lo odiaba realmente. Sobre todo, si era al lado de una mujer. Kathleen le había enseñado bien, oh, Dios, y sólo recordarlo era una tortura.
Su madre se enamoraba de todo, se quejaba de los precios, se medía, se probaba, preguntaba, se entusiasmaba, y luego salía de la tienda alicaída porque le había quedado muy grande, o muy chico, o el color no le había sentado tan bien
Allegra llegó a casa de los Richman ese domingo a las 9:00 a.m. con un enorme cesto que Boinet dejó en la puerta. Duncan acababa de salir de la ducha y, con el cabello aún mojado, le abrió la puerta. Ella pasó arrastrando la cesta, que parecía pesada, y él la alzó con un brazo. —¿Qué traes aquí? —Refuerzos. —¿Piensas hacer trampa? —Nunca dijiste que no podía traer un poco de ayuda. Duncan fisgoneó dentro de la cesta y se ganó un manotazo de Allegra. —¡Auch! ¿Qué hay allí que no quieres que vea? —No es tu problema. ¿No te vas ya? ¿No te vas a donde tus amigotes a perder el tiempo mientras yo
Al salir a la sala, Allegra vio que Kathleen enviaba a los niños a la cama, y Duncan apagaba la consola de juegos.—No, no la apagues –le pidió.—Qué, ¿quieres echar una partida conmigo? –pero mientras lo decía, volvía a encenderla—. A mí no me ganarás, ni si haces trampa.— ¿Cuánto te apuestas?—Alto ahí. Eres peligrosa cuando apuestas –Allegra lo miró sonriendo ampliamente.Se acomodaron juntos en el sofá y probaron uno de los juegos nuevos. Duncan empezó a rechistar cuando vio que ella le ganaba limpiamente.— &iex
Duncan se anunció en la reja exterior a través de un intercomunicador que estaba en la pared. Inmediatamente le abrieron y él vio delante de sí un enorme jardín. Él anduvo el largo sendero hasta la puerta principal, admirando las formas que hacían los setos y los arbustos en flor con la escasa luz de los faroles.Al llegar a la mansión soltó un silbido. Debía tener unas cien habitaciones con sus cien baños y sus cien bibliotecas… o algo así.Boinet, que hacía de mayordomo esa noche, lo vio llegar y lo hizo pasar.—La señorita lo espera en su despacho.—Ah, qué bien. ¿Y cuál es el despacho de la señorita?
—¿Estás segura de esto? –preguntó Duncan al llegar a la inmensa habitación, que constaba de una sala con comedor propio por si a la dama le apetecía desayunar allí, un pequeño juego de sala, un librero, una puerta que seguramente conducía al cuarto de baño y, al fondo, una enorme cama con un fino diván.—No, no estoy segura –le contestó ella, sin embargo, no dejaba de desabrocharle los botones de su camisa.—Allegra…—Creo que meteré la pata, y al final te desilusionaré, pero quiero hacerlo.—¿Desilusionarme? ¿Por qué? –Ella ya le había quitado la chaqueta, desanudado la corbata y ahora sac
La luz entró a raudales en la habitación, y Allegra se despertó con una sonrisa en los labios. No sabía por qué. Estaba adolorida en sitios que le avergonzaba mencionar en voz alta, pero estaba feliz.Miró a su lado a Duncan dormido. Estaba boca abajo, con el cabello ensortijado y revuelto, el rostro totalmente relajado… y gloriosamente desnudo. Sin pensarlo mucho, levantó su mano y la pasó por sus costillas. No creía que Duncan fuera de los que invirtiera dinero o tiempo en gimnasios, pero ese cuerpazo era digno de admirar, pura piel lisa, sin grasa, tersa y dura.Metió sus dedos entre el cabello revuelto aún sonriendo.—Tienes bonitas pestañas, ¿sabes? –susurró—. No es justo, no eres m
Martín soltó la carcajada ante una ocurrencia de Allegra. Estaban en el billar donde solían encontrarse y Duncan los había sorprendido llevando a su novia.—Perdí una apuesta –le había dicho, y él no pidió explicaciones.Al verla, Martín había pensado que una chica como ella no tenía nada que hacer en un sitio como ese. Llevaba unos vaqueros que debían ser carísimos con una blusa de tela vaporosa bajo una chaqueta de cuero ceñida y por la que, estaba seguro, Alice mataría. La había presentado ante los otros como su novia, y todos contuvieron un silbido de admiración. Ella parecía un ángel, con su cabello rubio platino y sus ojos casi traslúcidos.Duncan le ha
Los Richman se cambiaron de casa.Kathleen vendió el pequeño apartamento en el que vivían, aunque no dieron mucho por él, Duncan dio todos sus ahorros y lo unieron como primera cuota, hipotecó el resto del valor de la casa, y se trasladaron. Boinet, Martín, Duncan, Paul y Kevin ayudaron a trasladar cajas y uno que otro mueble del que Kathleen no quiso deshacerse. Mientras, Allegra y Kathleen organizaban todo, tanto en la antigua casa como en la nueva.Kathleen echaba de menos a su Nicholas, pero a diario hablaba con él y se enteraba de cómo seguía. Había días en que lo notaba muy tranquilo, y otros en que se le notaba nervioso y agresivo. La Sra. Schmidth, que estaba en esa cabaña junto con su esposo, le informaba que se alimentaba bien, que daba largas caminatas por el ca
Thomas se levantó de su cama y caminó lentamente hacia la ventana. Afuera nevaba, ya había llegado el invierno.Desnudo, y sin ocultar los moretones que aún lo cubrían, caminó hacia la enorme sala de muebles y paredes blancas. Allí, frente a aquella chimenea de gas, había retado a Allegra. Allí habían apostado: ella no encontraría a un hombre más guapo, ni más rico, ni mejor en la cama.Cuán estúpido fue.Su padre tenía razón, si ella tenía un mínimo de dignidad nunca volvería con él. Lo triste es que ahora que Allegra no estaba, se vino a dar cuenta de cuánto la necesitaba. Allegra siempre lo había consolado cuando se sentía triste, lo hab&ia