Martín soltó la carcajada ante una ocurrencia de Allegra. Estaban en el billar donde solían encontrarse y Duncan los había sorprendido llevando a su novia.
—Perdí una apuesta –le había dicho, y él no pidió explicaciones.
Al verla, Martín había pensado que una chica como ella no tenía nada que hacer en un sitio como ese. Llevaba unos vaqueros que debían ser carísimos con una blusa de tela vaporosa bajo una chaqueta de cuero ceñida y por la que, estaba seguro, Alice mataría. La había presentado ante los otros como su novia, y todos contuvieron un silbido de admiración. Ella parecía un ángel, con su cabello rubio platino y sus ojos casi traslúcidos.
Duncan le ha
Los Richman se cambiaron de casa.Kathleen vendió el pequeño apartamento en el que vivían, aunque no dieron mucho por él, Duncan dio todos sus ahorros y lo unieron como primera cuota, hipotecó el resto del valor de la casa, y se trasladaron. Boinet, Martín, Duncan, Paul y Kevin ayudaron a trasladar cajas y uno que otro mueble del que Kathleen no quiso deshacerse. Mientras, Allegra y Kathleen organizaban todo, tanto en la antigua casa como en la nueva.Kathleen echaba de menos a su Nicholas, pero a diario hablaba con él y se enteraba de cómo seguía. Había días en que lo notaba muy tranquilo, y otros en que se le notaba nervioso y agresivo. La Sra. Schmidth, que estaba en esa cabaña junto con su esposo, le informaba que se alimentaba bien, que daba largas caminatas por el ca
Thomas se levantó de su cama y caminó lentamente hacia la ventana. Afuera nevaba, ya había llegado el invierno.Desnudo, y sin ocultar los moretones que aún lo cubrían, caminó hacia la enorme sala de muebles y paredes blancas. Allí, frente a aquella chimenea de gas, había retado a Allegra. Allí habían apostado: ella no encontraría a un hombre más guapo, ni más rico, ni mejor en la cama.Cuán estúpido fue.Su padre tenía razón, si ella tenía un mínimo de dignidad nunca volvería con él. Lo triste es que ahora que Allegra no estaba, se vino a dar cuenta de cuánto la necesitaba. Allegra siempre lo había consolado cuando se sentía triste, lo hab&ia
—¿Una cena? –preguntó Allegra sonriendo— ¿en tu casa?—Mamá quiere agradecerte todo lo que hiciste por Nicholas. Así que sí; estás invitada a cenar en mi casa –le contestó Duncan sonriendo también.Iba entrando a su volvo dorado, sin su eterno acompañante Boinet, luego de dejar todos los paquetes en los asientos de atrás del coche.Había ido de compras, y como el tema era lencería, quiso ir a solas. No era cosa de inspirarse teniendo cerca la malencarada expresión del guardaespaldas.—Pues allá estaré. ¿A las siete?—A las siete. Luego… tengo pensad
—¿Has sabido algo?—No –contestó Duncan a su madre, entrando a la casa como un ventarrón. Nicholas se puso en pie nervioso. Esa misma expresión que tenía su hermano en el rostro se la había visto ya antes. Hacía cinco años, cuando su padre se fue de casa.Kathleen lo miró apretándose las manos. Había hecho dormir a los niños luego de darles la cena. Ni ella ni Nicholas habían probado bocado esperando noticias de Allegra.Fue detrás de él, ignorando el peligro que corría. Algo muy grave debía haber pasado para que Duncan estuviera así.Llamó a la puerta de su habitación y entró.
—La situación es la siguiente –Dijo Haggerty a los demás miembros de la junta directiva de la Chrystal, doce hombres de diferentes edades y aspectos físicos, pero con la misma preocupación en el rostro— Si no hacemos algo ya mismo, bueno sería irnos despidiendo de todos nuestros activos.Un murmullo recorrió a todos en la enorme mesa.Uno a uno se miró con una mezcla de incredulidad e impotencia. No sólo estaban envueltos en el mayor escándalo que la Chrystal había presenciado jamás en los más de cincuenta años que llevaba fundada la automotriz, sino en el peor estado económico y financiero.Hacía sólo unos meses, el cuerpo de George Matheson había sido hallado estrangulado
—Entonces aceptaron –sonrió Duncan, sentado en un mueble del lujoso pent-house donde vivía Edmund Haggerty. Alrededor, mucha gente sostenía sus copas de vino o un pequeño plato lleno con comida del buffet que se hallaba al fondo de la sala. Era otra de las populares fiestas de Edmund Haggerty. A lo mejor estaba buscando su quinta esposa. —Ah. Aunque no fue fácil, hubo que usar la artillería pesada. —¿Ah, sí? ¿Cuál? —Allegra. Al oír el nombre, Duncan hizo un gesto involuntario con su boca, como si algo con gusto amargo se hubiese colado por entre sus labios. —¿No me vas a preguntar cómo está? —Si me interesara ya lo habría hecho –Haggerty se
Duncan se metió en su Audi luego de despedirse Edmund Haggerty y cerró la puerta con fuerza. Se puso la mano en el pecho y por unos minutos se concentró en normalizar su respiración y su ritmo cardiaco. La había visto, era ella, tan hermosa, con el cabello recogido en una trenza que le llegaba a la espalda, pues el cabello le había crecido bastante en esos últimos cuatro años. Delgada y perfecta. Su Allegra. No, no era suya, tuvo que recordarse, nunca lo había sido. Y ese había sido su mantra cuando se dio cuenta de que no saldría tan ileso luego de verla. Ah, sí, Allegra, tan hermosa, tan perfecta, tan mentirosa. Puso el auto en marcha y salió dispa
A pesar de que entraba el otoño, el calor en Miami semejaba al del pleno verano. Allegra no era una mujer sudorosa, pero el fogaje del ambiente a punto había estado de marearla en un par de ocasiones. Iba vestida con una ancha blusa de shiffon verde esmeralda que se agitaba por el viento, y debajo de ésta, un top de baño, un simple short blanco que dejaba sus piernas desnudas, sandalias blancas decoradas con conchas marinas, sombrero playero y lentes de sol ámbar de Dolce & Gabbana. Con el papel que Boinet le entregó esa mañana que contenía las especificaciones del yate de Duncan en la mano, y un enorme bolso blanco que contenía bloqueadores para su piel blanca y unas pocas cosas más de uso personal al hombro, Allegra iba mirando de barco en barco, buscando. De pronto lo vio. El Nalla.